Existen múltiples opiniones acerca del concepto denominado Imagen pública.
Hay quienes la encasillan en el arreglo e imagen personal de una persona, para otros es algo completamente superficial que además antepone, de nuevo, la banalidad que pueden otorgar los rasgos físicos por encima de las capacidades y habilidades profesionales. Algunos la consideran una manera apropiada de crear, construir y consolidar un proyecto profesional ligado íntimamente a un personaje, cuando en realidad es al revés. Y habemos quienes la consideramos un medio y un fin en sí misma aplicable a personas, productos, servicios e instituciones.
La mejor definición que existe sobre este concepto, al menos para mí es la que dicta Víctor Gordoa: La imagen pública es la percepción compartida que provoca una respuesta colectiva unificada.
Luego entonces, con esta definición acabaríamos de una vez por todas con el inútil debate sobre si una imagen es buena o mala; cuando en realidad lo que importa es si funciona o no y de paso, dejar de subestimar los distintos campos de aplicación a causa del desconocimiento en la materia.
“Nada es verdad nada es mentira, todo depende del cristal con que se mira” versa el dicho popular; de modo que lo que nosotros consideremos como feo o bonito sea sumamente subjetivo, cuando la realidad es que ni siquiera seamos el público objetivo al que obedece dicha imagen. El manejo de la percepción es todo menos subjetivo, conlleva años de estudio con base en una metodología que debieras, al menos, conocer un poco para obtener el mayor provecho de ella.
Si estás creando ese proyecto que redefinirá tu vida o que es justo el sueño que te motiva a emprender, deberás entonces considerar a la relatividad de la imagen como un aliado al momento de definir lo que tu negocio debe comunicar en vez de lo que tú crees.
Este concepto debiera anteponerse a cualquier intento de creación y gestión del branding y que si bien, se realiza en el desarrollo de nuevos productos o de una marca como parte del proceso mismo, muchos emprendedores ni siquiera lo consideran al operar, casi siempre, desde sus “latidas o corazonadas” basados en lo que ellos o ellas consideran pudiera funcionar dentro del mercado. Pero permíteme brindarte un poco más de información.Existen tres componentes que conforman dicha relatividad:
1. Objetivos o metas planteados
2. Esencia (del personaje, institución o empresa)
3. Necesidades de la audiencia
Alineados estos tres elementos, podrás entonces jugar al juego de las percepciones para tratar de posicionar una imagen mental dentro de tu mercado objetivo que considere lo que ellos esperan recibir. Dicho en lenguaje de ventas, no debes promocionarte desde lo que tú vendes sino desde lo que tus clientes necesitan y que están buscando. En términos de imagen no importa lo que tú digas que eres, sino lo que la gente cree que eres, lo mismo aplica para las empresas.
Si consideras la incorporación de los elementos que conforman la relatividad de la imagen a tus tareas de marketing, entonces es muy probable que puedas presentar una ventaja competitiva que sea altamente diferenciada en el mercado, siempre y cuando la desarrolles de manera correcta.
Quienes siguen menospreciando el manejo de imagen están destinados a fracasar, no porque su producto o servicio sea malo, sino porque en términos de percepción, no aportan ninguna sensación de valor para sus clientes y las emociones que generan son contrarias a lo que la gente espera recibir. Pero del Branding Emocional si quieres hablamos en la siguiente columna.
Si tienes dudas o preguntas acerca de la relatividad de la imagen, contáctame, será un placer ayudarte.
Gracias por leerme,