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La cantante, el escritor y el obtuso burócrata

Comienzo con una historia que ocurrió hace años, cuando Internet era joven.

(Es el momento en que los más pequeños guardan silencio para escuchar las sabias palabras de este provecto anciano)

Érase una vez un geólogo estudioso de alguna universidad de la costa oeste de Estados Unidos, que publicó (en línea, cosa que era brutalmente innovadora en ese entonces) un estudio sobre la erosión de la costa de California.

Esos enormes acantilados de la costa del Pacífico al parecer son muy delicados y continuamente se están derrumbando. Para ilustrar dicho trabajo el estudioso hizo un extenso registro fotográfico de la situación en que se encontraba la costa.

Resulta que, dentro de esa enorme cantidad de fotografías, una en particular mostraba una ostentosa residencia en la cima de un acantilado. Esta imagen causó todo un revuelo.

Dicha casa pertenecía a la cantante, actriz y diva en desuso, Barbara Streisand que, al enterarse de la aparición de su casa en el estudio, montó en cólera y decidió demandar para así evitar que la imagen de su lujosa mansión cayera en manos de los lacayos y demás peladaje.

El asunto, que no pasaba de ser un oscuro estudio académico el cual sólo sería visto por algunos pares de ojos, se transformó en chisme de famosos, apareció en las noticias y la quisquillosa señora Streisand logró exactamente lo contrario de lo que buscaba: todos los mortales se enteraron de la ubicación y el aspecto de su casa.

A eso se le denomina el “Efecto Streisand”: hacer énfasis por un pequeño detalle, que pudo haber pasado desapercibido pero que, a causa de esta señalización, se transforma en todo un escándalo.

Algo similar pasó a principios de siglo en nuestro país, cuando una escuela religiosa demostró esa carencia de visión tan característica en las instituciones de su tipo y expulsó a una maestra. La causa había sido la queja de un padre de familia que, por pura casualidad, también era un alto funcionario del gobierno.

La maestra había puesto como tarea la lectura de la novela “Aura”, de Carlos Fuentes y a este señor, que presumía de supuestos altos niveles morales, le había parecido obsceno para la tierna edad de su hija (¡las niñas de tercero de prepa son tan inocentes!) por lo que decidió quejarse.

La dirección del cuasi convento que se hacía pasar por escuela decidió, para quedar bien, expulsar a la profesora. El asunto llegó a los medios y la cosa se transformó en todo un escándalo sobre censura gubernamental y estrechez de visión por parte de fanáticos religiosos. La gente no tardó en subirse a la causa de la pobre y ninguneada maestra.

Un pequeño asunto que pudo solucionarse con un reglazo en las palmas de la profesora se transformó en portada de “La Jornada”. La cuestión creció tanto que incluso tuvo el efecto secundario de incrementar, en gran manera, las ventas del libro para beneplácito del autor y su editorial.

Creo que existen miles de casos similares, pero el “Efecto Streisand” que nos atañe esta semana es el que causó el despido del escritor Jorge F. Hernandez de su cargo como ministro para Asuntos Culturales de la embajada de México en España.

Toda la comedia de enredos comenzó con una declaración de Marx Arriaga, director de Materiales Educativos de la Secretaría de Educación Pública; a él es a quien le debemos el intento fallido de “redactar y editar” los libros de texto gratuito en un tiempo récord de meses y que fracasó de la manera más miserable: sólo pudo presentar dos tomos, bastante mal hechos.

A este personaje también le debemos la convocatoria a ilustradores para participar con imágenes en dichos libros de texto. A los creadores no se les pagaría más que con una constancia curricular que, a final de cuentas, tampoco tuvo ningún valor.

Los puso a trabajar “de a gratis”.

Dicho señor, es sabido, se fue por la libre para decir ante micrófonos una frase que podría ser labrada en letras de oro en el monumento a la estupidez y nepotismo gubernamental: “Leer por goce, es un acto de consumo capitalista”, asunto que causó gran revuelo en redes sociales.

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Muchos opinadores profesionales dieron a conocer sus ideas al respecto y entre estos se encontraba la genial y muy divertida columna de Hernández en el diario Milenio, donde criticaba de forma muy mordaz la pequeñez de Arriaga.

Hay que decirlo, tan solo una pieza de texto más sobre el tema, enterrada entre terabytes de información.

Como todos los linchamientos que ocurren en las plataformas sociales, la furia fue intensa, pero corta. Sabemos que estos “activistas” tienen períodos de concentración más cortos que los de un mandril. Para finales de semana el tema ya había cumplido su ciclo y poco a poco las hordas se olvidaban de Arriaga para buscar una nueva víctima para lapidar.

Es en ese momento, justo cuando caía en el olvido, en que entra en el juego el director ejecutivo de Diplomacia Cultural de la Secretaría de Relaciones Exteriores, Enrique Márquez. El funcionario tuvo la brillante idea de despedir a Hernández utilizando como pretexto “comportamientos graves y poco dignos”.

Por supuesto que el comunicado no tardó en viralizarse en redes sociales después de que el propio Hernández diera a conocer que había sido despedido.

… y las redes estallaron.

No solamente la horda rescató la falacia del “placer capitalista” de la lectura para atacar al funcionario, sino que el tema se transformó en un asunto de inferencia directa del gobierno; es sabido que el tal Marx es uno de los protegidos de Beatriz Gutiérrez Müeller, esposa del presidente Andrés Manuel López Obrador.

El asunto dejó de ser el “burlémonos del señor con nombre comunista” y pasó a ser “todo es culpa de la señora esposa del presidente”. Además, como si se tratara de la peor comedia de errores de la televisión mexicana, el comunicado original fue “bajado” para subir uno nuevo que explicaba más a fondo los pecados del escritor, que ahora incluían los de faltarle el respeto a una embajadora.

Por supuesto que ninguno de los eternos críticos desperdició la gran oportunidad de colocar -otra vez- la etiqueta de censura e intolerancia al régimen. Hernández realizó todo un tour-de-force en los principales medios y fue transformado en un ícono de la resistencia.

Todo el sainete es, sin duda alguna, un gran ejemplo de cómo no se debe de manejar una crisis en redes sociales.

Mucho más allá de la enorme estupidez desplegada en tan pocas palabras por parte de un funcionario de la Secretaría de Educación Pública (ya escribiré al respecto). Mucho más allá de la genial idea de correr a alguien por publicar un texto en un diario, el caso Jorge F. Hernandez es una clara muestra de la falta de previsión ante la posibilidad de generar una crisis a futuro por causa de decisiones viscerales.

Pero también un ejemplo de lo que no se debe de hacer una vez que ha estallado la crisis.

Tal vez la orden vino de Palacio Nacional, tal vez fue un golpe dirigido a un precandidato presidencial, tal vez alguien quiso quedar bien con el poder. El caso es que el tiro salió por la culata y todo el asunto fue percibido, una vez más, como una pifia más del gobierno.

Unas sencillas palabras desataron un diabólico efecto dominó que se transformó en todo un escándalo mediático.

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