El final de una laaarga era llegó. Por fin.
Chespirito llegó a ser un fenómeno cultural, humorístico y televisivo. Su origen data de los inicios de la televisión, en blanco y negro y en vivo, cuando Televisa era Televicentro, y concentraba sus instalaciones en el centro de la ciudad de México. Era el patiño y escritor de Viruta y Capulina , y lo apodaban Chespirito porque era como un Shakespeare pero en chiquito, tanto por su estatura física como por sus alcances.
Desde eses inicios, el muy joven don Roberto encontró la fórmula estereotipada y cliché de la risa, y la repitió ad-náuseam hasta el final de sus días. No faltaba el pastelazo, el tropiezo, el juego de palabras poco ingenioso y lleno de lugares comunes, el irrespeto a los adultos y a supuestas autoridades, y las alucinadoras risas grabadas.
Todo esto, además, lo aderezaba con una cursilería desbordante de cancioncillas medio pegajosas pero con muy poco valor musical, y sentimentalismos de novela de revista para señoras.
A diferencia de otros programas y comedias inteligentes, sus capítulos estaban atiborradas de todos los elementos y eso fue lo que lo hizo genial, porque si no pegaba el gancho del segundo 10, al 12 venía otro, al 14 otro y al 16 otro. Todos usados y reusados, gastados y sobrados hasta el cansancio, pero que marcaron una época que trascendió fronteras y se extendió innecesariamente por décadas.
Todos sus personajes eran entrañablemente antipáticos, agresivos e insulsos, y eso quizá era lo que te ataba a ellos, porque era impresionante lo políticamente irreverentes que eran sus diálogos, y porque al final terminaban dándote lástima: un gordo insufrible que además replicaba su personaje en un niño bodrio, un patético maestrito que fumaba puro en el salón y se sentía galán, un viejito disfrazado de héroe accidentado o de niño que dizque dormía en un barril, o una chaparrita que podía ser igual una mujer fatal o de escuincla gritona, gandalla y chillona… ¡triste colección!
Lo importante fue que marcaron una época, y pusieron a México en la mente de todo el mundo aunque fuera por las razones equivocadas.
¿Entretenían? Claro. Era como sentarte a ver con un cierto grado de morbo el drama de Pepe el Toro, pero en dizque burlón, en un comodino modo voyerista que no te dejaba nada.
Y así como la televisión abierta ha ido sufriendo su gradual desvanecimiento al irse sustituyendo con contenidos de menos-peor calidad de la TV de paga, YouTube y los servicios de streaming, la salida de Chespirito de las teles del mundo era previsible, inminente e inevitable.
Lo único que nos queda es una colección de dicharachos que pasaron a ser parte fundamental de nuestra cultura (“lo sospeché desde un principio” y todas ésas), la nostalgia por una época de altos ratings que afortunadamente ya fue, un presente lleno de encierro y de pantallas con infinidad de contenidos, y un futuro incierto que cada vez parece estar más lejos. #VayaPanorama