La humanidad ya tiene un nuevo villano. Su nombre es Jeff Bezos.
Es la persona más rica del mundo gracias a que es el dueño de la empresa que más bipolaridad nos causa a los pobres ciudadanos de a pie:
Por una parte, la librería transformada en imperio del mal es infame debido a los malos tratos que da a su personal; los casos de abuso y de imposibilidad de cumplir con el trabajo que se exige en sus bodegas es un tema que seguido alcanza los titulares. Cual modernas galeras, los empleados son sujetos a todo tipo de privaciones y vejaciones en aras de que ese fabuloso cortador de queso, con reloj integrado, llegue a tiempo hasta tu hogar.
Por la otra, la mayoría de los mortales navegamos por sus páginas con ojos de deseo y lujuria sobre los cientos de miles de artículos que ahí se ofrecen, de todo para todos y en tan sólo unas horas.
Ese hermoso cortador de queso, con reloj integrado, podrá estar listo para la vital misión de elaborar las quesadillas de la merienda de mañana por la noche.
¡Que lance la primera piedra quién no haya pedido nada de Amazon los últimos 12 meses!
Así como los sentimientos que nos genera la ubicua tienda en línea, así lo hace su propio fundador y director general. Por un lado, idolatrado por su capacidad de crear uno de los negocios más exitosos que la humanidad haya imaginado y que podría poner en ridículo a los que fundaron la Compañía de las Indias Orientales por su falta de visión. Por la otra es vilipendiado debido a la insistencia de crear su propio programa espacial para llevar a su hermanito al espacio.
El pleito que genera en redes sociales llega a tintes ridículos ya que mientras el “Team Bezos” se empeña en afirmar que el directivo tiene el derecho de gastar su bien habido dinero en lo que se le dé su real gana; que gracias a él millones de trabajadores tragan (aunque a veces, dentro de sus instalaciones, no de tiempo para ello), y sin olvidar por supuesto, la infinidad de empleos indirectos y el gran flujo de capital que se encauza a las empresas proveedoras a todos los niveles.
Por otra parte, el “Team Hate Bezos” reclama la soberbia y la falta de empatía del gigallonario para dedicarse a actividades que parecen sumamente banales mientras que la humanidad padece una terrible pandemia, sin olvidar por supuesto, los otros muchos otros problemas que nuestro mundo.
Bezos podría, aseguran, dedicar una buena parte de una enorme fortuna que nunca podría gastarse para paliar los grandes problemas de nuestro mundo.
Mas allá de que el señor Bezos le guste dilapidar su dinero para crear y volar un enorme símbolo fálico para atraer la atención mundial, una de las principales causas de los distintos sentimientos que genera es su posición como uno de los hombres más poderosos del planeta.
Creo que la humanidad siempre ha tenido este conflicto de sentimientos respecto a aquellos que lograron generar grandes fortunas, desde el Creso de la Grecia Clásica, los Medici en el renacimiento o los grandes capitalistas del siglo diecinueve como Rockefeller, Carnegie o los Vanderbilt, esas megacantidades de dinero los transforman en una especie de deidades y, como tales, algunas veces se comportan como niños mimados.
No tengo ninguna duda de que, para llegar a esos niveles obscenos de riqueza, es necesario hacer muchas trapacerías. No es cosa de hermanitas de la caridad, y casi en todos los casos históricos podemos encontrar que la carencia de ética fue un factor que contribuyó en gran manera para construir las grandes fortunas. Lo normal es que cobren una gran cuota de sufrimiento humano para poder ser amasadas.
Este tema es algo que enoja a muchos; es muy sencillo descargar en redes sociales todo nuestro odio al sistema enfocándolo a la imagen de un millonario en sombrero tejano que se acaba de gastar una millonada de dólares en un vuelo de apenas 10 minutos.
Por lo menos en otras épocas los grandes magnates dilapidaban su dinero en universidades y bibliotecas.
Los factores que crean este tipo de fortunas son muchos y abarcan prácticamente cada elemento de lo que denominamos “nuestra civilización”: pasando por el sistema político y económico hasta llegar al tema de las nuevas tecnologías así como la forma en que nos comportamos nosotros como consumidores.
No es un tema sencillo de solucionar y abre la puerta para largas discusiones sobre la manera en que nuestra sociedad y nuestra economía está configurada.
Según mi muy particular punto de vista, la inversión en tecnología para la exploración espacial es muy buena noticia; comenzando en la época de Sputniks y el programa Mercury, aquellas pequeñas latas en las que metían a un astronauta para darle vueltas a la Tierra, siempre ha dejado beneficios de todo tipo. Desde avances en las ciencias puras y duras hasta mejoras en pequeños detalles de nuestro diario vivir.
Pienso que la exploración espacial es vital para nuestro futuro como especie y entre más formas y medios tengamos para salir de esta Tierra, más posibilidades tenemos de incrementar nuestros conocimientos sobre el universo y de lograr la supervivencia a largo plazo.
La inversión en ciencia y tecnología son siempre una buena idea.
Por eso pienso que lo que hace Jeff Bezos no es malo, ni es un desperdicio de recursos como muchos lo han querido presentar.
Sin embargo, lo que todo este asunto sufre es de un pésimo manejo de relaciones públicas. En vez de tratar al tema como una apuesta por el conocimiento, lo han transformado en una carrera de egos para ver quien tiene el falo más largo (¿vieron ese cohete?).
Banalizan el tema y lo rebajan a una mera competencia entre megamillonarios. Llevan la narrativa a un punto que se trata sólo del personaje derrochando dinero para concretar su sueño de infancia mientras que, en su negocio, las condiciones y sueldos son dignos del siglo diecinueve.
Al bajarse Bezos de su nave para dar agracias a los que compran en Amazon, está demostrando una total falta de empatía con gran parte de la humanidad que, ni en sueños, puede darse un lujo de tales características.
Al hacerlo se transforma en el villano favorito de las masas enardecidas de las redes sociales, siempre deseosas de llevar a la hoguera al malvado en turno.
La enorme fortuna del dueño de Amazon es algo que no se puede ocultar. El uso que le dé a esta es tema que sólo a Bezos le concierne, pero, como sociedad tenemos que detenernos a cuestionar:
¿Cuáles son las obligaciones éticas de una persona (o un grupo de personas) propietaria de una empresa que puede generar esa cantidad de dinero?
¿Cuáles son las obligaciones éticas de una persona que dispone de tal cantidad de recursos para uso personal?
¿Qué dice de nosotros, como sociedad, que puedan existir este tipo de personas y empresas?
Sin duda alguna, temas que tenemos que solucionar como sociedad y como civilización.