No me refiero al programa de televisión que hace dos décadas puso de cabeza a este país y, según acabo de descubrir, en Argentina sigue siendo todo un evento.
Me refiero al libro de George Orwell que, hoy más que nunca, debería de ser una lectura obligada o, por lo menos Neflix —o alguien— debería de hacer una serie al respecto para que todo mundo la mire y luego nadie argumente cosas como “no podía saberse”.
Bueno, en realidad podría ser un mash-up entre Big Brother y la novela de Ray Bradbury, “Fahrenheit 451”, en la que los bomberos se dedican a quemar libros y evitar de esa manera que la gente tome la maldita costumbre de leer y de cuestionar a las autoridades, al establecimiento y a quienes pretenden usar la ignorancia para su propio beneficio.
Torquemada en chanclas
En este caso es el estado de Florida y el impresentable que tiene como gobernador, Ron DeSantis, del que ya he escrito en otro contexto y que ahora ha logrado pasar una ley para evitar que los alumnos de las escuelas públicas tengan acceso a libros que podrían lastimar sus inocentes cabecitas y transformarlos en wokes trastornados con lívidos desencadenados, sedientos de lujuria, sexo, drogas y rock’n’roll.
La ley es tan drástica —incluye penas de cárcel— y a la vez tan abierta —deja al criterio de terceros cuáles libros pueden ser tratados como transgresores y cuáles no— que muchos profesores han optado por la solución a prueba de errores pero a la vez, más drástica:
Están sacando TODOS los libros de sus aulas.
Esta nueva ley especifica que cualquier libro que se ponga disponible a los jóvenes e inocentes ojos, tendrá que estar aprobado por un empleado del distrito escolar que cuente con un título válido de “especialista en medios educativos”.
Es decir, los legisladores del estado de la Florida —al que un buen amigo llama de forma por demás irónica “el sobaco de EEUU”— optaron por crear una figura que en otro siglo habría tenido el modesto título de “Gran inquisidor” para revisar que cada libro que se apruebe no incluya sexo, drogas pero, además, temas LGBT, de raza o que cuestionen esa gran uniformidad que los políticos republicanos, tan temerosos de dios, pretenden aplicar en el vecino país y el resto del mundo, si se puede y se dejan.
La policía del pensamiento
En lo que son peras o son manzanas y cada uno de los títulos pasa por la revisión de estas preclaras mentes más preocupadas en los traseros ajenos que en el propio, muchos profesores han optado por evitar cualquier susto y deshacerse de todos los libros.
Resulta que la principal fuente de acusaciones sobre textos prohibidos al alcance de los niños serán los propios padres, es decir, la gente que votó por DeSantis y, en la mayoría de los casos por el propio Donald Trump, ahora tendrán todo el derecho de horrorizarse, de poner el grito en el cielo y acudir al sheriff más cercano para acusar a maestros con las negras intenciones de imponer agendas y demás alucines a sus pobres e inocentes hijos.
Los cargos a los que se harían merecedores estos malvados promotores de agendas internacionales sería de felonía en tercer grado, que en el soleado estado de Florida podría significar hasta cinco años de cárcel y una multa de cinco mil dólares.
Además, estos malvados maestros perderían su licencia para ejercer, quedarían marcados de por vida y en futuras referencias laborales serían tachados de corruptores de menores. Claro, si es que algún día aspiran a volver a dar clases más allá de una cocina de restaurante de comida rápida.
Al maestro, con mucho odio
Al igual que en México, para dar clases en Estados Unidos se requiere de mucha pasión y entrega. Están muy mal pagados, están expuestos a morir en una balacera y los padres se han transformado en auténticos imbéciles empoderados que se creen con las prerrogativas de un imán en bermudas.
Es por ello que cada día son menos los que se animan a discurrir por este camino. Por supuesto, se espera que medidas como estas hagan que muchos opten por emigrar a otro estado o, de plano, cambiar de medio de vida por algo que no sea tan ingrato y tan agresivo como lo es una asociación de padres de familia dominada por Karens republicanas.
En fin: un día negro para la humanidad cuando los profesores, como si estuvieran en Karachi, se ven obligados a esconder sus libros ante el embate de una autoridad conservadora y con creencias religiosas radicales.
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También escribo sobre este tema en Conexionistas.com.mx