Érase el año 2002 cuándo el profesor Richard Florida acuñó el término “clase creativa ”; refiriéndose a los grupos de personas que realizan actividades económicas que giran en torno al conocimiento y la creatividad. Hoy, más de una década después y muy a pesar de los detractores de su teoría que afirman que es imposible observar a este cúmulo de personas como una clase social, resulta evidente (por lo menos para éste servidor) que existe éste grupo que, si bien no comparte identidad de clase, sí comparte una identidad basada en hábitos de consumo, trabajo, comunicación e incluso vivienda.
Vivimos un momento en el que las artes, oficios y profesiones que antes requerían cierta especialización, se han convertido gracias al internet, en accesibles para cualquier persona que puede convertirse de la mano de uno o dos tutoriales y un poco de paciencia, en artista, creador y creativo.
Con la accesibilidad de redes sociales como Instagram y Pinterest, todo el mundo, sin importar clase social, edad o profesión tiene abierta la posibilidad de mostrar sus dotes creativas ante el mundo y detectar los del resto, se ha “democratizado la creatividad” y ello ha transformado la percepción y valor del concepto; cómo dice Steven Rodenbaum, autor de “Curation Nation”: “solíamos vivir en un mundo de disciplinas distintas; en la actualidad, las funciones del curador de contenidos son la moneda del reino y los consumidores se han convertido en creadores.”
El crecimiento de la clase creativa, a modo de freelancers, contratistas o trabajadores temporales ha impulsado el alza también de los creativos múltiples: aquellos que se desenvuelven en distintas ramas combinándolas para fortalecer su carrera y sus ingresos, entonces tenemos al diseñador que trabaja para una agencia medio tiempo, da clases en alguna escuela, y vende modelados hechos por sí mismo en alguna página web. Para retener a un miembro de la clase creativa se requiere una cultura laboral muy particular; éstas nuevas empresas alineadas al modelo de Silicon Valley, donde el trabajo se da a través del intercambio de ideas mediante estructuras y horarios flexibles sin que esto vaya en perjuicio de la productividad.
Hay un factor distintivo en esta clase creativa. A diferencia de muchos de los creativos de generaciones pasadas, no les da miedo ni vergüenza vender el producto de su creatividad y alinear lo que comunican a marcas con cuya ideología concuerdan. Desde videobloggers, twitteros hasta aquellos que han creado plataformas multicanal, están dispuestos a compartir su influencia con el mejor postor y cada vez son más las marcas que deciden sumar a sus esfuerzos comunicacionales, la “ayudadita” de éstos personajes y no es en vano; según Sean Ryan, director de marketing social y móvil de J.C. Penney Co., “A menudo vemos el doble de impulso en la atención que recibe un producto cuando usamos un influyente en Pinterest”.
El precio por publicación a esos niveles en Instagram y Pinterest oscila entre los 5,000 y 15,000 USD, además de que muchos influencers brindan servicios de asesoría en temas como promoción cruzada, programación de posicionamiento de producto y un largo etcétera… así que ustedes dirán si la creatividad es o no negocio.
Mencionaba en un principio la vivienda como factor común, y es que, antes la gente buscaba vivir en los suburbios y la periferia de las grandes ciudades, dónde se pensaba que resultaba menos caótica la vida y las propiedades mucho más baratas. Sin embargo, desde la década de los noventa, los “creativos” buscan vivir en lugares donde se pueda tener fácil acceso peatonal a comercios, restaurantes y parques, donde la interacción e intercambio de ideas sea fácil. Buscan la restauración de viejos edificios para volverlos nuevamente habitables, cercanía con espacios públicos y de esparcimiento. En la Ciudad de México lo vivimos con el boom de zonas como la colonia Condesa, la Roma o Coyoacán.
Una vez desmenuzada y comprendida, el reto está en lograr que la industria, el urbanismo y la sociedad en general se acoplen e impulsen éste nuevo modus vivendi. Los “nidos” de economías exitosas y cuya clase creativa está cambiando al mundo (Desde Silicon Valley a Londres, pasando por Boston) se caracterizan por contar con Universidades de alto nivel, y que optimizan sus esquemas educativos enfocadas a perfiles de investigación de todo tipo y sin afán de sonar pesimista, en México, lamentablemente, estamos muy lejos de tener suficientes. Y para nosotros, el reto está en acoplar nuestro modelo de creatividad a esta nueva tendencia de tal forma que beneficie a ambos jugadores: a nosotros como agencia y a la clase creativa como proveedores.
¿Están dispuestos a aceptar el reto?
Platiquemos @FerFamania