No sé si es la época del año o circunstancias vividas recientemente. No sé si es el impacto de ver los terribles sucesos que aquejan el mundo. O es simplemente la edad que hace que perciba diferentes las cosas que hace algunos años me mantenían impávido; pero decidí aprovechando las fechas, que quiero aportar en estas líneas algo que vaya más allá de mi “quehacer” del día a día.
Se atribuye a la Madre Teresa de Calcuta una frase que versa “Bienaventurados los que dan sin recordar y los que reciben sin olvidar”. Y no quiero olvidar ni por un segundo los cientos de cosas maravillosas que me ocurren a cada momento de esta vida. Y por las que no tengo más que estar agradecido.
Más allá de los problemas diarios, y las preocupaciones normales de ser adulto, estoy completamente convencido que soy afortunado. Hace algunos días viví la maravillosa experiencia de una cena completamente a oscuras. Y a pesar de mi escepticismo en un inicio, culminé la velada siendo otro. No es mi intención abrumarlos con los detalles de una noche personal. Tampoco develar la sorpresa de quién organiza dicha experiencia. Así que sólo puedo comentarles lo diferente que sabe una comida de por sí grandiosa, cuándo te tienes que volver más perceptivos al resto de tus sentidos a falta de uno de ellos. Y lo mucho que valoras cuándo termina la experiencia el contar con la vista para absolutamente todo lo que haces.
Esa noche me hizo pensar muchísimo. Darme cuenta de lo malagradecidos que somos los seres humanos. Lo mucho que enfocamos nuestras energías en situaciones negativas y carencias en lugar de agradecer por absolutamente todo lo que tenemos. La mayoría de ello (y lo más importante) sin siquiera haber hecho nada para obtenerlo.
Damos por sentadas tantas cosas, desde la salud hasta la presencia de nuestros seres queridos que sólo nos percatamos de lo afortunados que “éramos” cuándo ya es demasiado tarde… ¡suena tan trillado! seguramente hemos leído y escuchado al respecto un millón de veces o lo hemos experimentado en cabeza ajena, incluso propia sin aprender de ello. Por más que le doy vueltas al asunto en mi cabeza, no comprendo el por qué.
Propongo incluyéndome, aprovechar la calidez de estas fechas para demostrar nuestros afectos y que se vuelva una sana costumbre. Para obsequiar a quienes amamos algo más que presentes materiales. Para agradecer a la vida y a las personas que nos rodean por cada uno de los momentos que hemos vivido. Y por esas pequeñas cosas que, a pesar de ser tan valiosas, nos pasan tantas veces desapercibidas.
Creo firmemente que, si ejercitáramos y ejerciéramos nuestra gratitud, la vida nos pintaría mucho mejor; comenzar a dar gracias aun cuando la vida parece complicada brinda un panorama completamente diferente de la misma; si creen que exagero los invito a contestarse cada día la siguiente pregunta: ¿qué pasaría si despertara hoy solamente con las cosas por las que di gracias ayer?