Revista de Marketing y Negocios

La autonomía a costa de la gente

Por cuestiones familiares, desde siempre he disfrutado la oportunidad de viajar a Estados Unidos al menos una vez al año, costumbre que desde hace 16 meses he tenido que abandonar.

Hace algún tiempo, en una de mis visitas obligadas a Target, mi tienda favorita del universo universal, me di cuenta que había contra la pared una serie de maquinitas que en la parte superior ostentaban un letrero que decía “self checkout” que se traduce como “caja de auto-cobro”. Me llamó poderosamente la atención que de 10 había solamente una en uso y las demás estaban vacías, a pesar de las larguísimas filas que había en las cajas regulares.

Siendo una amante de la tecnología, ardía en curiosidad de ver de qué se trataba o cómo se usaba o cómo funcionaba, pero al ser extranjera siempre hay algo que interactuar con la persona que atiende la caja: una identificación, alguna explicación de la tarjeta de crédito foránea, etcétera, y terminé haciendo mi filota normal con cobro normal.

Hace no mucho, me encontré con esa modalidad en una sucursal de Sam’s y, como soy local en mi país, sin necesidad de demostrar que la tarjeta es válida o que no necesito demostrar que soy mayor de edad para poder comprar un jarabe para la tos (porque en EUA, para comprar un NyQuil te piden identificación), fui rapidísimamente a estrenar en mi persona el uso de esta nueva modalidad en México.

De entrada, me llamó nuevamente la atención lo que observé en Target tiempo atrás: largas filas en las cajas regulares y nadie, absolutamente nadie en las cajas de auto-cobro.

Y como buena investigadora, hice lo propio y me puse a investigar. Resulta que hay estudios con respecto al uso de esos artefactos, por cierto, facilísimos de usar y sin hacer cola.

Yo pensaba que la gente evadía esta forma de cobro por comodidad y/o por evitar una más de las curvas de aprendizaje que nos pone la tecnología enfrente, día tras día.

La realidad es, como creo que ya has adivinado querido lector, es que en todo el mundo las personas están pensando en el efecto económico que esto implica y no quieren, de ninguna manera, que las cadenas de retail se acostumbren a ello. Me explico.

Para los autoservicios, el uso de este tipo de tecnología les significan grandes ahorros en su nómina y una agilización a la salida de sus tiendas, ya que ésta sería la forma ideal de tener todas sus cajas o líneas de cobro funcionando al 100%, sin el impacto que eso significa de tener personal en cada una de ellas.

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Esto seguramente contribuiría a que nuestras compras mantuvieran sus precios por más tiempo, y eso lo sabe el consumidor de forma racional.

Pero, emocionalmente, hay una especie de empatía que no podemos evitar, a pesar de las cadenas de tiendas y a beneficio del ser humano trabajador.

Imaginemos cuántas personas quedarían desempleadas si los puestos en las cajas desaparecieran. Aunado a eso, habría entonces infinidad de personas que dejarían de pagar impuestos y los viejitos empacadores también se quedarían sin trabajo de forma permanente, que les ha hecho tanta falta en estos periodos de confinamiento que estamos viviendo.

El impacto también sería negativo en personas desempleadas o en estudiantes que toman un puesto temporal de cajero en lo que dan su siguiente paso.

Me causa ambivalencia este tema. Como ya mencioné, me gusta la tecnología y, sobre todo, la autonomía que esta forma de pago implica, así como la rapidez para salir del punto de venta. 

¿Será que esta modalidad se imponga a mediano y largo plazo, o seguiremos con nuestras costumbres de siempre? La tendencia será cada vez más apabullante. No olvidemos las pruebas piloto que ha hecho Amazon con los compradores que viven en ciudades dinámicas, donde ya no hay empleados. Entras, eliges, empacas y te vas, sin ayuda de nadie y con tu dispositivo trabajando a beneficio de todos.

¿Qué piensas que nos depara el destino? Escribe aquí un comentario o tuitéame en @LaBreton para conocer tu opinión.

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Liliana Bretón

Publicista e investigadora

Publicista e investigadora; maestra y estudiante; amante del cine, los libros y el buen sentido del humor; no cambio por nada una tarde de vino con una buena plática. Beatlefan y chocohólica. Socialmente analfabeta. Vivo en Cholula.

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