Los seres humanos solemos ser catastróficos. O extremistas. Y en nuestro negocio lleno de personas creativas, ese perfil tiende a abundar más que en otros sectores.
Cuando el fracaso se nos atraviesa, tendemos a ser fatalistas y pensar que va a ser para siempre. Que permaneceremos en esa situación hasta el infinito y más allá, y que jamás saldremos del hoyo. Aquí pueden suceder dos cosas: o te tiras al tramafat hasta que la depresión te consuma (pueden pasar años) o el tropiezo te sirve como un zape en la nuca que te hace despertar para dar un gran paso. Pero sea cual sea tu salida, la de corto o la de largo plazo, la experiencia va a servirte de gran aprendizaje y (casi) seguro no te vuelve a pasar.
El caso es que el fracaso es pasajero… pero el éxito también.
Cuando establecemos una meta y la alcanzamos hasta consolidarla, tendemos a pensar que ese logro va a ser para siempre. Nos acomodamos en él en una zona de confort, en una especie de ‘ya la hice’ y no hacemos mayor esfuerzo ni establecemos la meta que sigue… ‘¿como para qué, si ya llegué?’. Y es cuando el éxito se convierte en tu peor enemigo. Pensamos que hasta ahí debíamos de llegar o creemos que estaremos en la cumbre eternamente.
Debemos de entender que el éxito es la conclusión de una etapa, que marca el inicio de la siguiente. El no continuar construyendo nos puede dejar con desventaja ante nuestros competidores (quienes quieran que éstos sean), ante nuestra propia industria y -lo más importante- ante nosotros.
Quienes dejan de tener planes, envejecen más pronto #TeLoFirmo