Marchar es un derecho; y hay algo profundamente entrañable en ver a un grupo de multitudes indignadas protestando por las calles con el ceño fruncido, el cartel en mano y el corazón rebosado de causas. Las marchas inspiran y conectan porque tienen UN PROPÓSITO. Pero, “son como las gelatinas: unas cuajan y otras no”.
Me gusta que los YouTubers y los periodistas entrevisten individualmente a los manifestantes para evidenciar si tienen claro el motivo de la marcha o si sus argumentos se desmoronan igual que mazapán a la hora de desenvolverlo. Y recurrentemente, hemos visto que tanto “progres” -a pesar de ser los más constantes- como sus antagonistas, caen en la misma burla. En fin, acarreados being acarreados…
Ahora bien, lo de la Condesa fue otra cosa. Aquello no fue protesta, fue un performance más asqueroso que un baño de la TAPO en hora pico. Un happening con tintes de reclamo tan mal horneado que Elena Reygadas categóricamente reprobaría de bodrio, donde lo que menos hubo fue escucha y lo que sobró fue desinformación.

La escena, para quien no la vivió (aunque seguro la vio en redes, porque si no se publica, no cuenta), fue un desfile de pancartas contra los “gringos”, los “nómadas digitales”, los cafés caros, los depas bonitos, y, sospecho, hasta contra la existencia misma del brunch. Una piñatísima mezcla entre Rebelión en la Granja y un meme de shitpost donde atentó contra locales, viviendas de la zona y vecinos.
El problema no es la gentrificación. Es la falta de brief.
Porque sí, la gentrificación es real. Sí, es problemática. Y sí, hay que discutirla. Pero no así. No con gritos y cristalazos desorganizados, no con pancartas que parecen escritas a la carrera y, sobre todo, sin haber hecho una mínima escucha de lo que en realidad está ocurriendo.
En el mundo del social listening, uno empieza por ahí: escuchando. Mapeando lo que se dice, quién lo dice, cómo lo dice. Entendiendo si hay dolor, frustración o puro coraje gratuito. Ver tendencias, patrones, vacíos. Pero en esta marcha no se escuchó nada. Ni al barrio, ni a los datos, ni a la razón. Solo se reaccionó.
Lo que el social listening sí habría revelado
Si alguien se hubiera tomado el tiempo de hacer un pequeño barrido de conversación en redes, habría notado cosas muy útiles, como:
- Que no todo nómada digital es culpable de la crisis inmobiliaria.
- Que muchos locales están tan hartos del Airbnb como de la policía que nunca aparece.
- Que hay “locales” que también gentrifican, solo que en chancla o con café de olla.
- Que los verdaderos villanos se llaman especulación, falta de regulación, y gobiernos locales que aplican la ley como si fuera recomendación de Yelp.
Con ese contexto, quizá la conversación habría sido otra. O por lo menos, más inteligente.
En la era del algoritmo, la opinión pública no se gana a gritos, se gana a pulso. Se construye con narrativa, con datos, con estética y con estrategia. Se compone de capas: empatía, claridad, verdad y estilo. Pero cuando lo único que se tiene es resquemor y valemadrismo, se corre el riesgo de parecer más hater que activista.
Y el hate —que en redes viaja rápido— en vivo y sin guion, solo revela la pobreza del argumento y quienes lo promueven.
La causa terminó perdida entre clichés, gritos y memes de “córrele gringo que ahí vienen los de la Roma”. El tono fue tan agresivo que hasta quienes compartían la preocupación por la ciudad decidieron tomar prudente distancia. Porque nadie quiere sumarse a una campaña que parece más escupitajo que propuesta.
Lo sucedido en la Condesa es un ejemplo clarísimo de cómo se puede tener una causa válida… y arruinarla por falta de método. Porque no basta con estar enojado. Hay que saber por qué, contra quién y para qué. Y eso solo se logra escuchando, procesando y respondiendo con inteligencia.

Así de simple. Así de complicado.
Epílogo con tantita jiribilla
Uno no puede defender la ciudad sin conocerla. No se puede salvar al barrio gritando como si fuera el patio de la secundaria. La protesta, como el buen café condescendiente de la Condesa, necesita método, temperatura y proporción.
Lo demás, mis queridos indignados, es espuma.








