Seguramente en más de una ocasión te has dedo cuenta que estás oliendo profundamente algo apestosamente asqueroso, en lugar de cubrirte la nariz… o te quedas hurgando con la mirada hasta el último fierro retorcido de un vehículo accidentado, como buscando algo que de verdad no queremos ver porque resulta terrorífico.
Es como ir al cine a ver películas de terror, o buscar desesperadamente en el streaming esa serie que tiene a todo mundo picado por mostrar las actitudes y acciones más miserables de nuestra especie, y que sacan de nosotros al enfermo masoquista que tenemos dentro.
Como seres humanos, tenemos ese chocante y despreciable hábito de tener un arraigado morbo maligno de sufrir secretamente con algo que es desagradable en extremo y que inconscientemente no podemos evitar.
Pues ahora resulta que la tecnología ha tenido una importantísima contribución a incrementar esa manía que, además, la pandemia nos la vino a agudizar con una intensidad aplastante.
Lo que los científicos han definido como doomscrolling (una suerte de exploración dañina) es esa incontenible y oscura necesidad que tenemos de profundizar acerca de noticias horribles que de repente nos aparecen mientras estamos navegando en internet, como si las estuviéramos esperando con toda emoción.
La razón por la que esto se ha agudizado es que en esta contingencia buscamos nuevas formas de entretenimiento y este placer mundano nos las brinda.
Peor aún: en el pasado veíamos estas noticias y al terminar el noticiero terminaba nuestro deleite. Ahora no… ¿te has cachado que se te van horas viendo las mismas fotos de diferentes ángulos una y otra vez, tratando de descubrir algo que no viste en las otras.
Hoy no tenemos límite ni de tiempo ni de fuentes. Todo está ahí para satisfacer ese goce casi enfermo e inexplicable.
Bueno, ni tan inexplicable. Resulta ser que, al estar consumiendo casi obsesivamente ese tipo de contenidos, nos tranquilizamos. Sí, las horripilantes cosas que les suceden a los demás nos traen calma, porque nos reafirman que nosotros estamos bien.
Peor aún, al profundizar acerca de esos temas que estamos indagando tenemos la sensación de que nos estamos informando para evitar caer en lo que esos pobres que estamos viendo sufrir en las crónicas, lo cual nos trae el placer de hacernos sentir inteligentes. Nos sentimos poseedores de la verdad, con autoridad para decirle a los demás lo que deben y no deben de hacer.
Y entonces… Te podrás imaginar que el placer inherente trae consigo el alto riesgo de hacernos adictos a este hábito tan extraño pero común. Ésa es la mala noticia.
La buena noticia es que, una vez sabiendo que esto existe y que ya lo adquirimos, podemos cambiar nuestro comportamiento y convertir el doomscrolling en joyscrooling (o exploración feliz) y parar ese masoquismo dañino que nos estamos provocando.
La solución clave seguramente ya la anticipaste: tenemos que evitar esos contenidos que traen consigo ese casi lujurioso morbo y exponernos a noticias que nos nutren las emociones positivas, especialmente en estos tiempos de miseria anímica, por donde la veas.
Al bloquear, esconder o evitar tales publicaciones, el algoritmo aprende y te empieza a traer más positivismo en tus navegaciones.
No es sencillo, te lo prometo, pero una vez que empiezas la inercia continúa casi sin darte cuenta.
La tecnología es una verdadera maravilla, solamente hay que tomar decisiones al consumir sus contenidos.
Por cierto, hace años que dejé de ir al cine a sufrir. Tampoco veo series ni películas en streaming que me pongan nerviosa. Para eso, la vida se pinta sola. Curiosamente, desde que adquirí ese hábito duermo mejor y mi sistema digestivo funciona impecablemente, sin gastritis ni colitis ni todas esas cositis que padecen las generaciones posteriores a mí que se dicen estar en pro del bienestar.
#JoyscrollingEsBienestar