Parte de la naturaleza humana es creer que cada uno de nosotros tiene toda la razón y que nuestra opinión es la más válida y la mejor.
El VP de Google en reclutamiento, Laszlo Bock, ha declarado que una de las principales cualidades que busca en un candidato es la humildad intelectual. Sin ella, dice, “no eres capaz de aprender”.
A diferencia del concepto ético de humildad que conocemos en general (que definimos por sus rasgos de sinceridad, honestidad y falta de egoísmo), la humildad intelectual se relaciona con la conciencia de los límites del propio conocimiento. Es un estado de apertura a nuevas ideas, una voluntad de ser receptivo a nuevas fuentes de evidencia.
Ventajas de la humildad intelectual
Este tipo de humildad ofrece, entre otros beneficios, una mayor disposición a aprender y un mayor compromiso con la aceptación de la opinión de otros. Es una condición que sin duda, nos permite aprender más. Incluso de los desacuerdos con los demás, lo que los vuelve mucho más constructivos. A la larga, la exposición a puntos de vista radicalmente opuestos a los nuestros nos retará para mantener vigente nuestro crecimiento intelectual y como seres humanos. Además, implica un saber ponerse en los zapatos del otro para entender su perspectiva.
Obstáculos para la humildad intelectual
Uno de los principales obstáculos para aceptarla es la creencia en que “nacemos con una cantidad limitada de inteligencia” y que no la podemos desarrollar; por lo tanto, no tendría ningún caso esforzarse en mejorar. Esto conlleva a una arrogancia intelectual con un IQ alto (“ya lo sé todo”). Y también a la cerrazón a aprender nuevas cosas con un IQ bajo (“nunca he sido bueno en eso y nunca lo seré”). Ambos casos implican un sentimiento de “fijación” que distorsiona la realidad y una actitud defensiva cuando se cuestionan sus ideas. Un claro ejemplo es el efecto Dunning-Kruger, un sesgo cognitivo tipo “delirio de grandeza” a la Donald Trump.
Por el contrario, cuando nuestra disposición está abierta al crecimiento, percibimos la inteligencia como un músculo en entrenamiento. Susceptible de entrenar y desarrollarse.
¿Y el marketing, qué?
Y el marketing TODO que ver.
Al tratarse de una habilidad intelectual, no emocional, la humildad intelectual es la llave nos permite aprender de los demás. Aceptar nuestras limitaciones (desde una perspectiva constructiva), y una flexibilidad que al final, nos permitirá salir ganando.
Parte de esta habilidad es el saber “ponerse en los zapatos del otro”. Basta cambiar la palabra “otro” por “consumidor” o “colaborador” y aceptar que nuestro entorno (de marketing) es 100% cambiante. Y principalmente: que nadie lo sabe todo. Que cada día surgen nuevas tendencias, medios, tecnologías y teorías listas para ser descubiertas por nuestro ánimo aventurero. Sobre todo en un ámbito tan lleno de egos chiquitos y soberbias gratuitas, como la mercadotecnia, la publicidad, el diseño y la creatividad. Ser humildes nos beneficia a todos.