La historia del Frappuccino comienza en los años 90 con la unión de dos ideas.
Por un lado, un gerente de distrito de Starbucks en California que creó una bebida helada para el verano, por el otro lado en Boston, una cadena de cafeterías llamada The Coffee Connection que contaba con una bebida llamada Frappuccino.
En 1994 Starbucks compró la cadena y con ello los derechos del nombre. Un año después, lanzó la nueva bebida en todas sus tiendas de Estados Unidos y Canadá, inicialmente con sólo dos sabores: Mocha y Café.
Hoy, millones de personas alrededor del mundo piden un Frappuccino en cafeterías independientes como si fuera una categoría genérica, sin saber que están usando una marca registrada.
Esos negocios venden frappés, cafés helados, batidos con espresso… pero el nombre de Frappuccino propiedad de Starbucks reina en el vocabulario colectivo. Porque las marcas no solo compiten por el mercado, compiten por el lenguaje.
Este fenómeno tiene nombre: proprietary eponym, un término en inglés utilizado para describir una marca registrada que se convierte en la forma común de nombrar algo.
Y el Frappuccino no está solo. ¿Te suenan estos?
- Tupper, que en muchas casas mexicanas es cualquier recipiente de plástico, aunque sea el bote de helado.
- Pritt, el lápiz adhesivo que todos pedimos por su nombre, aunque el que traigas en la mochila sea de una marca genérica.
- Kleenex, sinónimo universal de pañuelo desechable, aunque en realidad sea marca Pétalo, Member’s Mark o del súper de la esquina.

Las marcas que se cuelan en el idioma
Hay marcas tan integradas en nuestra vida que ya ni las notamos. Pero ahí están, en el lenguaje, en la rutina, en la forma en que pedimos las cosas. Cuentan con un capital simbólico, las metimos sin querer en nuestro diccionario emocional y funcional del día a día.
Y eso no es casualidad. Es marketing. Pero no el de jingles y espectaculares. Es el marketing que nombra.
Ponerle nombre a algo es darle poder
Nombrar es más que una estrategia. Es dejar huella. El Frappuccino no era solo una bebida: era una promesa de sabor, una experiencia.
Y cuando eso se instala en el imaginario colectivo, la marca ya no necesita anunciarse. La consumimos incluso cuando no la estamos comprando.
“Las marcas más poderosas son las que hacen que un adjetivo se convierta en sustantivo, y un sustantivo en una forma de vida”.
¿Pero es bueno o malo volverse genérico?
En términos de awareness (reconocimiento) es una gloria. En términos legales, puede ser un reto. En términos culturales, es una conquista. Una marca que se vuelve sustantivo, se vuelve historia.
Y esa palabra nueva puede significar una nueva realidad… y una nueva oportunidad de mercado, porque el consumidor ya no pide el producto, pide tu nombre.
Cuéntame, ¿qué otras marcas conoces que no sólo venden, sino que nombran la marca?
Por cierto, este año el Frappuccino de Starbucks cumple 30 años. Si te gustan las bebidas dulces te recomiendo el Happy Berry Birthday Frappuccino.









