Las encuestas y los focus groups son herramientas clásicas en la comunicación política. Estas técnicas permiten conocer más a fondo los intereses de los distintos votantes y, de esta manera, adaptar el discurso político para que tenga un mejor alcance y mayores probabilidades de éxito.
La irrupción de los smartphones y las redes sociales ha generado un volumen impresionante de datos sobre los usuarios. Cada vez que navegamos en redes sociales, damos un “me gusta”, dedicamos más tiempo a una publicación que a otra, buscamos un producto en Google, leemos una noticia o escuchamos una canción, estamos generando datos. Estos datos, al ser analizados con herramientas especializadas, pueden ayudar a crear perfiles ciudadanos basados en el comportamiento en línea. Esto, que parece futurista, ya es una realidad. Sin embargo, estos datos no son del todo privados, pues pertenecen a las empresas que administran las plataformas. Por ejemplo, quienes tienen acceso a la base de datos de Facebook pueden, en función de los comportamientos de cada usuario, crear perfiles de votantes que incluyan sus intereses, preferencias, y hasta qué tipo de mensaje político podría ser más persuasivo para ellos.
Esto es lo que hoy conocemos como Big Data: “un conjunto de datos extremadamente grande y complejo que no puede ser procesado eficientemente con herramientas tradicionales. Estos datos provienen de diversas fuentes (como redes sociales, sensores, transacciones, etc.) y se caracterizan por su volumen, variedad y velocidad”.
Un caso emblemático del uso de Big Data fue el escándalo de Cambridge Analytica. En 2016, esta consultora utilizó la información de casi 50 millones de usuarios de Facebook. Aunque los datos no se obtuvieron directamente de Meta, el caso generó una crisis de confianza en la compañía por la vulnerabilidad de los datos de sus usuarios. Con esa información, Cambridge Analytica logró identificar qué contenidos, temas y mensajes debía utilizar Donald Trump en su campaña para persuadir a un mayor número de posibles votantes.
Sin duda, el Big Data es el sueño de cualquier consultora, pero también conlleva una enorme responsabilidad. Su manejo debe estar regulado por los gobiernos, ya que un mal uso de estos datos puede no solo condicionar el resultado de las elecciones, sino también perpetuar a ciertos gobiernos en el poder, debilitando las instituciones y erosionando el sistema democrático.
A pesar de sus riesgos, el Big Data también tiene un gran potencial positivo en el ámbito gubernamental. Los enormes volúmenes de datos permiten a los gobiernos tomar decisiones más informadas, destinar recursos a donde más se necesitan y optimizarlos. Sin embargo, el desafío radica en crear herramientas que permitan el flujo de estos grandes volúmenes de datos, garantizando que se utilicen para el bienestar social y no para perpetuar el poder. En definitiva, se trata de un equilibrio difícil, pero crucial para fortalecer las democracias y mejorar la calidad de vida de las personas.