¡Ponte la camiseta!
Dentro de toda la vorágine que se desató en torno al senado y el circo que se hizo para poder pasar una serie de reformas ordenadas por el presidente de la república, una de las omisiones legislativas que más llamó la atención fue la de la reducción de las horas laborales semanales de 48 a 40 horas, es decir, un día menos.
Cacareada por algunos como un logro más del régimen en favor del pueblo trabajador, fue criticada de inmediato tanto por la fracción panista, los empresarios, así como por muchos autonombrados gurús de la productividad.
Para ellos es muy mala idea el hecho de que la gente tenga acceso a una vida más equilibrada y les parece que una medida de estas características sólo podría acarrear años de oscuridad y caos.
Curiosa forma de pensar para un grupo que se ha encargado de propagar ciertos “valores laborales”, reglas no escritas que cualquiera que quiera el éxito en el mundo corporativo tiene que acatar: contar con una estricta hora de entrada pero un limbo indefinido para la hora de salida; es mal visto retirarse en punto del horario y eso solo lo hacen quienes “no están comprometidos” con la empresa.
La frase “ponerse la camiseta” es ahora sinónimo de dejar todo en el cubículo de la oficina, desde el aliento y la juventud hasta una vida familiar razonable. Por supuesto que los escasos momentos dedicados a los seres queridos bien pueden ser interrumpidos por una llamada o un whtasappaso en deshoras: “Todos tenemos que estar pendientes y listos para cualquier eventualidad” es uno de los mantras de la cultura organizacional de esta era en el México chicharronero que vivimos.
Por supuesto que, para esta forma de pensar, es toda una afrenta que alguien pretenda establecer un horario de trabajo claro, bien delimitado y, además, reducido.
Pero pueden descansar tranquilos —mientras sus empleados dan el 110 por ciento—, la pequeña luz de esperanza que esta legislación trajo a millones de trabajadores bien encamisetados, pronto se diluyó. Fue el propio partido en el poder quien se encargó de echar para atrás todo el tema y colocarlo bajo la alfombra del olvido.
Dormir es para débiles
Otra de las falacias que he escuchado en esta tóxica cultura es relativa al sueño. Al parecer si alguien pretende dormir las ocho horas que le corresponde a una persona normal (por lo menos a la mayoría), es una clara muestra de debilidad. Alguna vez alguien me miró de forma despectiva, cuando dije que yo era muy estricto con mis horas de sueño, y me presumió que lo normal para él eran apenas unas tres.
La altura moral desde la que me lo dijo, me causó un poco de acrofobia.
Leo ahora en el sitio de Vice que ciertos investigadores están haciendo un esfuerzo verdadero para encontrar la forma de “prender” un gene que sólo está activo en aquellas personas que requieren de pocas horas de sueño. Es sabido que algunos afortunados pueden vivir de manera sana y normal durmiendo menos horas que el resto de la gente.
La idea es la de crear un fármaco —podría ser una pastilla— que obligue de forma artificial a que nuestro cuerpo no requiera tantas horas de sueño.
Los personajes que hablan sobre esta investigación sonríen a la cámara y hacen una pregunta en un tono demasiado optimista para mi gusto:
—¿Se imaginan la productividad que podría alcanzar la humanidad si todos pudiéramos trabajar una hora más?
¡Me lo imagino!
Todos aquellos que odiaron el tema de la semana de cuarenta horas se sentirían felices de saber que pueden agregar todavía una hora más a sus empleados
—¿Para qué te vas a tu casa si ni siquiera tienes sueño? ¡Ponte la camiseta y quédate por lo menos hasta las tres! Mira, les traje pizza”.
Por supuesto que, al no necesitar sueño, pues podríamos volver a esquemas anteriores como una semana de 60 u 80 horas. ¡Ya no necesitan dormir! Seguro que nuestros legisladores encantados la harían constitucional junto con la obligación de consumir la píldora de forma demostrable (pagada por el trabajador, faltaba más, esto no es beneficencia).
En un país donde los patrones ignoran las leyes laborales y la mayoría de los empleados se encuentran atrapados en un círculo vicioso de empleos mal pagados y horarios agotadores, este tipo de noticias más bien parecen maldiciones.
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