Soy un lector asiduo de ciencia ficción, desde los primeros libros que adquirí en mi temprana adolescencia hasta el que tengo en este momento en mi buró para leer en la noche, en la mayoría de ellos tienen como temática la ciencia ficción. Calculo que, en los últimos 10 años de mi vida, del total de libros que he leído, el 80 por ciento fueron de ciencia ficción.
Es por ello que me atrevo a decir que no tengo planeado ver, ni la serie “Foundation”, basada en la novela de Isaac Asimov y mucho menos la película “Dune”, una reiteración más de la epopeya ecológico-religiosa de Frank Herbert.
Antes de pasar a tema, dos disclaimers.
Primer disclaimer: Si lo que voy a escribir a continuación les parece que son los despotriques de un viejo amargado, la principal razón es que este texto está escrito por un viejo amargado con ganas de despotricar. Están advertidos.
Segundo disclaimer: Contiene spoilers y me vale.
Compré “Fundación” de Isaac Asimov casi por casualidad; lo tenían en uno de esos exhibidores giratorios donde ponían los libros baratos junto a la caja de los restaurantes Vip’s. Recuerdo que leí la contraportada y me sentí atraído de forma inmediata por el argumento, así que lo compré.
No me decepcionó.
Yo entonces desconocía el género, por lo que esperaba que un libro de ciencia ficción tratara de naves espaciales luchando con rayos luminosos (algo que en la actualidad llaman “space opera”), sin embargo, lo que encontré fue muy superior.
La narrativa de Asimov siempre fue clara y precisa; el argumento del libro, que en realidad es un conjunto de relatos que escribió para una revista, me pareció sumamente inteligente, elegante y, sobre todo, muy provocador. El concepto de la psicohistoria, el deseo de unos pocos de mantener las bases de una civilización y como esos científicos y tecnólogos tuvieron la capacidad, no sólo de salvarla, si no de transformarse en una fuerza revitalizadora, fueron temas que comenzaron a seducirme desde esos entonces: la ciencia y la tecnología como herramientas de salvación.
La historia original evita al máximo el conflicto armado y muchos de sus personajes se ufanan de lograr sus objetivos sin necesidad de violencia; es todo un monumento por parte de Asimov a la inteligencia humana y como esta, a final de cuentas, será la que nos ayude a prevalecer.
Con este trasfondo llegó el trailer de la serie que, supuestamente, está basada en el libro y lo primero que veo son batallas espaciales, muchas batallas espaciales con los consabidos efectos especiales…
Sin haber visto un solo cuadro mi reacción es la de decir “paso”.
Si en el puro trailer fueron capaces de darle en la madre al mensaje implícito de Asimov sobre “evitar una época de barbarie”, simplemente no le veo ningún sentido ver la película para acabar aún más molesto.
Ya vi lo que le hicieron a “Yo, robot” y a “El hombre bicentenario”, dos textos del mismo escritor (también conformados por relatos cortos) que especulaban sobre los límites de lo que significa ser una persona o una máquina inteligente; una serie de disertaciones sobre lo que representa el concepto de “humanidad” y el de ser un individuo consciente de su propia existencia.
El alma de dos libros fue vapuleadas brutalmente con la irreal “acción” de Will Smith o la lacrimógena actuación de Robin Williams; todo en aras de lograr un gran éxito en taquilla.
En lo que se refiere a Dune, hay otro problema: la novela de Herbert es tan grande, tan completa, tan estructurada; armada como una enorme obra de ingeniería conformada por cientos, tal vez miles, de elementos, que es imposible de retratar, siquiera su sombra, en una película o serie.
Las disertaciones sobre el libre albedrío, el fascismo y mesianismo; la preocupación sobre el entorno planetario, sobre la religión, el fanatismo y la libertad ante una sociedad totalitaria, son tan sólo algunos de los múltiples elementos que conforman una de las obras literarias más influyentes del siglo veinte.
Dune va mucho más allá de las escenas de rayos láser en la arena mientras se montan inmensos gusanos de CGI.
El gran problema que le veo al hecho de meterse a un cine para ver una película sobre un libro que ya se ha leído es el de que el espectador se transforma en el más fiero crítico.
El director no tiene la mínima posibilidad de impresionarnos debido a la sencilla razón que ya conocemos el desenlace del argumento. Ya sabemos que va a pasar.
El espectador que ya ha leído la fuente original se transforma en un inquisidor con la única misión de revisar si el director se apega a sus expectativas; si cumple con lo que se imaginó al leer el texto y le entrega la que hubiera querido ver. El fracaso está garantizado.
El segundo tema es el de la adaptación. Todos lo sabemos: es imposible resumir en dos horas una novela de más de 300 páginas y menos inculcarle todo el trasfondo subjetivo que el escritor le imprimió a su obra, por lo tanto, la película relativa a cualquier libro siempre parece decafeinada y muy vacía respecto a la original.
Sé que por ahí dicen que algunas películas como “El Padrino” logran superar al libro. Discúlpenme, pero eso no es cierto. A pesar de que Francis Ford Coppola utilizó una copia deshojada de la novela como base para su guion y que el producto final alcanzó alturas incomparables, junto a la historia original de Mario Puzo, sigue pareciendo muy liviana.
Hace unos años, luego de ver la primera entrega de “El señor de los anillos” de Peter Jackson -y sufrir una gran decepción-, tomé una decisión que ha ayudado mucho a mi salud mental respecto a películas y libros: dejé de ver cualquier material cuya fuente hubiera leído de manera previa.
Es por ello que no tengo la más mínima intención de ver películas o series basadas en dos libros que han marcado mi vida.