Revista de Marketing y Negocios

Tus hábitos son tu destino aunque sigas buscando culpables

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“Para crear un hábito debes pensar en lo que vas a conseguir, y no en lo que vas a dejar.”

Durante años he observado un fenómeno curioso y bastante frustrante —mismo del que padecí— en nuestro entorno profesional y personal: buscamos el éxito como quien busca un tesoro enterrado. Con mapa inventado, brújula chueca y la esperanza infantil de encontrar “la fórmula secreta”. 

Queremos el resultado, pero evitamos el proceso. Queremos la transformación, pero rechazamos la disciplina. Queremos la vida soñada, pero sin modificar la versión de nosotros que la pide.

Y no es que no sepamos qué hacer; es que estamos condicionados para evitar hacerlo.  Vivimos en una cultura obsesionada con lo inmediato. Nos prometen abundancia en 21 días, claridad en 7, propósito en 3, y felicidad “garantizada” si repites la afirmación correcta frente al espejo. 

Consumimos esa narrativa porque es más digerible que la verdad simple: lo bueno toma tiempo, y lo significativo exige constancia.

Mientras tanto, seguimos aplicando los mismos rituales que, en el fondo, funcionan más para tranquilizar la conciencia que para movernos en la dirección correcta: decretar, encender velitas, pedir con intención y luego regresar al sofá con la cerveza fría y el algoritmo de Netflix cuidándonos la tarde.

No es crítica moral, Yo sería el menos indicado para hacerlo; es simplemente observación cultural, vivimos en la inmediatez.  Nos frustra no lograr lo que queremos, pero también nos aterra admitir por qué: “Pretendemos cambiar nuestro presente y por ende, nuestro futuro; sin cambiar nuestros hábitos.”  Y eso, sencillamente, no sucede.

El problema de fondo es la falta de claridad, aspiramos a cosas que ni siquiera hemos cuestionado si realmente deseamos o solo imitamos; estilos de vida prestados, expectativas ajenas, metas que alguien sembró en nuestra mente a fuerza de repetición social, sin saber siquiera el precio que hay que pagar por ello, sólo miramos “la recompensa, la comodidad y el lujo”.

“Para crear hábitos debes pensar en lo que vas a conseguir, y no en lo que vas a dejar."

Después, cuando no las alcanzamos, culpamos a la suerte, al sistema, al jefe, a la pareja, a los padres, a Dios o al algoritmo. 

La incomodidad rara vez la centramos donde corresponde: en nosotros mismos.
No porque tengamos la culpa, sino porque ahí está la única palanca real de cambio.

Yo también pasé años creyendo que el bienestar estaba en acumular señales de éxito. En los 80’s bastaba una playera Surf o unas Sperry para ganar estatus entre amigos; más tarde, lo mismo ocurrió con autos, relojes, smartphones y casas más grandes. Y cuando llega el momento en que todo eso se convierte en una loza —más pesada que satisfactoria— aparece la inevitable pregunta:  “¿No se supone que esto me iba a hacer sentir mejor?”

Cuando las obligaciones superan al sentido, inicia la crisis.
Queremos cambiar, pero no sabemos hacia dónde movernos.
Queremos mejorar, pero la inercia es cómoda y el miedo es barato.

Las excusas, además, siempre están listas: la falta de tiempo, el cansancio eterno, las deudas, las obligaciones.

Fue durante la pandemia, tras leer una simple frase en redes que ya les he compartido antes: “Si te hubieras convertido en lo que soñabas de niño, ¿qué serías hoy?”, que descubrí mi propio vacío de claridad. 

Pasé más de un año sin poder responder esa pregunta. No porque no recordara mis sueños de niño, sino porque hacía mucho que había perdido la conexión con lo que realmente quería. Y mientras lo encontraba intente diferentes cosas.

Ese fue mi punto de quiebre. Entendí que la gente no consigue lo que quiere porque no sabe lo que quiere. Y yo era uno de ellos.

No lo defines, no lo detallas, no lo aterrizas, no lo vives.

Y uno tarda en darse cuenta de que sin claridad, no hay identidad.
Sin identidad, no hay hábitos. Sin hábitos, no hay transformación.

Por eso tanta gente que gana la lotería termina perdiéndolo todo: “pueden comprar la vida”, pero no sostenerla. No porque les falte dinero, sino porque les falta estructura interna.

La “magia” —esa que tantos buscan— aparece cuando por fin defines qué quieres, cómo lo quieres y para qué lo quieres. No es esoterismo, no es suerte, no es destino manifestado: es comportamiento alineado.

Y aquí está la parte menos sexy, pero más real:
El cambio no exige sacrificios heroicos, exige decisiones pequeñas, sostenidas: dormirte un poco antes, leer en vez de ver televisión, una cerveza en vez de tres, una tarea importante antes del scroll eterno.

Lo que sostienes todos los días termina construyendo —o destruyendo— la vida que tienes enfrente

Así que sí: los hábitos importan. 

Importan más que la intención, más que la motivación, más que la frase inspiradora del día. Importan porque son la evidencia diaria de quién decides ser.

Y aunque cueste reconocerlo,

Tu vida actual es un reflejo directo de tus hábitos.
No de tus deseos.
No de tus sueños.
Es un reflejo de tus hábitos.

Ese es el verdadero destino.
Todo lo demás son excusas que suenan bonito.
Gracias por leerme, nos vemos en 15 días.

Juan Pablo Altamirano

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Juan Pablo Altamirano

Consultor y Emprendedor


Yeipi para sus amigos es Consultor en Imagen Pública, especialista en Ventas y Marketing Digital | 25 años como profesor universitario y posgrado en las áreas de mercadotecnia, publicidad, comunicación y emprendimiento | Sarcástico y de humor percudido es amante de la cerveza | Un auténtico Silver Surfer, ultrafan del Darkwave y el Synthpop2

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