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De reyes, príncipes y otras sanguijuelas

La monarquía es el sistema político que ha gobernado a la humanidad a lo largo de la mayor parte de su historia; las repúblicas siempre fueron pequeñas y efímeras, por lo menos hasta nuestra época, mientras que los imperios en realidad fueron monarquías llevadas a términos internacionales.

A lo largo de nuestra historia la monarquía ha sido la forma de gobierno más común; sólo hasta ahora y desde estas latitudes, nos parce algo superfluo, exótico y hasta anacrónico.

Sin embargo, a pesar de la idea ya universal de que cada persona es igual a la otra, todavía hay quien ve en la nobleza una especie de sueño a cumplir. Nos encantan las historias de las Graces, las Letizias o las Meghans, plebeyas que pudieron alcanzar el infantil sueño del príncipe azul.

Las revistas “del corazón” cumplen de manera rigurosa su papel de observatorios de esa rancia nobleza europea a la que sólo quedan rimbombantes títulos y, en muchos casos, deudas estratosféricas; un coto de “elegidos” que aunque cada años es más pequeño y ridículo, aún es seguido muy de cerca por quienes quieren enterarse de sus dichas y desdichas.

Dentro de ese microuniverso, me llamó mucho la atención un artículo publicado por el New York Times, en el que se hacía relación sobre Vittorio Emanuele di Savoia, heredero de la casa real Italiana, quien decretó esta semana que las mujeres ya podían heredar dicho trono. Este fue una especie de regalo de cumpleaños para su nieta Vittoria Cristina Chiara Adelaide Maria, de 17 años.

Esta última (la de la foto), vive la gran vida en París y, para colmo, es “influencer” en Instagram. Ella se manifestó sumamente agradecida por el enorme regalo de su abuelo. ¡Quién pudiera hacer reina a su nieta!

Por supuesto que este decreto causó escozor: resulta que su primo, Aimone di Savoia Aosta (de 53 años), ha calificado esta acción como ilegítima ya que es él quien sigue en la línea sucesoria.

Aimone trabaja para la llantera Pirelli en Moscú, mientras que el papá de la nueva heredera, de nombre Emanuele Filiberto, es un personaje de la televisión italiana además de poseer un restaurante en Los Ángeles de nombre “Príncipe de Venecia”, titulo que -por cierto- también reclama.

En otros entonces este tipo de discusiones hubieran generado una guerra civil con grandes batallas, cercos a castillos, traiciones y hechos heroicos con la consabida pérdida de miles de lacayos; un sacrificio que, por supuesto, cualquier aspirante a rey está dispuesto a sufrir.

Afortunadamente, en estas épocas, el conflicto no es más que una guerra de declaraciones en revistas especializadas y no escala más allá de un par de bofetadas en un evento de la realeza (verídico, ocurrió durante la boda de Felipe VI de España).

Además, en Italia, lo último que les hace falta son zánganos reales; ya tienen lo suficiente con Silvio Berlusconi. La posibilidad de un regreso de la monarquía a la bota es tan remota como la reconquista del imperio romano.

Este tipo de controversias y acontecimientos son los que utilizan los republicanos y demás enemigos de las monarquías para justificar el derrumbe inmediato de las que aún perduran en países que se hacen llamar civilizados. Y aunque muchos quisieran aplicar “la solución francesa”, la verdad es que esto todavía va a tardar.

Por ejemplo, lo que ocurre en España: No importa que los miembros de la familia real disfruten de grandes rentas y presupuestos, no dudan en comportarse como políticos latinoamericanos a la hora de cambalachear influencias y favores por efectivo.

Los pueden poner en evidencia y cuestionar su talla moral, no importa; para muchos el simple hecho de criticar esta institución es tabú.

Quizá la gran diferencia en este debate la marca la Gran Bretaña, país que siempre ha estado enamorado de sus propias tradiciones; pretexto que utilizan para justificar el seguir teniendo una rancia institución monárquica.

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Pero resulta que hay algo extra: para la Pérfida Albión, la denostada cuna del capitalismo moderno, la monarquía resulta ser un gran negocio.

Según un estudio realizado por Brand Finance en 2017 (https://brandfinance.com/press-releases/valued-at-67-billion-the-monarchy-is-britains-greatest-treasure) aunque la casa real de los Windsor le cuesta a cada ciudadana y ciudadano unas 4.50 libras esterlinas al año (algo así como 292 millones de libras en total), la monarquía contribuye a la economía británica con unos 1,766 millones de libras anuales.

Entre el turismo que genera, así como el efecto que ésta tiene en diversos sectores, la casa real no representa un gasto, sino también contribuye con la economía nacional.

Es increíble la cantidad de gente que va hasta las islas para asomarse entre las rejas de Windsor y tratar de obtener, aunque se de manera muy efímera, la visión de alguna figura de la realeza. Lo logre o no, el dinero del viaje ya está en caja.

Otro de los fenómenos que ha generado la corona británica respecto a la economía en la cual se encuentra sumergida es algo llamado “Royal Warrant of Appointment”, un certificado otorgado a personas o a empresas que proveen de ciertos productos o servicios a la casa real.

En la actualidad unas 850 personas o empresas cuentan con unas 1,100 de estas certificaciones y, no es necesario decirlo, son ampliamente codiciadas ya que son una garantía de calidad. Para muchos es todo un honor el hecho de comprar en un negocio que es proveedor de la familia real.

Estas garantías permiten el uso del escudo de armas, tienen una duración de cinco años (se pueden refrendar, por supuesto) y son otorgadas por los miembros más importantes: la reina, el príncipe Carlos. En el caso de las que dio el recién fallecido duque de Edimburgo, caducan este año.

Por ejemplo, uno puede utilizar un paraguas hecho por A. Fulton Company y tener la absoluta seguridad de que están aprobados por la propia reina, quien los usa para cubrirse de la tan británica lluvia.

Lo mismo ocurre para marcas como Nestlé (¿la reina también desayuna cereal Nesquick?), Unilever, Xerox, Schweppes o Jaguar Land Rover, entre otros.

¿Qué más se puede pedir, hablando en términos de marketing, que el escudo de la protagonista de “The Crown” aparezca en nuestro producto?

La verdad es que me parece patético llegar a un nivel de irrelevancia histórica en el que hay que tratar de justificar la “tradición” de la monarquía en términos económicos; lejos están los tiempos de Guillermo el Conquistador.

También parece patético transformarla ya sea en una exposición, como si de un circo o un zoológico se tratara, o en un sello de calidad para productos y servicios.

Pero, pensándolo bien, ¿no será que lo que carecen las decadentes casas reales y nobles de Europa, es una buena campaña de marketing?

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