Hablemos de yates.
Todos los hemos visto, por lo menos en fotografías: super yates que son auténticos palacios sobre el agua con todas las comodidades posibles, desde albercas de agua dulce hasta chefs de hartas estrellas. Una de las formas más comunes en que los mega ricos hacen alarde de sus fortunas es a través de enormes y costosísimos barcos.
Es más, hay un par de capítulos de la serie de HBO, “Succesion”, que se llevan a cabo a bordo de uno de estos. El magnate se lleva a la familia y a los colaboradores a seguir trabajando a bordo.
Por supuesto que cada oligarca ruso, como buen aspiracionista, busca parecerse a la “crema y nata” europea. Los rusos siempre han sufrido un fuerte complejo de inferioridad y se sienten “foráneos” ante la cultura europea y, como tales, desde épocas de Pedro el Grande han intentado parecerse lo más posible a estos sofisticados europeos que admiran y desprecian al mismo tiempo.
Este sentimiento “wannabe” está muy imbuido. Para ellos el hecho de poseer una finca en la campiña italiana, un departamento en la city londinense o un yate de cientos de metros estacionado en Monte Carlo, es una forma sentir que pertenecen a ese Jet-Set que, a pesar de todos sus desplantes, los sigue despreciando.
(¿Se sigue utilizando el término “Jet-Set” o es uno más de mis anacronismos?)
Lo peor de todo es que esos rusos tan sólo son vivales que supieron nadar según la corriente histórica en la Rusia postcomunista y que aprendieron a besarle el trasero al tío Vlad sin asco alguno, por lo que no tienen ningún mérito.
Ocurre que en casi todo el mundo es temporada de cazar oligarcas rusos; los gobiernos de distintos países intentan castigarlos a través de todos los medios posibles para atacar de manera indirecta a su jefe. Sin embargo, a la hora de intentar expropiar sus bienes, uno de los grandes problemas que enfrentan es que nadie compra un mega yate para ponerlo a su nombre, como si de un Nissan Sentra se tratara.
Todas y cada una de estas propiedades de ensueño son registradas a través de empresas de dudosa categoría ubicadas en paraísos fiscales y ocultas tras toda la ingeniería financiera posible.
Al tío Vlad y a sus secuaces lo que menos le interesa es que les den un periodicazo tipo “la Casa Gris con alberca de 23 metros y cine particular”, por lo que utilizan todas las argucias posibles para esconder sus propiedades de la mirada de los envidiosos mujiks.
Pero resulta que esos “pobres” oligarcas tienen al enemigo metido en lo más profundo de su organización. Enemigos‒más bien enemigas‒ que usan bikini, les encantan las selfies con cara de pato en sitios exclusivos y que son las grandes beneficiarias de los shopping sprees de sus mariditos o novios oligarcas.
Pues resulta que, en vez de analistas financieros, los gobiernos europeos están utilizando “especialistas en análisis de imágenes” para revisar redes sociales, como Instagram, para ganar el juego de “adivina qué oligarca es el dueño de este yate”.
Ella apareció por primera vez ante la mira pública cuando acompañaba a Igor Sechin en un evento social en 2016. Este hombre de 55 años es uno de los grandes beneficiarios del gobierno de su gran amigo Putin y desde 2012 es director general de Rosneft, la segunda empresa petrolera más importante de Rusia; cuenta con una personalidad tan oscura, que es apodado Darth Vader por sus malquerientes.
El señor tiene un salario que podría alcanzar los 12 millones de dólares anuales sin contar, por supuesto, cochupos y otros enjuagues dentro de una empresa que en su operación más bien se parece a Pemex.
Resulta que, aunque se trató de mantener todo el asunto en secreto, Sechin se casó con Rozhkova por ahí de 2011, fecha que ella cambió su apellido a “Sechina” y desde esos entonces se dedicó a vivir la vida de opulencia que ella se merecía.
Al analizar la cuenta en Instagram de la mujer, los investigadores se encontraron con muchas fotos presumiendo su vida de lujos, muchas veces a bordo de lo que parecía ser un super yate.
Al comparar las características del barco, la ubicación geográfica de estos posteos y el recorrido realizado, se pudo determinar que éste era un yate llamado “Princess Olga” (qué casualidad), con precio de 190 millones de dólares y que posiblemente era propiedad de Sechin.
Desafortunadamente para Olguita, el amor acabó por ahí de 2017 y el rencoroso de su maridito le cambió el nombre a “Amore Vero” (amor verdadero en italiano, otra gran ironía), pero el daño ya estaba hecho. Los posteos de la doñita ayudaron a identificar al verdadero propietario del megabarco que fue decomisado el pasado 3 de marzo por autoridades francesas.
(Toda la historia de la investigación la pueden ver aquí: The Secret of the St. Princess Olga) Otro caso similar, nada más que la balconeada fue dada desde Twitter: Polina Kovaleva, la hijastra del Ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno de Putin, quien también presumió en redes su glamorosa vida:
El hilo del tuit explica todo el asunto.
A ella le confiscaron un departamento de más de 4 millones de libras esterlinas que adquirió al contado en la muy exclusiva zona londinense de Kensington, cuando nada más tenía 21 años y tan sólo era una estudiante.
Así como estos dos, ya son varios los casos en los que son las redes sociales las que ayudan a detectar propiedades de super lujo. He ahí otra historia sobre los beneficios/maleficios de subir todo a las redes sociales.
Por supuesto que esto no ha sido un tema exclusivo de las rusas presumidas, hemos visto a hijas de dirigentes sindicales mexicanos darse la gran vida a bordo de jets particulares y ciudades de Norteamérica y Europa aunque, hay que decirlo, nada al nivel de un mega yate (todavía). ¿Existirá por ahí un “Crucero del Bienestar”?
Moraleja: si vas a desviar dinero para adquirir propiedades de lujo, desde casas en el extranjero hasta mega yates, no permitas que tus familiares lo suban a Instagram.