Hoy tengo ganas de escribir sobre Vampiros.
Un fenómeno cultural que siempre ha llamado mi atención es el del Vampiro, monstruos bebedores de sangre que han sido parte del folklor desde hace más de un milenio y que parecen evolucionar junto con la cultura popular para transformarse en una especie de espejo de nuestra civilización.
Al parecer los vampiros nacen en los más oscuros bosques de la Europa oriental, ahí donde la frontera con Asia se diluye y donde se generaron historias de criaturas malignas aún antes de la llegada del cristianismo. Crueles bestias que raptaban y asesinaban gente, criaturas cuyo nombre, por miedo a hacer una invocación, nadie decía en voz alta. Tal fue la discreción y el temor de aquellos campesinos, que el verdadero apelativo nunca llegó a nuestros oídos.
El Vampiro evoluciona en los Cárpatos durante la edad media; época de epidemias, de invasiones y de acomodos políticos que la gente del campo no comprendía y tan solo los sufría. Eran las indefensas víctimas de las mareas de violencia causadas por la eterna guerra entre la cruz y la media luna. Personas desechables inmoladas por gobernantes que fueron capaces de cualquier barbaridad con tal de mantenerse en el poder.
Para estas pobres almas ajenas al conocimiento y a las intrigas políticas, sus señores feudales eran desconocidas criaturas que vivían en lejanos palacios y cuya presencia en las cercanías sólo podía significar malas noticias.
Compararon su crueldad con las de los míticos dragones y con las del propio demonio para entender la locura que causaba el poder total. Se resistían a creer que una persona, creyente de Jesucristo, fuera capaz de tanta crueldad y sólo la pudieron justificar dándole una esencia maligna; un cruel monstruo subhumano, depredador de la gente más sencilla, que parecía escapar a toda justicia, tanto terrenal como divina.
Su más caro deseo era el de no encontrase frente a la cruel criatura para así no morir empalado, desangrado y sin haber rendido el alma al creador. El infierno podía estar muy cerca.
Cuando los iluminados occidentales se apersonaron en esta Europa bárbara y salvaje se sorprendieron y quedaron inmediatamente enamorados de estos cuentos creados por ignorantes, pero asustados, campesinos. En esos entonces la única forma de transmitir historias ‒generar contenidos, dirían los expertos actuales‒ era a través del recién nacido género de la novela de ficción. Historias que no eran reales pero que se ubicaban en el mundo conocido para dar una lección, un ejemplo o simplemente entretener.
Estos Vampiros lograron ser los primeros en acceder a esta novedosa forma de entretenimiento y vaya que lo hizo por la puerta grande. Fue Bram Stoker quien a través de su novela “Drácula” le dio forma y sentido a ese monstruo del que había oído hablar a un viajero húngaro. Fue él quien le dio las características que, desde entonces, se han transformado en una especie de canon que mantiene a la leyenda con una cierta continuidad.
El temor a los crucifijos (como buen monstruo del infierno, no podía ni verlos), al agua bendita y a los ajos; su imposibilidad de recibir la luz del sol o de ver su propio reflejo en un espejo, su capacidad de transformarse en uno o varios animales y, más que otra cosa, su incontrolable sed de fluidos hemáticos.
A partir de ahí el Vampiro ha sido parte de ese panteón de monstruos que son ocupados periódicamente para producir películas, juegos y otras formas de entretenimiento. A Drácula lo tuvieron que transformar en Nosferatu debido a que F. W. Murnau se negó a pagar regalías a los descendientes de Stoker, sin embargo, la historia que contó fue la arquetípica; por su parte, Bela Lugosi fincó toda una carrera alrededor del personaje.
Más tarde, en épocas de lucha por la igualdad de los afroamericanos en Estados Unidos, vimos un “Blacula”; en los ochenta Joel Schumacher los puso a andar en moto y a reventarse con música de Rock de fondo.
Cuando el periodismo se transformó también en una fuente de entretenimiento, Anne Rice los entrevistó; más tarde Stephenie Meyer los hizo populares en el lucrativo mercado de las adolescentes (y de paso se hizo millonaria).
¿Sabías que Drácula es el personaje, después de Sherlock Holmes, del que más películas se han hecho?
Sin embargo, el vampiro arquetípico, en contra su voluntad, se sigue adaptando a las condiciones cambiantes del mercado y parece evolucionar según sus necesidades.
¿Qué es lo que vemos en los Vampiros? ¿Qué es lo que nos atrae de sus historias?
Mi película de Vampiros fue “The Lost Boys”. Época en que seguían siendo crueles criaturas sedientas de sangre. Para nada los metrosexuales de la actualidad. ¿A quién no le hubiera gustado, en plena adolescencia, irse de farra y escuchar conciertos de rock todas las noches? Sin temor al futuro, que no existía; sin temor a la muerte, que estaba vencida; sin tener que preocuparse por nada más que del próximo trago de plasma.
Los Vampiros no envejecen, no se enferman, viven para la eternidad y parece que casi siempre se quedan con la chica guapa. Desde Drácula hasta Edward Cullen.
Para mí siempre será un misterio la fascinación que tenemos por este oscuro personaje de ficción:
Quizá, cuando no asomamos a los ojos del Vampiro queremos encontrar el mal en su forma más pura. Intentamos definir a estas criaturas como la encarnación perfecta del mal inconcebible, del mal inhumano, del mal en su más absoluta y terrible perfección.
¿Qué tanto es reflejo? ¿Qué tanto el alma del Vampiro es el alma de nuestra propia humanidad?
En teoría los Vampiros no se reflejan en el espejo pero, ¿no será que ellos son nuestro propio reflejo?