Hasta hace poco, la relevancia de un periodista de renombre dependía en buena medida del medio donde trabajaba, tanto por el espacio en sí mismo, como por la difusión que el conglomerado mediático podía otorgar a la persona, para centrarla como opinador clave de su programación. Estar en televisión abierta significaba prestigio; escribir en un gran diario era sinónimo de autoridad; tener un espacio en radio garantizaba influencia. Hoy, ese orden tiene un mayor movimiento y está cambiando las reglas del juego: son las voces las que cargan con el poder, y los canales los que orbitan a su alrededor.
El fenómeno no es menor. Periodistas, analistas, especialistas y hasta creadores de nicho han aprendido a construir marcas personales tan sólidas que sus audiencias los siguen sin preguntar por la plataforma. Si se mudan del noticiario al pódcast, del periódico al newsletter o de la radio a YouTube, la gente los acompaña. Y no porque confíen en el medio, sino porque confían en ellos.
En un ecosistema saturado de información, la credibilidad se volvió portátil. Y ahí está la clave: lo que antes era patrimonio exclusivo de las instituciones mediáticas —el prestigio, la visibilidad, la credibilidad— ahora, en una creciente tendencia, se concentra en individuos que no necesitan de un canal para amplificar su voz. En muchos casos, el medio termina dependiendo de la persona, no al revés.
¿Es esto el fin de los medios tradicionales? No. Pero sí es un llamado de alerta. Si los medios no logran repensar su rol, se arriesgan a ser meros escenarios, intercambiables y prescindibles. Hoy presenciamos un escenario híbrido: colaboraciones flexibles donde un periodista puede ser parte de un canal sin renunciar a su independencia, o alianzas estratégicas donde un medio funciona como curador y no como único narrador.
Lo que está claro es que la lealtad ya no pertenece a las cabeceras, sino a las voces. Y en esa transición, los medios deben decidir: ¿quieren ser plataformas que sumen a las nuevas marcas personales, que entreguen frescura, que ofrezcan mayor utilidad que la que damos por sentado como audiencias, o quieren arriesgarse a convertirse en telón de fondo?
Algunos medios han dado un paso adelante repensando formatos, secciones, ángulos y plumas. Han integrado voces actuales, jóvenes, han dado espacios en redes sociales para diferentes configuraciones de audiencias… sin embargo, quizá eso no sea suficiente. Tal vez esos pasos sean los mínimos necesarios para subsistir, pero no lo suficientemente valientes para desbloquear los mundos nuevos (como dicen los más jóvenes) que esperamos, como público, experimentar de parte de los medios, como antes, cuando realmente nos sorprendíamos detrás de una columna de opinión reveladora, al terminar de leer un artículo en el suplemento del domingo o después de no pestañear con un programa que veíamos a través de la “fábrica de sueños”.
Hoy, cada vez más, el prestigio no se transmite por señal abierta: se construye, se gana y se sigue. Porque es cierto que “el medio ya no es el mensaje”.








