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La última estocada y la agonizante imagen presidencial

Los que tenemos el hábito (el vicio) de la escritura siempre cargamos con el constante miedo de escribir algo que se acerque en similitud a lo que alguien ya pudo haber dicho con anterioridad. Para eludir la ignominia, o más bien, para evitar cometer un acto ilícito, los periodistas, columnistas, colaboradores de plataformas digitales y escritores novatos y reconocidos cuentan con un sin número de programas y páginas de internet que los ayudan a detectar frases y párrafos similares –o iguales– a otros publicados en trabajos ya conocidos. Esto es una maravilla de la tecnología (cosa que hace no mucho tiempo era impensable).

Pongamos un ejemplo. En el año 2000, el ex-corresponsal de la revista Time, Bernard Diederich, acusó de plagio al afamado escritor peruano Mario Vargas Llosa, después de evaluar su novela La fiesta del Chivo (2000) con un programa anti-plagio. La conclusión fue que el libro de Vargas Llosa tenía grandes similitudes de fondo y forma con una obra de Diederich, Trujillo: la muerte del dictador, publicada veintidós años antes de la aparición de La fiesta del chivo.

Los dos libros narran la truculenta historia del mandato de Rafael Leónidas Trujillo en la República Dominicana y los caminos que llevaron a la muerte del dictador.

Ante la imputación del periodista, el ahora Premio Nobel de Literatura se defendió con lo siguiente: “La literatura está hecha también de coincidencias, pero de ahí a decir que yo he plagiado hay un salto dialéctico”.

Mario es un escritor conservador, que ha aceptado públicamente no usar las nuevas tecnologías a la hora de escribir. Tal vez ése fue su principal error al redactar aquella novela, porque también las “coincidencias” se consideran plagio.

En el campo literario, el plagio y el robo de ideas son el pan de cada día. En literatura, al menos a la hora de escribir ficción, no importa mucho qué se dice, sino cómo se dice. Por otro lado, en el ensayo, en el trabajo de investigación científica y en la tesis académica; el valor de dar honor a quien honor merece es indispensable.

Lo que ha cimbrado a todo un país no es la reproducción de una obra literaria. Ha sino texto académico con el cual el personaje más importante de México logró obtener su título profesional de Licenciado en Derecho por la Universidad Panamericana.

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El trabajo periodístico, Peña Nieto, de plagiador a presidente, ha sido una de las publicaciones que ha generado más murmullos, dudas, aplausos y denostaciones desde aquella investigación periodística sobre el supuesto alcoholismo del presidente Felipe Calderón. Las dos notas son parecidas, no por sus temas en sí, sino por la naturaleza de los mismos.

Algunos opinan que el recién conocido reportaje es insulso, sin un contenido válido, grotesco, vengativo, forzado, poco profesional; pero hay otros que creen que la investigación de Aristegui y de su equipo sigue la línea de una calidad periodística que basa sus indagaciones en la búsqueda de la verdad sin retoques, sin maquillaje, sin miedos.

Carmen Aristegui es una periodista reconocida –odiada o amada– que siempre ha vivido al borde del precipicio. Desde su despido de MVS por razones aún confusas, podríamos decir que ahora se encuentra en “la orilla del despeñadero”.

En una visión muy personal, creo que la señora Aristegui no es monedita de oro. Comprendo que la verdadera intención implícita en este trabajo (la venganza y el desprestigio desesperado) se puede apreciar a leguas. Lo cierto es que esta investigación tiene un valor periodístico y el tema expuesto es muy delicado. La realidad de México hace que la sorpresa y la indignación sólo se reflejen en la sociedad con notas periodísticas que en otro país serían una aberración bárbara: desde corrupción hasta desaparición forzada.  Por ello, no es de extrañar que el delito de plagio parezca insignificante para una gran cantidad de mexicanos.

El reportaje no sólo deja mal parado al autor plagiario, sino a la institución académica que permitió esta falta ética.

No pretendo criticar a la periodista y sus claras preferencias políticas que ensucian el tan noble oficio de informar. Tampoco deseo resaltar la conocida carencia de ética y la poca capacidad intelectual de quien encabeza la Administración Pública Federal. Esta vez deberíamos poner el dedo sobre el renglón que habla de la no extraña reacción de una sociedad anestesiada. Quizá, antes de reaccionar al llamado del rebaño, sea necesario que los ciudadanos nos detengamos a contemplar nuestro reflejo.

Después de una disculpa acartonada por el escándalo de conflicto de interés y corrupción, Peña Nieto recibe la última estocada por parte de una periodista que ha logrado lo antes impensable; la degradación de la imagen personal y profesional de una figura que, en tiempos históricos, era “intocable” e “incuestionable”. Quiero pensar que Enrique Peña Nieto añora esos tiempos arcaicos; cuando los periodistas podían hablar de todo menos de tres cosas: la virgen de Guadalupe, el Ejército y del Presidente. Hoy por hoy, la figura presidencial está agonizando; es más, creo que ya no respira. Es tiempo de que él comience a escribir su epitafio. Sólo espero que no sea plagio.

La ultima estocada

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Diego Fernández G.

Columnista

Nació y vive en México. Analista de lo cotidiano y conversador incesante. Es estudiante de Administración Pública en la Universidad Anáhuac, pero también escritor a ratos. Quizá ninguna otra vocación le guste más. Es articulista en distintos medios. Sin embargo, también es amante de la Historia, de la Política y de la Literatura.

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