A todos los que trabajamos como publicistas nos ha pasado que quienes están fuera de nuestro medio no entienden a lo que nos dedicamos. Y peor aún, la subestiman y piensan que cualquiera la puede hacer.
“Yo soy muy ingenioso y ocurrente. Seguro podría ser creativo en una agencia” dicen, como si fuera así de simple.
Las leyendas urbanas dicen que los publicistas tenemos una vida muy glamorosa y fiestera. Creen que tenemos unos sueldazos, que los tiempos son relajados, que los cocteles y las fotos para la prensa son parte de nuestra vida cotidiana, y que Mad Men y What Girls Want son la realidad.
Ser publicistas es dinámico y estresante. Estamos llenos de bomberazos y urgencias. Seguramente un cirujano tiene menos emergencias que nosotros. Nuestra vida personal es un caos. Siempre estamos cancelando o cambiando citas.
Las juntas de estatus son como un dolor de muelas. Nada se hace si no pasa por la junta pero nada se terminaría si las juntas no existieran. No hay tiempos libres. Terminas comiendo en tu escritorio y si necesitas tomarte un par de horas para una entrevista en otra agencia, te tienes que reportar enfermo.
Y si andamos siempre en entrevistas y cambiándonos de trabajo una y otra vez, es que solamente cambiando de empresa logras incrementar tus ingresos de forma significativa.
Las tardes son impredecibles. Pretender salir a las 6 de la tarde, como indica el horario oficial de la agencia, es un sueño guajiro. Tus papás, tus amigos y tu pareja, si no están en este negocio, se la viven constantemente reclamando que por qué no sales a tus horas… “habla con tu jefe” parece ser el consejo menos realista pero más común.
Las juntas que podrían haber sido resueltas con un email o una skypeada abundan cada semana. No sólo interrumpen el flujo de la creatividad sino que realmente son una pérdida de tiempo, sobre todo porque todos se la pasaron whatsappeando y nadie entendió nada de lo que se dijo.
Las hojas de tiempos son otra pesadilla. Te la pasas haciendo magia con tus tiempos malabareando todos tus pendientes de forma simultánea, y luego te piden que lo desgloses por minutos. Es como si te pidieran que de un pastel extrajeras las materias primas con las que lo preparaste… “qué buen pastel, ahora conviértelo en harina, leche y mantequilla” como si la reversa fuera en automático.
¿Cuántas veces a la semana terminamos comiendo cualquier cosa frente a la computadora? Y cuando terminas yendo al doctor por gastritis o por estrés, el muy galeno todavía te dice que tienes que comer ordenada y balanceadamente, dormir a tus horas y hacer ejercicio.
Pero, ¿qué crees? Sigue siendo una profesión fascinante y adictiva. A pesar de haber llenado esta columna de pura queja, siento –honestamente- que no podría dedicarme a otra cosa.
¿Qué agregarías? #Cuéntame