Los tiempos cambiaron, señoras y señores. El recordatorio viene a colación por aquellas opiniones vertidas a bote pronto por algunos comentaristas deportivos —como ahora suele ser común para el mal destino de quienes los escuchamos—, ante la decisión de la gimnasta estadounidense Simona Biles de retirarse de la competencia deportiva en Japón.
El argumento de la gimnasta, que en otras contiendas se ha hecho de varias medallas, fue que sentía el peso del mundo bajo sus hombros y que daría prioridad a su salud mental.
El argumento de Biles fue descalificado por comunicadores deportivos, algunos compararon a la atleta con otros estadounidenses que no han cedido al estrés permaneciendo en la justa.
Otros, aludieron a la generación de ‘cristal’, identificada como una generación ‘frágil emocionalmente, posterior a la Generación X e incluso a los Millennials.
Hay mucho por discernir ante este acontecimiento, dado su carácter internacional y el parteaguas que marca, ante una audiencia global, como suele ser la de este tipo de eventos deportivos de carácter mundial.
La decisión de Simona Biles y su equipo de entrenadores no es inocente. Detrás hay muchas historias que debemos saber leer quienes miramos los acontecimientos cotidianos.
Estamos ante un cambio en los paradigmas de los modos de ser tradicionales, de los actos dados por hecho, del deber ser por cotidianidad más que por razones, derechos y bienestar.
La decisión de Simona Biles no es un hecho aislado, hablando de que los tiempos han cambiado, aunque sí el más impactante por la audiencia que ya referíamos y que es propia de esta competencia deportiva, evento referente de disciplina, audacia, constancia, competencia y, por supuesto, victoria, entre muchos otros valores, altamente estimados por el statu quo.
Al tiempo que nos enterábamos de que una gimnasta tenía voz y poder de decisión en Japón, el equipo noruego femenino de balonmano de playa se revelaba contra la imposición de tener que usar bikini, y salir a jugar en shorts el Campeonato Europeo de este deporte.
Aunque esa decisión les valió una multa por 1,764 dólares, impuesta por la Federación Europea de Balonmano, igual que Biles, las integrantes del equipo noruego tomaron el escenario internacional para hacerse escuchar.
Reiteramos las múltiples historias detrás de estas decisiones que deberán irse desentrañando: las de abusos sexuales, las de cosificación e imposición a las y los atletas. La historia del valor de la salud mental que, luego de tantas conquistas, sigue siendo menospreciado.
No menos relevante es la historia de la apuesta millonaria por un evento mundial que quizá, por qué no, tendrían que ser replanteados en sus formas de competencia, de demostración de la capacidad física, mental y emocional de las personas, más que de los países. Al final, ¿qué es lo que realmente quiere demostrar el medallero global?
Y no se sienta ajeno, todo ello le importa al marketing de los negocios, porque las formas de vender, los argumentos para convencer, también cambiaron. El entender lo que ahora buscan quienes consumen es prioritario para alcanzar las metas.
Hace unos años, en una reunión, una querida amiga sacó un cigarrillo, y se dispuso a fumar delante de todos. Otra amiga común le dijo ofendida, y sin dudarlo: “Apaga tu cigarro, estamos en un lugar cerrado y a muchos nos molesta. Ya no son los tiempos de antes”. A mi amiga no le quedó más que salirse de la reunión para fumar.
Y sí, los tiempos cambiaron. Igual que no podemos fumar en lugares cerrados, aunque sean reuniones privadas, hemos ganado otros derechos, como el del voto femenino, y como el reconocimiento del derecho a la salud mental.
La Organización Mundial de la Salud establece que “la salud mental es la base para el bienestar y el funcionamiento efectivo de un individuo y una comunidad”, y no sólo eso, sino que es más que la ausencia de enfermedad porque es “un estado en el cual “el individuo se da cuenta de sus propias aptitudes y puede afrontar las presiones normales de la vida”.
El tema de fondo es que debemos entender que las acciones humanas no son lineales y constantes, y no tienen por qué serlo, y tampoco debemos pedir que lo sean. El cambio es la única constante.
Si faltan referencias, recordemos todo lo que nos ha traído la pandemia, porque al parecer se nos olvida, aunque la tengamos aún entre nosotros.
Nada ha sido más demostrativo de la posibilidad de cambiar y cuestionar lo establecido en busca del bienestar, que la amenazante pandemia; sus muertos, sus contagios, sus restricciones, su poder para terminarlo todo en un abrir y cerrar de ojos. Y sembrar la incertidumbre como única certeza.
Señores no nos asustemos ante las voces que hoy se levantan. Escuchemos con atención, escudriñemos, aprendamos, nos conviene.