Las palabras tienen poder, pero las ‘malas palabras’ son bombas atómicas cuando se emplean con una buena razón. Su prohibición, el misterio de su origen y el hecho de que todos las digan, pueden ser la clave de su magia. Netflix decidió sacar raja de este tema tabú y producir una serie que —citando a la misma— puede resultar en un buen negocio.
De esta manera la productora le da la vuelta al “eso no se dice” y lanza La historia de las palabrotas, que en una primera temporada regala seis episodios con las groserías más comunes en el idioma inglés.
Estudiadas por etimólogos, lexicógrafos, antropólogos, historiadores, sicólogos y demás científicos, las palabras prohibidas que todos decimos tienen el gran poder de liberar, protestar, descargar, sorprender y hacernos escuchar.
Netflix invita a diversos expertos que explican las numerosas bondades de decir groserías, desde el punto de vista científico, aportando un toque de seriedad a un tema que resulta de entrada una especie de comedia.
Los puntos de vista, explicaciones y experiencias en torno a las groserías también reciben el aporte de los actores, incluyendo al propio Nicolas Cage, quien lleva la batuta en este concierto de verbos prohibidos al alcance de todos.
Richard Stephens, científico de Keele University, señala que maldecir es una respuesta al dolor, y que puede resultar catártico y otorgar poder a quien maldice. Con todo, decir groserías sigue siendo mal visto. El tema es que si fueran permisibles estas palabras perderían su magia.
La serie inicia con la reina de las groserías en inglés: fuck, y la exposición de sus múltiples traducciones, dependiendo de la circunstancia, el tono y la pretensión de que quien la diga.
Nicolas Cage mira de frente a la cámara que se acerca lentamente y entonces escuchamos una retahíla de palabrotas, empezando por un retador “¿Qué carajo estás mirando?”, provocación suficiente para quedarse a ver el capítulo que en menos de 20 minutos conduce hasta el siglo XIV y nos devuelve al presente con un ranking de los actores que más palabrotas han dicho en el cine.
Otra de las maravillas de las malas palabras, blasfemias o maldiciones es su poder creativo. Gracias a su capacidad para generar sorpresa en quien las escucha, las lee o las interpreta, éstas pueden llegar a tener influencia en las personas. No es gratuito que hoy se miren en todos lados estampados de ropa, objetos, películas y series.
Una vertiente abordada en La Historia de las Palabrotas es su naturaleza como herramienta para hacerse escuchar, para protestar incluso contra los regímenes y su estabilidad a modo. De ahí que numerosas protestas las adopten en sus consignas y que géneros musicales como el rock o más recientemente el rap también las hagan parte de su esencia, pues “dicen cosas que se han estado diciendo en silencio”.
Hay muchas otras vertientes abordadas en torno a la palabra fuck, y de otras no menos elocuentes como shit, bitch, dick, pussy y damn. La exposición de la doble moral al momento de clasificar las películas es una muy singular; hay clasificaciones que permiten decir solo una vez fuck, por ejemplo.
Dada nuestra picardía, no sería raro que pronto veamos la versión mexicana de esta producción. Sería un deleite recordar el origen de algunas palabrotas tan comunes con su multiplicidad de traducciones, que llevan inmerso nuestro culto hacia ciertas figuras ‘intocables’, como la propia madre, recodaría nuestro Nobel de Literatura, Octavio Paz.
Se le puede cuestionar a la serie el lugar fácil para llamar la atención, pero no la conclusión de que hoy más que nunca “necesitamos poder decir palabrotas”, ante una urgencia de descargar frustración, desesperación, impotencia y, por supuesto, encierro.
La advertencia es una: decir malas palabras sólo cuando haya lugar, decirlas porque sí también rompe su encanto. ¡Carajo, terminé!