Día del juicio final: es fecha que algunos aleluyos muy religiosos evocan con lágrimas de emoción adelantada; la destrucción del mundo, el final de los tiempos, la jornada que tarde o temprano llegará para castigar a los pecadores o, en su caso, a aquellos que no creyeron y no se prepararon.
Por supuesto que hemos tenido muchas falsas alarmas; desde que tengo memoria el mundo ha llegado a su final por lo menos un par de docenas de veces, desde terribles profecías dictadas por individuos que tienen derecho de picaporte con personajes divinos hasta cibernéticos que pensaron que poner la fecha con dos dígitos para el año era buena idea.
Recuerdo un caso en particular de una falsa alarma apocalíptica: un individuo que estaba muy colocado con sales para baño la emprendió a mordidas en contra de un policía, luego de que éste lo detuvo en una autopista de California.
De inmediato se comenzaron a inundar las redes sociales de expertos afirmando que este podría ser el primer caso de un apocalipsis zombi. Los muertos vivientes no tardarían en transformarse en legión.
He de decir que un final del mundo protagonizado por “zombis” se me hace la opción más idiota. Como aficionado a la ciencia ficción puedo comprar la idea de meteoritos fuera de control alienígenas carnívoros y hasta simios dirigiendo los destinos del orbe, sin embargo, las historias de zombis siempre se me han hecho demasiado infantiles. No me cabe en la cabeza la idea de que criaturas en franca descomposición tengan la capacidad de destruir la civilización. Durante un verano caluroso se desintegrarían en poco menos de una semana y listo. Adiós a los come-cerebros.
Por fortuna, esta vez los muertos vivientes no se transformaron en amenaza y delegaron el final de los tiempos a emisarios más mundanos y creíbles.
Los rusos, al contario de los zombis, están ahí y son capaces de mucho peores barrabasadas que un grupo de carroñas caminantes, aunque al parecer cuentan con una capacidad cerebral muy similar.
A toda esa generación que vivió con miedo a los zombis en vez de temer a las huestes del ejército rojo, les puede parecer muy rara la situación que estamos viviendo. Desde la guerra fría, que terminó por ahí de 1990, no teníamos a un megalómano a cargo del botón rojo del Kremlin y esto está comenzando a perecerse mucho a la era de esplendor de la Unión Soviética.
Uno de los fenómenos que generó la Guerra Fría original, sobre todo en Estados Unidos, fue una cultura de preparación para el apocalipsis nuclear, los abuelos de los “preparacionistas” de hoy en día. La gran diferencia es que en aquellos entonces las causas del final estaban muy claras: iban a llover misiles atómicos y, para sobrevivir, era necesario tomar acciones drásticas.
Mucha gente construyó refugios nucleares en sus propias casas y los equipó para sobrevivir bajo tierra la catástrofe nuclear. Esa cultura de prepararse para lo peor ha sobrevivido en algunos círculos, aunque estos han dejado de ser “realistas preocupados” para transformarse en “orates conspiracionistas” que tienen la seguridad que el gobierno quiere meterlos en campos de concentración, pero antes, alterarles su ADN con inyecciones y chips sensibles a las señales 5G.
Va a ser sumamente gracioso (no va a quedar más remedio que reírse) cuando estemos en medio de la lluvia radioactiva, aquellos loquitos van a estar gritando “se los dijimos” detrás de las puertas blindadas de sus bunkers resistentes al Juicio Final.
Dicen que tiempos desesperados requieren de medidas desesperadas y es que, como nunca se había visto desde la Crisis de los Misiles Cubanos, el mundo está entrando a una etapa de desesperación y carencia de fe en el futuro. Dos jinetes del apocalipsis, La guerra y la epidemia parecen haberse liberado (sin olvidar la crisis climática) y, para muchos, es un claro ejemplo del final de los tiempos. Si a esto le sumamos la realidad por la que discurre la política y la administración de nuestro país, pues la cosa está para ya ni comprar plátanos verdes.
¿Es momento de llamar a los músicos y esperar de manera paciente que el trasatlántico se vaya a pique?
[Colocar aquí todas las frases hechas sobre crisis oportunas, problemas, puertas cerradas y ventanas abiertas, etcétera]
Lo he dicho otras veces y lo he escrito en otros lados. Le tengo demasiada fe a las generaciones que están llegando a suplir a la vieja guardia. Como muchas veces ha ocurrido, tarde o temprano saldremos de estas o, a lo mejor, llega una peor que nos las hace olvidar.
¡Música, maestro!
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‒Algunas empresas crecen y se desarrollan, otras, simplemente se ponen obesas.