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Un cuento navideño

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Una terrible historia

Tyler, un pequeño niño de ocho años que vivía en Iowa, cometió un gravísimo error.

Era temporada navideña y casi todos los niños y niñas de su edad se encontraban en la gran disyuntiva de seguir viviendo una vida de travesuras o, por lo menos durante la temporada navideña, fingir que se portaban bien para que así Santaclós no los borrara de su lista de regalos.

Descripción: Papá Noel sosteniendo un pergamino frente a un árbol de Navidad en la temporada navideña.

La canasta de carbón era legendaria, aunque Taylor jamás había sabido que alguno de sus pares la recibiera.

Pocas semanas antes de la gran fecha, envió una misiva asegurando al rey de Polo Norte que, dentro de todo, había sido un buen chico y que a pesar de un par de fallas —galletas extraídas de forma ilegal, un par de mentiras blancas y otros detalles mínimos— podía asegurar que el saldo de ese año era positivo.

Muy esperanzado llevó la misiva a la oficina de correos donde un amable empleado la recibió y la agregó al costal de correo que sería enviado al lejano norte.

Sin embargo, Taylor nunca se dio cuenta de que había cometido un gravísimo error. Nunca nadie le dijo que el hombre vestido de rojo era todo un engaño y que en realidad era un truco maligno para atraer a millones de otros niños, a las garras del infierno y la perdición.

Cualquiera con un poco de inteligencia podría haberse dado cuenta de que la palabra “Santa” es muy similar a la de “Satán”. Se escriben con las mismas letras. Esa es la forma en la que el contrario, el gran tentador, abusa de la inocencia de los pequeños para atraerlos a su reino.

A partir de ese nefasto diciembre, Taylor entro a una espiral de pecado y maldad del cual jamás pudo recuperarse.

Probó a escondidas su primera cerveza a los trece y a los quince años ya era todo un especialista en preparar y fumar porros de marihuana. Su carrera de criminal comenzó a los 16 cuando comenzó a extraer dinero de la bolsa de su mamá y de ahí pasó pronto a asaltar tiendas de conveniencia y transeúntes para pagarse una serie de vicios que cada día eran más caros.

Un mal día asesinó, casi sin darse cuenta, a una señora que estaba asaltando y la policía no tardó en atraparlo. Como ya era mayor de edad, fue juzgado, encontrado culpable y mandado al bote por 20 años donde, de manera segura, podría especializarse en otras ramas del crimen.

Todo por contar sus pequeños deseos navideños a una maligna y tentadora criatura

La gente más encantadora del planeta

(Es ironía)

Bueno, pues esto que acaban de leer es lo que podría pasarle a nuestros hijos, según una serie de sectas evangélicas, que en esta época han decidido iniciar la guerra contra Santaclós.

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Esta bola de mentecatos se han adjudicado la divina misión de ir a centros comerciales, en los que se han instalado lugares donde un personaje vestido del barbón navideño recibe a los niños, para vociferar cosas como “Santaclós no existe”, “Santaclós es Satán” y otras lindezas.

El miedo de estos santos caballeros es —según he leído— que cuando los niños llegan a la edad de desilusionarse, debido a que descubren la inexistencia del hombre de rojo, no tardarán en cuestionar la existencia del propio Jesucristo o de su padre.

En pocas palabras, colocan la creencia de Santaclós en el mismo plano de sus creencias religiosas.

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Mercadotecnia del odio

Nunca le daré la razón a personas que se jactan de poseer línea directa con dios y de ser intérpretes de sus propias palabras. Por otra parte, tampoco fui muy fan de alimentar la leyenda del gordo polar en mis hijos. Tuve que retener mi grinch interior y jugar el juego a pesar de que alguna vez se me reclamó de que yo nunca regalaba cosas en Navidad.

Todo por la armonía familiar.

Casi todo en este mundo, así lo creo, es saber vender y saber hacer la mercadotecnia correcta. Una de las peores cosas que puedes hacer a la hora de promover algo, desde unas vacaciones todo pagado hasta una religión, es cuestionar de forma negativa la manera en que un padre educa a su hijo. Muy cerca, le sigue el atentar contra la integridad emocional de los niños.

A la hora de que alguien se entromete con esto, surgen pasiones que hasta las personalidades más civilizadas pueden quedar enterradas para transformarse en rabiosos energúmenos. El amor filial es una cosa muy compleja y atacar de forma emocional a un niño podría transformarse en un buen pleito que no puede tener buenas consecuencias.

No estoy diciendo que pongan enormes figuras de Santaclós afuera de sus iglesias o que se disfracen como tal para atraer a toda la familia. Pero hay maneras más sencillas y más sublimes de atraer gente.

En fin…

Muchas gracias a todos los lectores que han seguido a esta errática columna a lo largo de 2023. Mi deseo es que tengan unas magníficas fiestas y que el próximo año alcancen sus objetivos y sus más caros anhelos.

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