¿Cómo perdonarnos nuestra “mala percepción”?: El error discursivo del Presidente

En la religión católica, el sacerdote absuelve al creyente de sus pecados con la supuesta condición de que éste no vuelva a cometer el acto, que sea una persona distinta al ser perdonado por su mismísimo Dios. Hace unos días, Enrique Peña Nieto entró al confesionario público y pidió perdón por un error que manchó la imagen de su gobierno. Pero, pedir perdón para qué: ¿Para buscar el olvido?; ¿Para reparar daños?; ¿Para medio limpiar los errores y seguir caminando sobre el empedrado sendero hacia los últimos años de un sexenio destartalado?; ¿o simplemente como una estrategia de comunicación política con objeto de perfilar a un partido hacia los comicios electorales del 2018? ¿Se puede trasladar el concepto del perdón al orden de lo jurídico, de lo político?

El discurso del presidente de México dictado el pasado 18 de julio, con motivo de la promulgación las leyes anticorrupción, fue adornado con una frase que, para muchos mexicanos, significó una brutal tomadura de pelo a la inteligencia de la sociedad civil.

Peña Nieto pidió perdón a los mexicanos por el escándalo de la Casa Blanca adquirida años atrás.

Mas cuando uno pide perdón, éste tiene que contener por lo menos un ápice de sinceridad, debe tener un sentido. Analizando la comunicación acartonada del mandatario mexicano, encuentro en su disculpa un confuso sabor a patadas de ahogado más que a sinceros sentimientos. A veces se confunde el perdón con temas parecidos: la excusa, el lamento, la amnistía, la prescripción, la justificación. La disculpa llegó tarde, porque quizás viene desde lejos –desde las profundidades de un ego enorme–. Lo peor, aquéllas fueron palabras leídas desde un teleprompter. ¿Redactadas por “expertos en comunicación política”?. Por lo tanto, ¿Es válido perdonar los errores que se comenten desde la silla presidencial?

Hegel decía que todo es perdonable, salvo los crímenes que hieren el espíritu humano.

En cuestiones políticas, la corrupción es el principal pecado mortal que puede cometer un servidor público. Este acto lacera directamente el espíritu del pueblo que se gobierna y que es asaltado por su gobernante.

Jacques Derrida se encargó de analizar, durante años, los temas del perdón y el arrepentimiento. En sus reflexiones, Derrida señala que el acto del arrepentimiento proviene de la tradición religiosa y dice en una de sus conferencias: «Desde hace algunos años, uno ve, no solamente individuos sino comunidades enteras, corporaciones profesionales, representantes de las jerarquías ecleciásticas, soberanos y jefes de Estado, pedir “perdón”.

Todos ellos lo hacen en un lenguaje abrahámico que no es (en el caso de Japón o de Corea, por ejemplo) el de la religión dominante en sus sociedades, pero que ya ha devenido el idioma universal del derecho, de la política, de la economía o de la diplomacia: a la vez agente y síntoma de esta internacionalización». Y también destaca que esta misma internacionalización del perdón surge como una necesidad de memoria, de volver al pasado con el fin de analizarlo, reflexionar y aceptar que se han cometido errores que afectaron a terceros. En política, el pedir disculpas refiere a la apertura y humildad del espíritu del gobernante que busca el indulto.

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El error

Grandes y conocidos jefes de Estado han pedido perdón a lo largo de la Historia.

Viene a mi mente el caso del Papa Francisco pidiendo disculpas al mundo por los crímenes que cometió la Iglesia Católica durante las Cruzadas y la conquista de América. A Bill Clinton por su «mala actuación ética» al tener una relación extramarital con una pasante de la Casa Blanca. A López Portillo aceptando -lleno de lágrimas– que el Estado fracasó al no sacar a los pobres de «su postración».

Tal vez encontraríamos válida la disculpa del presidente Peña si el discurso tuviera un poco de coherencia: se pide perdón por la «mala percepción» que generó la obtención de la famosa casa, pero se aclara que en la acción de compra-venta del inmueble no existió conflicto de interés, pues siempre se actuó «conforme a la ley». Jacques Derrida dicta que, para poder perdonar, es necesaria la aceptación de un equívoco, en este caso se acepta una mala percepción por parte de la sociedad.

Dentro de este discurso no es un hecho que el error proviene del que pide perdón, sino de los que pretendemos excusarlo. En las inconexas circunstancias que plantea su mensaje, quienes deberíamos pedir perdón seríamos los ciudadanos mexicanos que «tontamente» vimos un acto de corrupción en donde había una acción lícita. ¿Tenemos que perdonarnos por acusar al Presidente de corrupto cuando no es así? ¿Al menos lo consideraría usted, lector? La probable y lógica respuesta es no. Éste fue un error terrible del equipo de comunicación presidencial que, en su entendida urgencia de recuperar legitimidad, redactó un discurso confuso y sin credibilidad para muchos, en otras palabras: les salió el tiro por la culata.

En todo caso, tratando de entender que el mandatario pidió perdón con sinceridad.

¿Debemos creer –ingenuamente– que al hacerlo, él no volverá a cometer un acto de tan lamentable envergadura? y, sobre todo, que el evento lo hizo cambiar y reflexionar. El error está en su pretensión de recuperar la confianza que no posee, de un pueblo desconfiado.

Muchas veces se perdona con los ojos cerrados y con la esperanza de que lo perdonado no volverá a ocurrir. En política, la disculpa sí es válida. Según Jankélévitch se debe pedir perdón cuando se han cometido crímenes por parte del gobernante; pero es doblemente necesario cuando se trata de actos de lesa humanidad.

Más allá de su error lógico-semántico, ¿usted perdonaría al Presidente? La aceptación de la disculpa es, sin duda, una cuestión muy personal. Yo, por lo pronto, ya he tomado mi decisión.

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