Después de un tiempo dedicado a meditar sobre el tema, y de leer algunos artículos muy interesantes (algunos de ellos aquí mismo en Soy Marketing), creo que he llegado a la conclusión de que las redes sociales deben de ser para las marcas y no para personas. Al menos, no para las personas comunes y corrientes; quizás para las “celebrities”, personajes públicos, artistas y políticos, figuras que viven de su imagen pre-fabricada. O para ese “yo mismo” público: mi marca personal, mi “yo profesional y oficial” que busca oportunidades profesionales en LinkedIn. Pero nada más.
Hace tiempo (ya algunos meses) decidí cerrar mi cuenta en Facebook. ¿El motivo? No me dejaba absolutamente nada bueno. Los amigos que son y están no dependen (afortunadamente) de la tecnología; mi familia tampoco usa la red social. Y conste que reconozco que para estrategias de marketing son excelentes, y que la mayoría de las marcas deberían de contar con una fanpage donde comuniquen estilo de vida y aporten contenidos de valor a sus seguidores.
Pero seamos honestos: a nadie le interesa saber si fulano o zutano está de buenas, borracho, feliz, ilusionado o deprimido.
No pasa lo mismo con los gobernantes, con los personajes públicos o políticos, pues no todos somos ni estrellas de rock ni el presidente de una república o un líder de opinión. Hemos perdido el piso y actuamos como si fuéramos el centro del universo.
Me consta que amistades, noviazgos y hasta matrimonios han terminado desastrosamente gracias a la red social. Fotos y acompañantes no autorizados, declaraciones indebidas, “stalkers” que van desde tu vecina hasta tu jefe o el reclutador de la compañía, y un largo etcétera de ojos vigilantes que por ocio o deporte gustan de contemplar, escudriñar y hasta juzgar la vida ajena. Y conste que no creo que la red social sea per se la causante de desastres sociales y personales; es el mal uso que las personas hacemos de las herramientas. Lo mismo sucede con los celulares o teléfonos inteligentes: los aparatos han probado ser mucho más listos que sus usuarios. Uno se puede imaginar la siguiente novela apocalíptica de Stephen King en un mundo tiranizado por iPhones autónomos.
Creo que la sociedad llega a un punto en que el abuso de los medios ha rebasado sus propósitos originales.
Y que si queremos recuperar algo de la cada vez más extinta, más reglamentada y menos respetada “privacidad”, es momento de cerrar o por lo menos moderar el uso de las herramientas. Atrevernos a vivir vidas un poco menos virtuales y más reales, más sensatas y menos egocéntricas.
Honestamente, nadie en su sano juicio puede creerse todas las historias de falsa felicidad que se publican por millones en las redes sociales; dejemos eso para las celebrities y las marcas. Y volvamos a mirar al de enfrente, conversar de viva voz, caminar apreciando el paisaje, mirando el cielo y disfrutando la naturaleza por lo que es, y no por lo que queremos que sea en una foto llena de filtros de Instagram o por desear al mundo la más feliz de las mañanas en Twitter, mientras ignoramos a las personas con las que convivimos -o deberíamos de convivir- todos los días en nuestras casas, oficinas y escuelas.