Cuando estaba preparando mi colaboración semanal en Radio Fórmula del pasado domingo, llamó mi atención la venta de una casa “virtual”, realizada por la artista Krista Kim y que alcanzó un precio de medio millón de dólares.
El nuevo y feliz propietario de la casa podría subirla a cualquier “metaverso” y disfrutarla ahí. Claro, para ello requeriría de una serie de dispositivos, entre ellos, anteojos de Realidad Aumentada.
Cuesta trabajo analizar el grado de banalidad que implica el hecho de adquirir un bien raíz al que nunca se va a poder tener acceso en el mundo real. Cuesta trabajo entender la razón por la que una persona es capaz de comprar algo creado en una plataforma digital y que es muy vulnerable a ser copiada o plagiada.
Una propiedad digital puede ser duplicada en cualquier momento y, prácticamente desde que se inventaron las computadoras, han sido muchos los esfuerzos por controlar y restringir las copias no autorizadas de objetos digitales sin lograr ningún resultado realmente efectivo.
Investigando un poco me encuentro con que la casa fue vendida a través de NFT y que no solo el precio de esta casa en particular ha alcanzado niveles de locura. Tenemos el caso de este cuadro llamado “Everydays: The First 5,000 Days”, creado por el artista y diseñador Mike Winkelmann. La obra es un conjunto de miles de bocetos digitales realizados a lo largo de 13 años y acomodados en un solo lienzo digital.
¿El precio? Casi 70 millones de dólares.
Bueno, acepto que haya quien esté dispuesto a pagar millones por una obra de arte; no es nada nuevo y todos sabemos que hay artistas que cotizan muy caro, pero ¿pagar esa cantidad de dinero por una obra digital? ¿una obra que puede ser duplicada de manera sencilla por cualquiera que tenga un conocimiento básico de cómo utilizar una computadora?
Otro ejemplo de este caso es la reciente venta del primer tuit emitido en la historia de la humanidad cuando Jack Dorsey se encontraba probando su plataforma de micro-blogging y realizó una sencilla prueba:
Mi mente, muy de la vieja escuela, me llevó a pensar en que no podría ser tan difícil retroceder en el time line de Dorsey hasta encontrar el susodicho mensaje y copiarlo. De esa manera me ahorraría los $2,500,000 USD que alguien se gastó en adquirir un mugroso tuit.
¿Quién podría dudar de su originalidad?
Precisamente de eso trata el NFT.
Cualquier obra de arte, es sabido, cuenta con un certificado que avala su originalidad. Cuando hablamos de subastas y de piezas de arte cambiando de manos por millones de dólares o yuanes, siempre hay detrás un “papelito” que se encarga de comprobar que el cuadro que tenemos enfrente es original: cuenta con una especie de bitácora que informa sobre el camino que ha seguido desde el estudio hasta su presencia en la colección actual y a través de qué manos ha pasado.
En su defecto, debe de tener el análisis realizado por parte de expertos quienes certifican que la obra en cuestión si fue realizada por el artista que se presume.
Papelito habla.
Precisamente eso es un NFT, un certificado que garantiza la originalidad de un producto digital; puede ser una casa virtual, un cuadro, una canción, un videojuego y hasta un tuit.
NFT significa non-fungible token y podríamos traducirlo algo así como “Token no fungible” o no intercambiable. En eso de “no fungible” está la base de este tipo de certificados: un billete de 500 pesos puede ser cambiado en cualquier momento por otro idéntico y no pierde ningún valor, es fungible.
Cuando hablamos de propiedades digitales este valor puede cambiar de manera radical en caso de no ser el objeto original.
En un medio donde prácticamente todo puede ser duplicado, el NFT sirve como un certificado de originalidad, la pregunta aquí es ¿cómo hacer que este “certificado” sea real y creíble?
Para lograr este “certificado de originalidad” el artista o creador tiene que producir también el NFT el cual es grabado y distribuido a través de blockchain, aprovechando de esta manera la misma infraestructura que otorga seguridad a las criptomonedas como el Bitcoin.
El dueño de la obra también es dueño del token, que servirá para comprobar la originalidad del bien y que es imposible de alterar o falsificar, pero que sí se puede regalar o vender.
Dentro de este Token viaja, por decirlo de alguna manera, la primera copia del bien digital con una fecha e información que certifica la originalidad de la propiedad. Hacer este tipo de unidades de información es sumamente sencillo y ya existen muchas plataformas destinadas no sólo a crear NTFs, sino también a promoverlos con un modelo de tienda en línea dentro de un mercado que está creciendo de forma exponencial.
¡Cualquiera con un poco de creatividad y una computadora puede crear una obra original y ofrecerla a la venta a través de NTF! (basta que alguien lo quiera comprar).
Además de certificar la originalidad de una propiedad digital, otra de las ventajas que genera el NFT es que los creadores originales mantienen cierto control de los beneficios que a largo plazo otorga su obra.
Por ejemplo, todos sabemos que Van Gogh murió en la pobreza mientras su hermano se hizo rico vendiendo sus cuadros. Pero eso no terminó ahí; el arte del maestro holandés adquirió todavía mayor valor conforme pasaba el tiempo y su obra alcanzó, pocos años después de su muerte, precios exorbitantes.
Eso es algo muy común dentro de los mercados de arte; conforme el tiempo pasa la obra original alcanza grandes precios y los que se enriquecen a final de cuentas son los intermediarios y los especuladores.
A través del NFT el artista puede mantener control sobre este tema asegurando un porcentaje de las utilidades en cada venta a futuro de sus obras. Puede establecer un candado, digamos del 20 por ciento, y cada vez que sus piezas sean vendidas, el artista recibirá dicho porcentaje de cada transacción.
Si su obra multiplica su precio con el tiempo, el artista podrá disfrutar de regalías.
Por lo pronto el uso de NTF puede parecer un tanto banal y especializado, como ocurre con tantas cosas que surgen a nivel digital. Todavía hay que ver hasta donde evoluciona y si pasa de ser una mera anécdota para transformarse en una herramienta de verdadera utilidad para los creadores.
Por lo pronto, hablando desde el universo de la mercadotecnia, valdría la pena analizar qué tanto podríamos utilizar este tipo de tecnología para proteger campañas, materiales originales y contenidos digitales que, de otra forma, quedarían huérfanos en el universo virtual.
¿Crees que podría ser una buena práctica proteger tus ideas con este tipo de tecnología?