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Ministras plagiarias y políticos corruptos: es nuestra culpa

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Como casi todos los inicios de semana, en Conexionistas.com.mx grabamos un capítulo de una serie en la que pretendemos analizar la cultura política existente tanto en México como en Estados Unidos.

Por supuesto que esta semana tuvimos que caer en el tópico vigente: la tesis de licenciatura de Yasmín Esquivel.

No deja de ser un tema fascinante debido a las implicaciones que puede tener en varios ramos de la política nacional, sin embargo, este episodio tan típico de nuestra idiosincrasia nacional, tiene una arista que casi nadie ha querido ver.

El primero en señalarla fue mi socio y gran amigo, Edgar Rodríguez (cuya opinión, para mí, es de un gran peso y de un gran valor): el tema de una tesis plagiada o copiada ―y que seguramente también debió de haber sido comprada― no solo desnuda a la ministra, sino que también es una clara muestra de la podredumbre que sufre la sociedad mexicana en todas sus facetas.

El propio Guillermo Sheridan, quien destapó todo el asunto de la ministra plagiaria, fue quien definió al mexicano estandarizado; una fotografía que, aunque hizo enojar al presidente de la república quien le dedicó muchos minutos en su conferencia mañanera, incluye una descripción en la que la mayoría de nosotros podemos reflejarnos aunque sea de manera parcial:

El mexicano es ignorante, violento, tonto, fanático, corrupto, ladrón, abusivo, caprichoso, cursi, temperamental, alcohólico, arbitrario, golpea a las mujeres y a los niños, idolatra el ruido, tira basura, no respeta el derecho ajeno, se pasa los altos, evade impuestos, comete todo tipo de transas, cree que la ley no es la ley y no sabe tirar penaltis. Y conste que sólo me referí a la clase alta…

Hay que aclarar que cuando el presidente ―como buen “amarranavajas” que es― se refirió a este texto, olvidó de forma conveniente colocar la última frase.

El que no transa no avanza

Esta es una frase que la mayoría de los mexicanos aprendemos casi en la cuna. Todos sabemos que vivimos en un país donde la trampa, el engaño, la mordida, la falsificación, el amiguismo, son fundamentales para alcanzar nuestros objetivos.

Apliquemos aquello de “la primera piedra”: ¿Quién no copió en un examen o un trabajo escolar? ¿Quién nunca se ha pasado un alto? ¿Quién nunca se ha metido en una fila?

La transa, el atajo, es una de las cosas que nosotros como sociedad hemos transformado en un modus operandi. Muchas veces hasta nos enorgullecemos de hacerlo; presumimos nuestra inteligencia y nuestro colmillo a la hora de brincarnos las trancas, de no tener que hacer lo que todo mundo hace.

Pero, además, nos encanta exhibir de manera escandalosa esa doble moral. Con los antecedentes a los que me acabo de referir más arriba, todavía tenemos el descaro de ofendernos porque un político es corrupto, porque un funcionario es nepotista o por causa de una ministra que presenta una tesis que no investigó.

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Corrupción

¿Qué tanto es tantito?

Enseñamos a nuestros hijos que la transa está bien, que el cohecho es una forma de sobrevivir, que lo más mexicano es irnos por la libre y ¿esperamos que nuestros gobernantes se comporten de la manera correcta?

¿Cómo podemos esperar siquiera que eso va a salir bien a largo plazo?

Desde que México es México hemos vivido una terrible cultura de falta de respeto a las reglas y a las leyes; la mayoría pensamos que solo aplican para los demás; que tenemos la justificación perfecta para no cumplirlas; pero nos sorprende y nos enoja cuando el presidente dice, con todo el cinismo posible, que “no le vengan con que la ley es la ley”.

Parafraseando aquel eslogan que alguna vez utilizó José López Portillo: “La corrupción somos todos”.

¡Feliz año nuevo!

Hablando de manera sincera, pensaba hacer en este espacio, por la época del año, una especie de introspección ante lo que viene en 2023. Una pequeña reflexión ante la esperanza de cambio que todos tenemos para un año que apenas empieza.

Los acontecimientos atropellaron esa buena intención y generaron algo que es mucho más pesimista. Me mostraron una vez más la pinche realidad que vivimos en este país.

Pero, a pesar de todo, sin quererlo me ha salido bien: Es hora de repensar lo que somos como sociedad, lo que está ocurriendo en sus más íntimos recovecos que, a final de cuentas, degenera en ministras de la Suprema Corte que no dudaron en transar para avanzar (entre muchísimas otras cosas).

¿Es ese el México que exigimos y queremos? ¿Cómo puedo empezar YO a cambiar esta terrible cultura?

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