En el entorno en el que hoy vivimos, el papel que jugamos quienes consumimos información, es tan relevante como peligroso. ¿Por qué? La respuesta es fácil: cada uno tenemos la capacidad potencial de distribuir datos, versiones, historias, anécdotas relativas a un hecho, con total libertad para ser contado a quien queramos, literalmente.
Lo grave no es que compartamos nuestras opiniones, vivencias o apreciaciones acerca de cualquier situación; lo realmente preocupante es que exageremos, condimentemos las historias, incluyamos datos o información no comprobada, que alguien más quizá nos contó… y todo eso en su conjunto se convierte en el caldo de cultivo ideal para desinformar y generar desconfianza, desequilibrio y mucha incertidumbre.
De forma tan súbita como quien inicia un chisme en cualquier lugar sólo por experimentar la reacción, por ocio o por ganar protagonismo, así se detonan toda clase de informaciones falsas, orquestadas no sólo por personas de a pie, sino por medios de información, incluyendo portales o blogs con poca relevancia editorial, medios de mediano peso, así como periódicos y noticiarios de televisión que están atentos -como inocentes e inexpertos estudiantes de segundo semestre de periodismo- a los rumores de “quién sabe quién” a manera de declaraciones de primera importancia. Sí, así está compuesto nuestro universo de opinión.
Desde el señor de la tienda de la esquina hasta la reportera con hambre de fama tienen la posibilidad de gozar por un momento de las mieles de la atención de todo un país; pueden acceder a un cachito del cielo de la credibilidad. Pensémoslo… resulta muy tentador imaginar que al esparcir un rumor tendremos un poquito de fama, atesoraremos una versión única de la historia y claro, saborearemos que fuimos parte, que salimos en la foto.
Sin embargo, hay que ser justos: la situación que enfrentamos en materia de desinformación en nuestra sociedad, no solo es responsabilidad de quien crea información de manera irresponsable, sino de quien la consume, la cree y la replica. Cuidemos nuestras palabras siempre, no solo si vamos a hacer un video que luego subiremos a nuestras redes sociales, sino en cualquier conversación, con cualquier persona. Las palabras son el mejor vehículo para potenciarnos o sabotearnos. Lo que decimos es siempre nuestra responsabilidad y de nadie más; además, en la actualidad, también somos responsables de todo aquello que posteamos en nuestros diversos muros virtuales, aunque no lo hayamos dicho de primera mano nosotros.