Cada día, en cada momento, provocamos a nuestro alrededor distintas reacciones producto de ideas o percepciones que los demás se forman sobre nosotros. Lo que decimos, cómo nos movemos, los colores y texturas que usamos, hasta nuestros gustos personales, todo comunica quiénes somos. De esta forma, nos convertimos en marcas.
¿Marcas? Sí, marcas. Según la American Marketing Association “nombres, términos, diseños, símbolos, o alguna otra característica que identifica a un bien o servicio”. Marcas con arraigo, marcas modernas, aburridas, atractivas, juveniles, femeninas, nacionalistas, reaccionarias, devaluadas, reinventadas, memorables, icónicas. Todo eso puede ser una persona en la mente de otra.
La marca en un individuo es ese sello que lo define, lo hace único y auténtico. De la misma forma en que una marca comercial nos interesa porque compartimos valores e ideas con ella, así los seres humanos funcionamos desde un punto de vista sociológico; esas afinidades o diferencias que nos pueden atraer o repeler de manera inmediata, son los grandes detonadores de las relaciones humanas más sólidas y duraderas.
Tener claro qué marca somos y qué marca queremos mostrar es la clave para generar una socialización efectiva a todos los niveles (profesional, familiar, de pareja, con amigos, etc). Se dice que “la socialización es el proceso por el cual aprendemos a ser miembros de la sociedad: una red de relaciones cuya naturaleza se expresa a través del desempeño de roles. Y es precisamente aprendiendo a desempeñar los roles, que la persona socializa”. Sescovich, Sonia; “Conducta Humana”
Sin olvidar la consistencia de una marca sin embargo, el rol que jugamos como individuos en cada red de relaciones en que nos movemos, debiera tener sutiles cambios, igual que funciona con las llamadas “marcas umbrella” y sus sub marcas. Es a través de estos pequeños cambios de posicionamiento, que las marcas consiguen apoderarse de segmentos de mercado diversificados, y en el caso de las personas, será de esta forma, que tendremos la posibilidad de mostrar nuestras diferentes aristas, sin dejar de ser quien nosotros somos en esencia.
Son precisamente esas aristas las que reflejarán el génesis de nuestra marca, su razón de ser, su constructo. Las tendencias que seguimos, las modas que adoptamos, las tribus a las que pertenecemos, el bagaje cultural que poseemos, nuestras pasiones, la profesión entre otros elementos, favorecen la delimitación de nuestra marca personal, que fue delineada en buena medida por la familia y los primeros años de nuestra vida.
Sin embargo, así como las marcas deben renovarse, blindarse y cuidarse todos los días para garantizar su éxito en el mercado, las personas debemos ser creativas y ambiciosas con nuestra marca personal para mantenerla vigente, de manera que nos sintamos bien al llevarla todos los días con nosotros y garantizar su continuidad.
Por eso cabe la reflexión de comprender qué marca somos hoy, qué marca fuimos en el pasado y en qué marca nos gustaría convertirnos en el futuro. En un orden cronológico, suena interesante dibujar una línea del tiempo y en cada década de nuestra vida, reflexionar sobre qué marca éramos y cómo hemos evolucionando. Al final del ejercicio, podríamos concluir si esas marcas que hemos sido a lo largo de nuestra existencia, se parecen, son abismalmente disímbolas, son anacrónicas, interesantes, agradables, atractivas… Lo más importante, ¿esas marcas nos gustan?
Parece un ejercicio sencillo, pero no lo es tanto, pues estamos tan acostumbrados a ser quienes somos, que resulta complicado hacer introspección para analizarnos con profundidad. Los invito a intentarlo, pues más allá de la visión reduccionista de vincularnos a las marcas y al mundo capitalista (sonrío mientras escribo esto último), éste puede ser un acercamiento filosófico que nos permita sentirnos más cómodos en todas las esferas sociales en las que actuamos, y mejor aún, puede ser una herramienta para conocernos mejor.
