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La política-espectáculo y la distracción mediática

Después de la Segunda Guerra Mundial, el mundo cambió radicalmente en muchos aspectos. La organización geoeconómica durante el periodo que abarcó 1945 hasta 1980 instauró la primera globalización y, como consecuencia, se abrieron nuevos caminos de mercado impulsados por los estados centrales en países periféricos y semiperiféricos. Estados Unidos se consagró como el país más poderoso del mundo. El auge de la mercadotecnia y la publicidad no sólo permeó en las industrias nacientes que tenían la necesidad de vaciar los aparadores en los puntos de venta. La mercadotecnia y la publicidad llegaron a muchos otros sectores: la Política, por ejemplo.

En Occidente, la necesidad de los nuevos políticos por llegar al poder los obligó a buscar conductos para atraer a las masas de manera inconsciente. La aparición de los medios de telecomunicación permitió generar contenido electoral y político que atrapara a los pueblos, manteniéndolos en un estado de comodidad ante la tragedia. La política-espectáculo inyectó una buena dosis de anestesia social por medio de estrategias de distracción mediática que varios expertos se han dedicado a estudiar con minuciosidad.

La banalización de la Política dio a luz a la “politiquería”. El pilar principal del politiquero no es el progreso del Estado que administra, sino que su principal motor es hacer creer que se trabaja mientras el país que gobierna no evoluciona. Parafraseando a Churchill: El politiquero piensa en “las próximas elecciones”, no en “las próximas generaciones”.

Para hacer creer es necesario generar tácticas aplicables a cada sociedad. El lingüista y filósofo norteamericano, Noam Chomsky, generó un estudio en torno a la relación política-medios, para terminar enumerando los diez puntos estratégicos que siguieron y siguen los líderes políticos de los siglos XX y XXI para resolver problemas sociales o lograr cumplir con los propósitos de sus agendas gubernamentales.

Según Chomsky, la manipulación pública se logra por medio de lo siguiente:
  • Estrategia de distracción.
  • Crear problemas para después generar soluciones.
  • Estrategia de gradualidad.
  • Estrategia de diferir.
  • Dirigirse al público como si se tratara de un niño.
  • Utilizar el aspecto emocional mucho más que la reflexión.
  • Mantener al público en la ignorancia y en la mediocridad.
  • Estimular al público a ser complaciente con la mediocridad.
  • Reforzar la autoculpabilidad.
  • Conocer a los individuos mejor de lo que ellos mismos se conocen.

En el caso de México, las estrategias de manipulación siempre han sido prioridad para el político. Cuando los “políticos” (en un país políticamente incorrecto) rompen con las estructuras que sostienen su ignota identidad para suplantarla con caretas, entonces sabemos que seguimos y seguiremos a la deriva. A los “políticos mexicanos” les sobra politiquería y les falta Política. Sus dimensiones humanas son infinitamente estrechas: son títeres de otros, ausentes de la realidad, sin ideas concretas, sin proyección histórica y, por tanto, ignorantes del pasado y del presente de su propia cultura frente a un porvenir nublado, amorfo. Caen en la vulgaridad, en la contradicción, carecen de ideales, promueven la política-espectáculo dándole prioridad al delirio de grandeza y a la magnanimidad. El perfil del político mexicano lo lleva a recurrir a la distracción mediante la televisión o, en estos tiempos, por medio del internet (redes sociales y otras plataformas de distracción).

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En México, la resolución de conflictos que genera mala política es casi un acto de magia digno de Las Vegas..

Utilizar la estrategia de distracción por medio de eventos deportivos transmitidos por TV; generar discursos políticos incoherentes como si fuesen escritos para niños de Kindergarten; generar soluciones incomprensibles para resolver problemas sociales al momento; hacer entender al receptor que la culpa es suya frente a la corrupción que impera en el lugar donde vive; obligar al televidente a gustar de contenido con poca consistencia para mantenerlo en la ignorancia; hacerle creer al pueblo que el país va viento en popa cuando la realidad dicta todo lo contrario; que un presidente se atreva a llorar durante su toma de protesta con el objeto de demostrar su emoción, antes que la acción (excluyendo esta última durante todo su sexenio). Así es la política-espectáculo mexicana.

Las estrategias de distracción mediática aplicadas a la política nos permiten –como ciudadanos– reconocer las acciones de los politiqueros cuando éstos recurren a ellas para salir de un apuro o con el objetivo de mantener la paz en tiempos de crisis.

Me atrevo a dejarle una tarea, respetable lector. Con base en Chomsky, analicemos la siguiente frase: “Lo bueno casi no se cuenta, pero cuenta mucho”. Usted me dirá qué estrategia utilizó este señor. Hasta la próxima.

 Por medio de estrategias de distracción mediática que varios expertos se han dedicado a estudiar con minuciosidad.

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