Cuando hablamos de inclusión en la publicidad, es común pensar que muchas marcas terminan cayendo en lo forzado, en lo predecible e incluso en lo poco creíble. Hoy en día, ya no sorprende ver representaciones diversas en los anuncios: cuerpos distintos, personas con alguna discapacidad, miembros de la comunidad LGBT+ o parejas del mismo sexo en escenas cotidianas. Por supuesto, se valora el esfuerzo de las marcas por impulsar esta inclusión en un mundo que todavía arrastra muchos prejuicios, pero también es importante cuestionar si todo esto viene de un lugar auténtico.
Diversidad en la mira: ¿avance real o simple apariencia?
Hablar de que las marcas se han vuelto “más humanas” tiene que ver con los valores que hoy comunican, y con los que, en muchos casos, se han visto obligadas a incorporar por la presión social y cultural de los últimos años. Es un camino que apunta hacia el respeto mutuo, guiado por una exigencia colectiva. Lo que antes parecía fuera de lugar o incluso inaceptable, ahora forma parte del discurso cotidiano. Esta transformación ha sido impulsada sobre todo por las nuevas generaciones, que han puesto sobre la mesa temas como la diversidad, la inclusión o la responsabilidad ética. Son jóvenes que valoran la autenticidad, apoyan causas ambientales y rechazan la hipocresía o el doble discurso en las marcas.
Algunas marcas lo están intentando en serio. Dove, por ejemplo, ha construido una narrativa centrada en los cuerpos reales y diversos, y eso se ha vuelto un sello distintivo. Sin embargo, no ha estado exenta de errores. En 2017, una de sus campañas generó críticas por mostrar una secuencia visual que muchos interpretaron como racista, lo que obligó a la marca a retirar el video y disculparse públicamente, según reportó Forbes. A pesar de ese tropiezo, Dove ha logrado mantener su discurso inclusivo con cierta consistencia a lo largo del tiempo.
Sin embargo, mostrar diversidad sin un compromiso real es como tener una cáscara de huevo vacía: frágil, superficial y fácil de romper. La inclusión sin sustancia se siente tan hueca como una disculpa sin intención. Todavía es común ver marcas que adoptan este discurso solo para “cumplir” con las expectativas sociales, pero sin tocar sus valores internos, su cultura organizacional o las comunicaciones pasadas que dicen lo contrario. Ahí es donde se nota la diferencia entre una estrategia oportunista y una postura genuina.
Como lo plantea Roberto Báez en un artículo sobre cómo evaluar el compromiso DEI de una marca empleadora, el verdadero compromiso tiene que partir de una convicción profunda, no de la presión externa. De lo contrario, las marcas terminan cayendo en simulaciones que no solo son insostenibles, sino que también pueden volverse en su contra.
De la campaña al compromiso
Sí existen marcas que están haciendo las cosas bien. Un buen ejemplo es Nike, que no solo visibiliza cuerpos diversos en sus campañas, sino que también ha diseñado productos funcionales pensados para personas con movilidad limitada. Esto demuestra que su compromiso con la inclusión no se limita a la estética de sus spots, sino que se extiende a todo el ecosistema de la marca.
También está el caso de Ben & Frank, una marca mexicana que desde el principio apostó por resignificar el uso de lentes, quitándoles ese estigma negativo y convirtiéndolos en un símbolo de orgullo. Y lo hace de forma natural, sin caer en exageraciones ni discursos rebuscados.

Estos enfoques generan conversación y pertenencia. Y lo logran porque integran la diversidad de manera orgánica, entendiendo que no se trata de un nicho, sino de reflejar el mundo real. Como explica un análisis sobre el poder transformador de la inclusión en la publicidad, este enfoque permite a las marcas volverse culturalmente más significativas, cuestionar estereotipos arraigados y construir relaciones más auténticas con sus audiencias.
La responsabilidad detrás de la cámara
Como creativos y estrategas, no podemos quedarnos con lo que se ve bonito o con lo que está en tendencia. Vale la pena preguntarnos si de verdad estamos representando realidades o solo disfrazando estereotipos con colores agradables. ¿Qué sentido tiene mostrar diversidad frente a la cámara si las decisiones importantes siguen tomándose desde los mismos espacios de poder? ¿Y cuántas voces distintas hay en los equipos donde se definen esas campañas?
La inclusión real empieza adentro, en la estructura de las agencias, en los liderazgos, en los procesos. Si no está ahí, difícilmente será creíble hacia afuera.
Más allá de la moda
La publicidad inclusiva no debería ser una moda pasajera. Es una transformación cultural que tiene que tocar todos los niveles. Si de verdad queremos una industria más justa, empática y representativa, hay que construirla con base en eso.
Porque el público lo nota. Y por eso, apostar por la inclusión no solo es lo correcto: también es una decisión inteligente.
Por: Andrea Lucía Andrade Espinosa – estudiante del 6° semestre en la carrera de Diseño y Producción Publicitaria / Estrategia y Creación Publicitaria de UPAEP – Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla.