¿Qué pasa después de las marchas del 8 de marzo?, ¿las vallas son retiradas y las pintas borradas?, ¿las mujeres regresan a sus casas?, ¿la consigna de fin a la violencia y al pacto patriarcal se almacenan en un cajón hasta el año siguiente?, ¿las narrativas en cualquier ámbito, incluyendo el publicitario, siguen siendo determinadas por los hombres?
En efecto, las marchas no cambian las situaciones de un día para otro, como tampoco lo hace ningún político y ninguna buena intención que no se transforma en acción cotidiana.
Las transformaciones sociales suelen ser paulatinas, pero no silenciosas, tienen costos altos, como la creciente violencia contra las mujeres, pero es un costo que está claro, hoy están dispuestas a correr.
Se calcula que cada año entre 11 mil y 12 mil niñas son violadas y los feminicidios han crecido 11 por ciento en los últimos cuatro años, situación que se ha exacerbado con la pandemia, porque muchas mujeres han tenido que pasar el confinamiento con sus acosadores.
Además, el Banco Mundial reconoce que las mujeres en el mundo se enfrentan a leyes y regulaciones que limitan sus oportunidades económicas, lo que se ha acentuado con el Covid-19.
En términos de desempleo tras la pandemia, son las mujeres quienes más lo han padecido y un porcentaje importante debe permanecer en casa cuidando a los hijos.
Por esas razones, el movimiento feminista se reconoce como legítimo, auténtico, autónomo y genuino, pese a la narrativa de desdén, descalificación e intención ciega de cambiar el reclamo de fin a la violencia física y de las múltiples violencias, por golpeteo político.
En efecto, los discursos institucionales tras las marchas buscan acallar el reclamo y las razones de ser del movimiento feminista, reduciéndolo a la calificación simplista de que las mujeres que participan en él son encapuchadas, desmadrosas, histéricas, destructivas, abusadoras de policías y violentas.
Pero el reduccionismo olvida mencionar las violencias cotidianas contra las mujeres, las que sí son añejas pero que alcanzan el presente como resultado de un pacto patriarcal de siglos, perpetuado en efecto, tanto por hombres como por mujeres.
Aquí algunos números que pueden ilustrar de dónde provienen la rabia, el enojo y el disgusto que se expresa en las marchas y en las consignas, y que vale tener presente todos los días para no quedarse con los calificativos triviales:
- Un tercio de las mujeres en el mundo sufre violencia física y sexual
- 736 mujeres en el mundo sufren este flagelo a manos de su pareja o persona cercana
- Casi 21 mil mujeres y niñas en México permanecen desaparecidas
- 90% de las mujeres no localizadas en México son niñas de entre 10 y 17 años
- 200 mil mujeres sufren insultos, golpes, abuso sexual, maltratos y amenazas en sus hogares, a manos de su familia nuclear o extendida en México.
Fuentes: Banco Mundial, ONU, OMS, Secretaría de Gobernación.
Ahí tienes tan sólo cinco datos para recordar y, si se quiere también para comparar con las vallas que cercaron Palacio Nacional, y que se apropiaron las feministas para depositar flores, pintar consignas y nombres de las mujeres asesinadas o desaparecidas.
Cinco datos que explican un poco el origen del enojo de las mujeres, quienes saben que cada conquista les cuesta y cada paso ganado al patriarcado es pagado con violencia, y que los feminicidios son la cara más brutal de ello, sin olvidar las otras tantas violencias: económica, laboral, legal, psicológica.
Y para quien sigue aferrado al reduccionismo y lo quiere entender como odio al hombre, va la aclaración: Las feministas del siglo XXI saben que su movimiento no va a trascender si no se vuelve una cuestión de hombres.
Se trata de “la deconstrucción y construcción de nuevas masculinidades que no busquen imponer, que no se relacionen a través de la violencia, y que no sean una situación de dominación y poder”, eso es lo que consolidará verdaderamente al feminismo, en palabras que le tomamos prestadas a la analista Paula Sofía Vázquez.
Justo en la conformación de esas nuevas masculinidades, bien podrían transitar los discursos políticos y también los publicitarios, y todas las narrativas cotidianas. No en deslegitimar o en la apropiación banal de las consignas del movimiento feminista, que concede o pretende explicar que las mujeres tienen derechos, pues ya se sabe que los tienen y el tema es que son violados.
Esa es una de las rutas que podría tomar el movimiento feminista tras el 8M. Si bien no hay un liderazgo con un rostro que se convierta en bandera, o un partido que lleve a las urnas sus demandas, la horizontalidad de ese movimiento y su autenticidad, lo obliga a trabajar y a luchar en la construcción de relaciones menos desiguales todos los días.
Reiteramos que el feminismo es un tema que implica la participación tanto de mujeres como de hombres, y de razones más de que de descalificaciones.