Revista de Marketing y Negocios

De lengua México se come un plato: Cuatro años sin escuchar al Presidente

Le confesaré algo, lector: La última vez que alguien me pidió un análisis sobre la comunicación política del Presidente Enrique Peña Nieto, mi respuesta fue tajante: “Ya no escucho al presidente de México”. Y ahora, después del análisis, creo que nunca, en lo que va del sexenio, lo he hecho. Llevo un cuatrienio tratando de escucharlo y sólo consigo oírlo (medio lo oigo). Quedan menos de dos años y yo, personalmente, al actual presidente “ni lo veo, ni lo oigo”. Ante estas afirmaciones, la pregunta que surge es de obligada respuesta: en estos tiempos, ¿quién escucha al Presidente Enrique Peña Nieto?

Enrique –el hombre– ya no existe… Y tal vez nunca existió: Enrique Peña Nieto es un mal sueño que ha durado cuatro años y sigue su cauce en carácter de pesadilla. Enrique –el Señor Presidente– ya no es parte de la realidad nacional. Dejó de ser el Presidente hace ya algunos años (si no es que nunca lo fue). Esto es grave. ¡Vaya!, qué digo grave, gravísimo.

Pese a todo esto, a pesar de tantas caídas, de tantos errores y de tantos ridículos, sigo topándomelo en todos lados: Lo encuentro en los noticieros, en las portadas de los diarios nacionales, en las redes sociales, en los memes y, a veces, hasta en la sopa, en el plato fuerte, en el postre y en el café. Enrique es un ser que quiso ser omnipresente sin estar presente. La imagen política de Enrique es un pésimo chiste; ha fracasado.

Presidente
El Señor Presidente está en todas partes, pero no está en ningún lado del México que los mexicanos observamos.

A estas alturas del texto, creo necesaria la siguiente aclaración: El Señor Presidente es para mí “Enrique”, porque su dignidad moral ya no es. Con esto me refiero a que la investidura presidencial se ha difuminado, ha desaparecido en su totalidad. Este hombre no comunica, sólo escupe palabras al aire. Vivimos en plena crisis de la institución. Enrique me comunica nada, ya no representa lo que pretendió representar desde el 2006.

Enrique habla mucho, lo escucho, pero habla de otra persona cuando debe referirse a él mismo. En sus discursos, cuando es necesario hablar del Presidente de México, Enrique le llama simplemente “el Presidente de la República”, siempre en tercera persona: “El Presidente de la República está con ustedes…”, cacareó en alguno de sus discursillos insulsos. Frente a estas palabras, me surgen dos preguntas, Quiquín: ¿Quién es el Presidente de la República del que hablas? y, si existe, ¿en qué parte del país está en este momento?

–Te digo, Diego– me confesó un amigo perteneciente a la generación X –nunca en la Historia de México habíamos tenido un presidente tan ignorado, tan odiado, tan inexistente. Y te platico que hemos tenido presidentes que han sido unas bestias políticas.

“Es porque el ignorado es ignorante, y no sólo se queda en eso, sino el ignorado ya no es porque ignora quién es.”, concluí al instante.

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Pienso que la figura que representa a ciento veinte millones de personas no sólo tiene que ser eso: “una figura”. La comunicación política mexicana siempre ha ensalzado a un solo hombre con el objeto de darle un carácter de semidios o, quizá, hasta de Dios (con mayúscula).

A Enrique ya no lo escucha nadie.

Al escribir “nadie” no sólo me refiero a nosotros, los simples mortales, sino que también incluyo a los diecisiete titulares de las dependencias del Ejecutivo Federal; a la Oficina de la Presidencia de la República y su gabinete ampliado; también a los medios de comunicación que lo apoyaron –especulan algunos– para conseguir la banda tricolor en el 2012. A Enrique no lo escuchan ni los señores y señoras empresarios; ni siquiera las mismas cabezas del crimen organizado. A Enrique ya no lo escucha ni lo ve su propio Partido. Enrique, en cuestiones de comunicación política, es alguien con lengua, pero sin cuerdas vocales, que desea gritar para pedir auxilio. ¿Quién lo escucha? Nadie. ¿Quién lo oye? Todos. ¡Vaya! Responderé al impulso: México y el extranjero son sordos al llamado de este pobre hombre.

Es cierto: Lo de Dilma estuvo peor, lo de Maduro es inconcebible, pero no podemos comparar nuestra realidad nacional. Pero ya que hemos comparado, puedo asegurarle a usted, lector, que el candidato Donald Trump es más serio y, por consecuencia, mayormente escuchado que el Señor Presidente Enrique Peña Nieto por sus compatriotas, por la gente que votó por él, que confió en los “compromisos firmados ante notario público”.

En lo personal, no encuentro una estrategia de marketing político que pueda poner a flote este barco hundido. El peor error del Partido Revolucionario Institucional fue pretender recuperar el poder sentando en la silla del águila a un muñequito de aparador que, como diría una periodista, es como un jarrito chino: “Es muy bonito, pero sólo sirve para decorar”.

La comunicación política del siglo XXI debe rebasar los límites de la dicción teatralizada, los discursos complejos y el lenguaje corporal acartonado. En estos momentos, México no necesita de políticos que aparenten ser, sino que verdaderamente sean.

Este país está hasta el copete de palabras, lo que faltan son acciones.

Enrique habla y seguirá hablando; seguirá tratando de convencerme (de convencernos) de que hay cosas buenas que no se cuentan, pero que cuentan mucho. Eso no lo dudo, es plausible lo logrado en cuatro años, pero pongamos en una balanza lo dicho y lo hecho. ¿Qué nos queda? Sólo una frase: De lengua México se come un plato.

Hasta la próxima.

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Diego Fernández G.

Columnista

Nació y vive en México. Analista de lo cotidiano y conversador incesante. Es estudiante de Administración Pública en la Universidad Anáhuac, pero también escritor a ratos. Quizá ninguna otra vocación le guste más. Es articulista en distintos medios. Sin embargo, también es amante de la Historia, de la Política y de la Literatura.

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