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Rusia, superpotencia en corrupción

Al diablo con todo el mundo, los ucranianos son como hermanos y lo único que los detiene de lanzarse a los brazos de la Gran Madre Rusia son los fascistas y drogadictos que la gobiernan.

Así lo dijo el tío Vlad, que es bien machín porque monta osos, nada en ríos congelados y reprime opositores, periodistas y grupos musicales que lo critican. De hecho, el camarada Putin tiene un ego más frágil que un cuatrotero y no aguanta la más mínima queja, aunque se haga pasar por un fuerte y rudo hombre de acción de la KGB.

En fin, acorde con los tiempos, lo primero que se hizo en esta redacción para protestar en contra de dicha invasión fue pisotear todas y cada una de las matryoshkas embebidas. Un recuerdo que alguien me regaló en épocas de la Guerra Fría, cuando los malvados líderes rusos eran comunistas y duros, no como los de ahora que lloran porque les quitan sus casas palaciegas en la idílica campiña italiana, sus departamentos en el centro de Londres o sus enormes y lujuriosos yates.

En esos entonces de soviets y politburós, los rusos no se andaban con chiquitas, decían “vamos a invadir Checoslovaquia” e invadían Checoslovaquia. Lejos están los tiempos en que marcharon a Berlín; hoy no pueden recorrer el camino a Kiev debido a que su equipo y sus armas fueron fabricados por los oligarcas amigotes de Putin. Cobraron caro y metieron puro material de tercera, como si se tratara de aeropuerto alternativo.

Y para ejemplo esta muestra: las llantas de los vehículos de transporte se comienzan a desmoronar al tercer día, como si hubieran sido reparadas en una vulcanizadora de la autopista de Querétaro; resulta que el proveedor aplicó el clásico de “meterle chinito”; se consiguieron neumáticos de ínfima calidad, fabricados en China, pero que parecen de marca Michelin.

La oligarquía y los altos oficiales se gastaron la lana de las llantas ‒y muchas otras cosas‒ en mega-yates. Imagínate que miedo volar en uno de los helicópteros fabricados por estos “eficientes” contratistas.

Esta es una de las causas por las que se formaron largas filas de tanques y vehículos de suministro que han permanecido estacionados por dos semanas, obligando a los pobres redactores y armadores de páginas informativas a repetir la misma noticia por días: “¡Los rusos están a 30 kilómetros de Kiev!”.

Por lo pronto, uno de los más grandes logros del dictador en ciernes ha sido el de unificar a una Europa dividida y demostrar que eso de estar afiliado a la OTAN no es tan mala idea después de todo. Suecia y Finlandia, países limítrofes, aplican de forma perfecta eso de las barbas del vecino cortadas (por un émulo muy chiquito de Pedro el Grande) y deciden que tener a los malvados americanos dentro del sagrado suelo patrio no es tan mala idea después de todo.

Por su parte, occidente se está haciendo a la idea de que podemos vivir sin la necesidad de productos rusos que, cosa curiosa, ni son la gran cosa. La balanza comercio de Rusia se parece a la de México de los setenta. Puras materias primas: carbón, petróleo, madera, gas, etcétera.

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Esto ocasiona que, si uno se quiere poner muy digno para vetar o destruir productos de ese país, se las va a ver negras. Una de las salidas ha sido la de retirar de los bares y otros antros las botellas de vodka; los más radicales se han fotografiado vaciándolas. La verdad es que eso de romper y tirar el líquido de fuego ruso no sirve para nada (la botella ya está comprada) así que lo mejor que se puede hacer con todas esas botellas es combinar su contenido con agua tónica, jugo de piña o de plano, solo con unos hielitos y un twist de limón.

Por cierto, ¿qué edad tenías cuándo te enteraste de que vodka significa “agüita”?

El caso es que, desde un país como el nuestro, en el que el propio gobierno se niega a tomar cartas en el asunto, nos damos cuenta de que tan sólo somos periferia. Que lo que hagamos o dejemos de hacer, a Rusia y al resto del mundo les tiene sin cuidado, aunque está claro que en zonas como el sureste de este atribulado país algo podríamos hacer con la gran cantidad de criminales rusos y de otros países eslavos que se han enquistado.

A final de cuentas nuestra contribución al conflicto tan sólo será la de enviar a un par de desbalagados que se sumaron a la lucha en un batallón internacional que trata de recuperar la heroicidad de aquellos tiempos en que la lucha contra los fascistas si era una prioridad de este país.

Ni siquiera tenemos la capacidad de castigo que gozan superpotencias como McDonald’s, Coca Cola o Starbucks, que han causado un gran revuelo con el anuncio de su salida de la Gran Madre Rusia para desconsuelo y enojo de los adolescentes de ese país; descontento púber que no le deseo ni al propio Putin.

Lo peor de todo este asunto es que, en la actualidad, una gran cantidad de la progresía mareada piensa de corazón que el gobierno de Putin es un heredero de los tiempos soviéticos y que es la contraparte del asqueroso capitalismo occidental. Al parecer no pueden ver que la forma más violenta y salvaje de capitalismo que hoy por hoy se práctica en este esférico manicomio al que llamamos Tierra, es el de Putin y sus secuaces.

Un régimen que ha regalado los principales medios de producción a los empresarios más corruptos y que, gracias a esas tranzas, el otrora poderoso y temido Ejército Rojo se ha transformado en un chiste que permanece atascado en las estepas de Ucrania.

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