Parece mentira que algo tan pequeño haya podido paralizar al mundo entero, nos puso contra las cuerdas mientras quizá por momentos (largos por cierto), nos creíamos invencibles en muchos sentidos, un virus invisible al ojo humano nos llevó a preocuparnos y ocuparnos por lo esencial: VIVIR.
¡Cuánto poder tiene lo pequeño!, qué gran lección, ¿será que nos está mostrando la nueva forma en la que necesita comportarse la humanidad?, no le importa ninguna clases social, frontera, sistema económico, político, raza, religión, preferencia sexual, ideología, etc., llega a cualquier persona de cualquier lugar, nos ha mostrado lo esencial, como si más que una enfermedad fuera la cura para recuperar nuestros valores más profundos y entender que somos iguales, que la vida es lo más importante que tenemos y todos buscamos en este momento la tranquilidad de sentirnos seguros.
Poco a poco comprendemos que seguiremos conviviendo con él, así como lo hacemos con nuestros miedos y fantasmas, nuestras dudas, enojos y frustración, que a pesar de nuestro intento por ocultarlos existen y se hacen evidentes de una u otra forma y más ahora.
Intento darle una interpretación humanista mientras la ciencia encuentra la suya, tal vez llegó el momento de darle atención a esos actos simples que damos por sentado como sonreír, sentir el frío, el calor, el sonido del aire, respirar, observar una flor, el vuelo de un ave o el de ¡una mosca!.
Sin pretender romantizar la situación actual, este momento nos ha llevado o más bien obligado a ver lo que somos sin filtros, a descubrir con quién realmente vivimos sin los espacios que solíamos tener, a observar la manera en la que verdaderamente nos amamos a nosotros y a los otros. Este virus nos sacó del escondite, como cuando estás jugando, te encuentran y ya no tienes tiempo de llegar a la base, ¡te han pillado!
¿Cuál es la verdadera enfermedad y, más aún, cuál es la cura para esto que ha quedado expuesto?, ¿negarlo, reconocerlo, llorar, huir? Al parecer tenemos más preguntas que respuestas, lo cual pone en peligro nuestra necesidad de certeza y no hay nada más seguro que la incertidumbre, la misma que se encuentra frente a cada uno de nosotros viéndonos a los ojos sin parpadear, y nos invita de manera insistente a darle valor a lo “pequeño” como sonreír, sentir el frío, el calor, el sonido del aire, respirar, observar una flor, el vuelo de un ave o ¡una mosca!.
En todo caso existen dos caras de la misma moneda, y vamos a identificarnos con la que sea similar a nuestros pensamientos.
Columnista invitada: Ana Isabel Garduño Organista