Para determinar las ventajas y desventajas de la imagen de una marca, en alguna ocasión propuse a un cliente realizar conjuntamente el análisis de su empresa desde la “Trinidad Leone”.
Indagar y poner en tela de juicio lo bueno, lo malo y lo feo que hay en nuestra compañía, marca o causa no es un asunto menor. Es desvestir y exponer, sin pudor alguno, las miserias y virtudes que nos definen como empresa, y en el terreno de las funciones y responsabilidades, escaneárnos como empresarios, directivos o líderes. Si este ejercicio se realiza con seriedad y objetividad, desde la más absoluta sinceridad y sin trampas, argucia inútil, ya que sería como meterse un autogol, siempre descubriremos elementos interesantes y productivos para fortalecer caminos así como para enderezar rumbos.
En estos tiempos de precampañas y campañas políticas, ocupamos este breve espacio para hacer un escueto y rápido ejercicio de la imagen de los candidatos más conocidos.
Andrés Manuel López Obrador.
AMLO el bueno.
Un político de 24 sobre 100, que a lo largo de muchos años ha sabido conectar con las mayorías; con la población que de una u otra forma espera y exige la justicia e igualdad que debe emanar desde el gobierno. No sólo habla, domina su idioma, lo que lo hace cercano; ventaja que sabe explotar y le otorga total credibilidad en ese sector y le permite ser visto no como un político más sino como la única y verdadera solución a los grandes problemas del país. Sabe engrandecer esa empatía con frases y gestos eficaces y enormemente celebrados por sus seguidores. Dice lo que casi todos quieren escuchar (comparten y creen saber) acerca de los malos manejos gubernamentales, eso lo convierte de facto en el representante legítimo del legítimo pueblo, en el líder con autoridad y valentía suficientes, a quien no le tiembla la voz ni la mano para hacerle frente a las oscuras y retorcidas fuerzas del poder.
AMLO el malo.
El que habita los extremos; o es querido en exceso o altamente rechazado. Ningún candidato, ni en ésta ni en las pasadas contiendas, exhibe tan peculiar como adversa característica. Nada favorable para la captación de indecisos. El que no acepta la más mínima crítica; que excluye y discrimina; que señala y arremete contra todo, instituciones incluídas. El de los fracasos reiterados, ya que en dos ocasiones consecutivas no sólo ha perdido la delantera en la carrera hacia la presidencia sino que ha dejado la impresión de llevar a cabo un inesperado e inexplicable autosabotaje. El que no escucha a sus asesores o lo que es peor, el que no sabe escogerlos. El que en sus acciones y discursos no logra aminorar la percepción de que están dirigidos hacia la obtención del poder y no hacia la construcción de un mejor país.
AMLO el feo.
El que si pierde amaga con arrebatar. Crea división, enfrentamiento, inestabilidad e incertidumbre aunque él no lo quiera. La manera en la que se conducen sus defensores y seguidores lo dice todo. Las amenazas, los insultos y diatribas, el discurso pendenciero de sus incondicionales es una constante imparable y peligrosa. Es como si a nadie le importara el daño que le ocasiona la intolerante, tóxica y nociva postura de “estás conmigo o en mi contra”. Dogma nada favorable que rebosa un obtuso y oscuro fanatismo. Es como si nadie reparara en que lo que está en juego es el futuro del país.
Para beneficio de nuestra marca, causa o líder, mientras más profundo y detallado sea el análisis más precisos seremos para desarrollar virtudes y corregir fallos. Debemos construir sobre cimientos más estables y certeros, cubrir yerros y descuidos, modificar percepciones y darle la vuelta a los estereotipos. Empecemos por detectar y definir puntos de partida para determinar puntos de encuentro.