Cada sector de la economía de cualquier país tiene su propia “navidad”; una fecha en la que, de manera repentina, todo mundo se acuerda de su existencia y acuden a consumir o comprar debido a la moda. Por ejemplo: las compañías de ballet en Estados Unidos hacen su mejor taquilla en época decembrina al programar “El Cascanueces” mientras que los que venden televisiones tienen en los grandes eventos deportivos su época dorada.
Dicen las malas lenguas que la celebración del 14 de febrero fue una especie de acuerdo comercial en el que establecieron una fecha para crear una época de consumo entre Navidad y Semana Santa y, aunque es imposible negar el espíritu netamente mercantilista de la época, hay que decirlo, es una tradición religiosa de larga data.
Mártires del amor
(Parece título de bolero)
Dice la leyenda que San Valentín era un obispo que vivía en Roma y que casaba parejas cuando estaba prohibido que lo hicieran a través de ceremonias cristianas. Dice la tradición que su última acción antes de ser martirizado fue mandar una carta de amor a una chica a la cual había curado de forma milagrosa. Aquel último mensaje lo firmó como Valentine (la versión en inglés de su nombre).
Lo que no se sabe hasta la fecha es quienes fueron los que lo martirizaron: los romanos o las personas que había casado. Sin embargo, eso le valió para hacerse santo patrono del del amor romántico.
Cursis como pocos, los ingleses victorianos no tuvieron ningún empacho en inventarse esta leyenda y de paso bautizar a los mensajes entre enamorados como “Valentines”.
En esos entonces las cartas y tarjetas eran hechas a mano por los propios interesados y la celebración se transformó en un auténtico evento; fueron los gringos —que todo lo echan a perder— a los que se les ocurrió la idea de vender las tarjetas con mensajitos y con imágenes alegóricas.
Por supuesto que también se encargaron de transformar la sencilla tradición en uno de los fenómenos mercadológicos más curiosos: Fueron capaces de convencer a millones de ingenuos que, si no demostraban su amor a través de tarjetas, flores, chocolates, regalos y visitas a restaurantes bien finolis, no merecían el mínimo respeto ni como amantes, ni como seres humanos.
El tren del amor
De ahí que gente de todos los sexos y todas las edades aprovechen la fecha para darle vuelo a la concupiscencia; no importa que sean cincuentones de pelo pintado y “felizmente” casados por años con otra mujer, están dispuestos hasta a pedir prestado con tal de subirse al tren y celebrar el dichoso día.
Y por eso me refería al muy hispánico sector de los hoteles de paso y todos los locales que rentan habitaciones por hora. Ese día es el mejor del año, cuando los mexicanos —que de todo tienen que hacer un evento erótico—, se gastan hasta lo que no tienen con tal de llevar a la novia o amante a uno de estos lugares que, por la época, ofrecen paquetes que incluyen algunas amenidades que van desde vino espumoso hasta la música en vivo.
Tríos no, porque iría en contra del espíritu de la fiesta.
En el año 2020, justo antes de que el malvado bicho nos quitara la posibilidad de los arrestos carnales en vivo y a todo color, los comerciantes reportaron ventas de 22,800 millones de pesos durante el día del amor.
En fin, si la semana que entra piensas celebrar el 14 de febrero con el ser amado eterno o en turno, es momento de planificar reservaciones, apartar flores, adquirir regalos…
…tampoco olvides los globos, pa’la fiesta.
¡Llegan los deinfluencers!
Según la revista Daze, ha comenzado en Estados Unidos un movimiento a través de las redes sociales en el cual las recomendaciones son exactamente las contrarias a las que realizaría un influencer normal.
Por ejemplo, esta chica, una deinfluencer, hace una lista de los productos que no deberías de comprar y cuáles son las razones. El servicio también incluye las alternativas más baratas y sencillas:
Ya existe toda una comunidad en Tiktok que va bajo el Hashtag #deinfluencing; aquí la liga.
El artículo atribuye esta nueva tendencia a dos razones principales: la conciencia que muchos están desarrollando sobre los graves problemas que nos trae el sobreconsumo y, por la otra, que la crisis económica ya se empieza a reflejar en el bolsillo de la gente.
Este movimiento, que empezó junto con el año, también se ha transformado en un mordaz critico de todos aquellos que bajo la etiqueta de influencers reciben contratos millonarios para promocionar productos que a veces ni conocen y ni usan.
Un tema que, en lo personal, me parece ampliamente superado ya que se necesita ser muy inocente para creer que los dichosos influencers hacen de manera desinteresada algo que ya parece sacado de los peores días del programa “El Club del Hogar”.
Capaz que lo que sigue es comenzar a pagar a los deinfluencers para que digan barbaridades de nuestra competencia.
¡No me extrañaría ni tantito!