El pequeño Marx
Cuando estaba en la Preparatoria y pase a la Universidad para estudiar Ciencias de la Comunicación, el propio ambiente de la Facultad de Ciencia Políticas y mis cursos de Sociología me llevaron a considerar en la idea del materialismo histórico (comúnmente conocido como Marxismo) como la explicación científica reinante respecto a cómo debe funcionar la sociedad.
Ese jovenzuelo que casi casi cargaba a todos lados con el martillo y la hoz, se fue institucionalizando de tal modo que pausó la idea revolucionaria para dar paso a un respecto de los organismos sociales y la forma en que funcionada el Estado Capitalista que propugnaba por actitudes de “libertarianismo” más que de libertad real.
El paso del tiempo, las materias, los trabajos en la iniciativa privada y, sobre todo, mi incorporación en varias dependencias de gobierno, hicieron que relajara mi postura y me fuera “descafeinando” en algunas de mis convicciones.
Rebasando por la izquierda
A últimas fechas, precisamente por el ambiente político, gubernamental y jurídico en el que me desarrolle, lejos de alejarme de esas ideas, me volví un sujeto más “rojillo” que el mismísimo diablo, entendiendo que dentro la sociedad en que vivimos difícilmente tomaré una postura ultra revolucionaria que me lleve a tomar las calles, sin embargo, sí una visión de justicia social por más leyes y constitucionalidad que se me diga.
Este preámbulo digno del Manifiesto Comunista es para dar entrada a una de las reformas más controvertidas de los últimos años porque involucra dos sectores sociales muy marcados: los trabajadores y los patrones. Esa reforma, evidentemente en materia laboral, busca establecer una reducción de la jornada laboral semanal de 48 a 40 horas.
Empresarios uníos por la explotación
Una discusión simple, fácil de digerir, se ha radicalizado por unos endebles argumentos de la clase empresarial del país, habiendo algunos que señalan que, prácticamente, aprobar una reforma de ese calibre, traería consigo una catástrofe económica nunca antes vista en todo el planeta al grado de aumentar la inflación, generar un desempleo histórico y, por lo tanto, incrementar la informalidad que tanto duele en un país sin derechos laborales dignos en la realidad.
Esta reducción de la jornada fue presentada a través de varias iniciativas de reforma que en abril pretendieron dictaminarse, sin embargo, hubo una presión por parte de sectores dentro de la misma Cámara de Diputados y grupos empresariales para que no se tomara una decisión aún en el entendido que muchos elementos que estaban sueltos debían resolverse. Para ser honestos, debemos decir que esta petición no sólo es justa sino necesaria siempre que se dictamine una iniciativa de este calibre. Tristemente no es siempre así.
Lo anterior porque lo que se denomina Parlamento Abierto es un ejercicio de debate y análisis en el que se incluye a los sectores sociales involucrados, a fin de contar con elementos técnicos de especialistas en la materia que hagan que se tome una decisión pensada. Este ejercicio se llevó a cabo precisamente por el peso de la fuerza de las cámaras empresariales, de tal manera que, ojalá este tipo de foros se abrieran a muchas de las iniciativas que basta con 300 “levantadedos” que ni siquiera conocen la materia.
Abierta la discusión
Pues bien, ese análisis, acordaron, se llevaría a cabo en foros abiertos entre empresarios y legisladores que corresponderían a diversas fechas, la última de ellas el 21 de noviembre en el que presentarían los resultados de los foros para, entonces sí, poder pasar a una votación con todos los elementos jurídicos y de hecho.
Lejos del contenido de la decisión final, debemos decir que, esa jornada de 40 horas laborables es un elemento común en muchos países del mundo, además de la manifestación de la propia Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico que señala que México es uno de los países a nivel mundial que tiene mayor número de horas trabajadas por persona, situación no recomendable por simples razones de productividad pero, sobre todo, de salud.
Adicional a ello, el salario mínimo de nuestro país es de los menos competitivos dentro de los países miembros de la OCDE, ello sin considerar las prácticas de la “pizza-horas extra”, la “puesta de camiseta”, la “afuera hay muchos que quieren tu trabajo” y la “somos una familia”. Es decir, la explotación laboral es una constante en Latinoamérica sin que la clase empresarial entienda que la distribución de la riqueza no es un favor, sino una necesidad derivada del funcionamiento de un sistema que cada vez está más cerca del colapso por la rapacidad, insensibilidad y acumulación monstruosa que acelera las desigualdades.
No es un favor
Reducir la jornada laboral es pensar que los trabajadores son seres humanos que requieren descanso y tiempo de esparcimiento con sus familias, tanto como los dueños de la riqueza que descansan en yates, vacacionan en el extranjero y no se preocupan porque sus ganancias no les del lo mínimo para comer.
Más allá de intereses cupulares, la reforma de reducción de la jornada debe pasar y debe pasar sin amenazas de despidos o eliminación de beneficios, ya que, de lo contrario, el Estado tiene la fuerza normativa de sancionar a quienes, por no sacrificar condiciones humanitarias, puedan llegar a perder un negocio que si se sostiene y obtiene ganancias exorbitantes es gracias a que la teoría económica nos dice que la plusvalía es el producto del trabajo alienado del empleado que nunca recibe ante la lejanía que tiene con la propia mercancía.
En ese sentido, todas y todos aquellos que tengan una empresa deberían ir considerando en tomar medidas para implementar una reforma que, de una vez les aviso, no entrará en vigor al día siguiente, sino que tendrá un espacio considerable para que las compañías tomen las medidas conducentes.