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Guerra, propaganda y desinformación

Dicen por ahí que, tanto en la guerra como en el amor, todo se vale.

Hoy nos encontramos en una auténtica guerra en que las redes sociales son usadas para tachar al bando contrario de ser pura propaganda y fuente de fake news. Aunque parece ser un tema de nuestros tiempos la realidad es que, desde que la humanidad es humanidad y desde que la guerra existe, la propaganda ha sido vital para gobiernos y ejércitos.

Por ejemplo, los romanos acusaban a los cartagineses de sacrificar bebés y realizar ceremonias demoníacas. El factor común siempre ha sido el de cancelar la humanidad del contrincante y transformarlo en un auténtico monstruo sediento de sangre.

Por supuesto que también se han dado casos mucho más sutiles; recuerdo en particular uno que se dio el siglo pasado:

Fue durante la Segunda Guerra Mundial que los países beligerantes comprendieron el peso de los medios de comunicación para esparcir y masificar propaganda. Los carteles y panfletos distribuidos entre los civiles eran funcionales, aunque carecían del poder y la penetración que era requerida.

Fue la radio, que era el medio de comunicación por excelencia de aquella época, el que se transformó en una formidable arma para hablarle a la “gente de la calle”, muchas veces sin importar de qué lado de la línea de fuego se encontrara.

Las distintas potencias utilizaron las ondas para propagar ideología, desinformación y propaganda tanto para los propios como para los enemigos. En los territorios del Eje era un delito capital siquiera atreverse a sintonizar la BBC. La emisora oficial británica transmitía en prácticamente todos los idiomas de los países ocupados.

Mientras que los medios alemanes mantenían un serio control sobre la información de se propagaba, sobre todo si esta era negativa, desde Londres llegaban datos y cifras que no sólo ayudaban a la moral, sino que también podía transformarse en una forma de socavar al enemigo desde adentro.

Por su parte los japoneses crearon todo un plan de desinformación a través de la radio con un programa llamado “Zero hour”; dentro de este resaltó la actuación de una mujer conocida como “Tokyo Rose”.

La estrategia consistía en transmitir música aderezada por los comentarios de una voz femenina que hablaba un inglés perfecto. Aunque se tiene la seguridad que fueron muchas las mujeres que participaron en este proyecto, el nombre de Tokyo Rose fue inventado por el inconsciente colectivo de los militares estadounidenses para nombrar a la misteriosa locutora, aunque ninguna japonesa lo aplicó de forma personal.

Lo que hacían estas mujeres era muy sencillo: presentar canciones y piezas musicales y, entre estas, divulgar material que en teoría estaba censurado por la milicia de Estados Unidos: tragedias y accidentes en la patria, informes sobre el número real de bajas y, sobre todo, una serie de mensajes en los que se hablaba como en “casa”, otros hombres estaban quedándose con los trabajos y las novias de los que estaban en el frente sufriendo de todo tipo de calamidades en una guerra que jamás podrían ganar.

Estudios posteriores a la guerra descubrieron que en realidad fueron muy pocos los soldados que llegaron a sentirse desmotivados y desmoralizados por causa de esta Rosa, por lo que, al parecer, todo el ejercicio fue en vano.

El lado humano de toda esta historia comienza poco tiempo después de terminada la conflagración: una mujer llamada Iva Toguri (¡oh la ironía! Nacida el 4 de julio de 1916), fue detenida cuando intentaba viajar desde Japón a Estados Unidos. Aunque era de origen japonés, contaba con la ciudadanía estadounidense y tuvo la maldita suerte de encontrarse de vacaciones en el país asiático cuando comenzaron las hostilidades.

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Su familia en Estados Unidos fue detenida y enviada a un campo de concentración mientras que a ella, en Japón, la marginaron por negarse a renunciar a su ciudadanía estadounidense y rendir juramento al emperador. Debido a todo esto su tarjeta de racionamiento le fue retirada y se vio obligada a buscar un trabajo para poder sobrevivir.

Gracias a su conocimiento del inglés se abrió paso en una emisora de radio y terminó siendo parte del equipo de locutoras del esfuerzo propagandístico de “Zero hour”. Ella se identificaba como Ann y más tardes como “Orphan Ann”.

El problema radicó en que luego de la guerra a ella le colgaron, de forma exclusiva, todo el numerito de Tokyo Rose, como si ella hubiese sido la única voz que participó en las emisiones niponas.

Fue trasladada de regreso a su país, juzgada por traición (sería la séptima persona en ser procesada por ello en la historia) y condenada a 10 años de prisión luego de un juicio muy escandaloso. Afortunadamente para ella, pocos años después fue liberada cuando el caso fue revisado desde una perspectiva más objetiva, aunque sólo obtuvo el perdón presidencial ‒y le regresaron la ciudadanía estadounidense‒ hasta 1976.

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Ahora, con la invasión a Ucrania, lo primero que hicieron los oficiales rusos fue retirar los teléfonos celulares de todos los soldados. El objetivo, por supuesto, era el de impedir que estos conocieran cualquier noticia ‒real o falsa‒ proveniente no solo de los medios locales, sino también impedir que se enteraran que ocurría fuera de su país o que pudieran contactar a alguien de casa.

En respuesta, las fuerzas ucranianas lo primero que hacen a la hora de capturar prisioneros, es permitirles que se comuniquen con la familia. Al parecer esas llamadas desde un país extranjero en medio de una guerra han causado más desmoralización que cualquier otro tipo de propaganda. Hay que recordar que la gran mayoría de esos soldados son jóvenes realizando su servicio militar y que no tenían ni idea que los estaban mandando al frente de batalla.

Una de las cosas que más me llamaron la atención durante la Guerra del Golfo en los noventa fue la gran cantidad de material visual al que tuvimos acceso gracias a la tecnología con la que contaban las grandes empresas de comunicación en ese entonces.

Sin duda alguna esta era de hiperconectividad el paradigma ha cambiado en gran manera ya que ahora no sólo estamos viendo a los medios sino también a cientos de miles de personas que, desde los múltiples frentes “suben” y distribuyen imágenes de los sucesos.

Una nueva forma de ver la historia.

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