Días atrás recibí una invitación para impartir un workshop de creatividad en la ciudad de Tijuana. Si bien mi pasaporte registra numerosos sellados en México –soy argentino– era mi primera vez en «La Esquina de México». 9.978 kilómetros separan mi ciudad de Tijuana. Gran parte del tiempo empleado en llegar a destino lo usé para pensar qué iba a encontrar: cómo sería la ciudad, su ambiente y relación con la frontera, pero, sobre todo, ocupé mi mente en “modo alerta”. Vamos, que cuidara mis pertenencias, que paseará por ahí y no por allá, que las noticas teñidas de rojo, que la inseguridad, etc. El relato de la frontera habitaba en mí. Una construcción mental y personal con base en la interpretación de hechos y noticias de terceros.
El workshop fue un éxito. En Tijuana me atendieron y consintieron de maravilla mas no es el eje de esta columna. En cambio, permítanme compartir la inmensa y gratificante sorpresa que fue descubrir una ciudad joven, moderna, pujante y emprendedora. Una sociedad que no tapa el sol con las manos: que se hace cargo de lo que fue y que hoy declama a viva voz lo que son. La ciudad vive una transformación. Sus habitantes son protagonistas y testigos de que el cambio es posible. Así lo sienten y expresan. También son protagonistas y testigos de la dificultad que conlleva comunicar y validar tales cambios. Un proceso lento y lleno de prejuicios.
Inmediatamente comprendí que las heurísticas y normas cognitivas, que todos tenemos dentro y que nos sirven como atajos mentales para la toma de decisiones, estaban haciendo su parte y que el software Tijuana necesitaba ¡ya! una actualización. El momento era ahí y ahora.
El relato de la frontera habitaba en mí, pero, como dice la canción «aquí es todo diferente…». El propósito durante mi estadía consistió en derribar mis muros mentales para cimentar nuevos, de primera mano.
Tenemos un sesgo poderoso a quedarnos con lo que ya adquirimos; a no cambiar el curso de la acción. A menos que exista una razón poderosa para cambiar, dejamos que nuestra mente opte por lo que ya se ha decidido.
Si pensamos siempre de la misma manera y buscamos las respuestas en los mismos lugares, obtendremos, siempre, los mismos resultados. El 95% de nuestros pensamientos de hoy son iguales a los de ayer y a los de mañana. Eso no está mal y ocurre porque el cerebro es muy eficiente. Es como si él te dijera: «para qué me voy a poner a pensar algo distinto si ya lo sé, ya lo conozco, ya lo viví y lo entiendo».
En la agenda de la creatividad, el descubrimiento y la curiosidad son actores principales para la alimentación de la imaginación. Y todos sabemos que una imaginación con todos sus nutrientes nos inspira para crear nuevas soluciones, historias y mundos. La creatividad es la que pone esa creación en contexto y le da un sentido y la innovación es la que desarrolla e impulsa ese sentido creado para asegurarse que éste sea novedoso en su campo.
Cuanto más amplias y diversas sean nuestras fuentes de inspiración –pensamiento racional e intuitivo, experiencias, vivencias, emociones y conocimientos–, mejores chances tendremos para desarrollar el pensamiento creativo en cualquiera de las situaciones en las que sea necesario aplicar nuestra creatividad, entendida esta como un talento humano innato que hay que alimentar –actitud– y entrenar –trabajo–.
Porque la originalidad consiste, a menudo, en la vinculación de ideas cuya conexión no se sospechaba. Porque la creatividad no ocurre cuando estamos aislados sino cuando provocamos interacciones con los elementos del contexto donde queremos generar ideas. El desafío consiste en detectar los atajos mentales y darle pelea a las fronteras que encorsetan los pensamientos. Porque así podrás cambiar las respuestas o hallar nuevas soluciones.
Actualiza tu software cerebral. Deja a una lado los prejuicios y observa con nuevos ojos, desde otro ángulo, el mundo que te rodea. La experiencia te enriquecerá como persona y, desde ya, estarás fomentado tu actitud creativa y, ya sabes, que las ventajas de potenciar el espíritu creativo son muchas.
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