El poder político se erosiona en pleno siglo XXI. El mundo cambia, la sociedad revoluciona, existe un mundo distinto antes de las redes sociales y después de las redes sociales. La influencia de los sectores tecnológicos dentro de la política es fácilmente perceptible. Max Weber decía que quien se dedica a la política lucha por el poder, bien como medio para lograr otros fines –ideales o egoístas– o bien para alcanzar el poder por el poder, es decir, para disfrutar del sentimiento de prestigio que el poder confiere. Vivimos en una sociedad en la que el poder se les está yendo de las manos a aquellos que antes podían ejercerlo de manera autoritaria y sin impedimentos, enalteciendo «la soberanía del Estado» que se mal-entiende como el poder supremo de un gobierno y no como un complemento ideal para el mejor desempeño estatal.
La definición de Weber del político ha cambiado en la actualidad.
La búsqueda del poder por el poder ya no es opción para el gobernante contemporáneo. Hoy un tuit puede tumbar una dictadura. Un presidente depende de las redes sociales para enmarcar su popularidad. La soberanía radica en el elemento humano del Estado, en su población, en la nación tecnológicamente letrada. Lena Hjelm-Wallén dice lo siguiente: «Nunca deja de asombrarme lo mucho y lo rápido que ha cambiado el poder político. Ahora vuelvo la vista atrás y me maravillo de todo lo que podíamos hacer en los años setenta y ochenta y que ahora es casi impensable. Muchos factores nuevos que reducen y lastran la capacidad de actuar de los gobiernos y de los políticos». El poder se vuelve poroso, el futuro de la política internacional es la degradación del poder mismo.
En México, vivimos setenta y un años aferrados a un partido político hegemónico. La realidad política mexicana le costó al ahora Nobel peruano, Mario Vargas Llosa, la expulsión del país azteca después de declarar que el PRI era «la dictadura perfecta». Para Krauze es una «dictablanda». Para Octavio Paz no era ni la una ni la otra. Lo cierto es que el poder de un solo partido ha perdido fuerza. Hoy por hoy, somos un país de internautas encargándonos de seguir, al pie de la línea, cada acción del presidente. Las redes sociales permiten a los ciudadanos estar más atentos de las acciones del gobierno y de los gobernantes. Permiten la crítica, la criticonería y el emergente «periodismo ciudadano». Los habitantes de un país puede comunicar en tiempo real lo que sucede a cada segundo.
El poder político en México ya no es el mismo que hace seis años.
El poder se ha dispersado como un rociador expide agua. Los políticos mexicanos son cada vez más astutos y ambiciosos. Las nuevas generaciones de políticos independientes han sembrado en México (gracias a la intervención de Jorge Castañeda en los Tribunales Internacionales) una nueva forma de percibir la política en nuestro país. Max Weber dice que la política depende de la disciplina del hombre de poder. Los políticos mexicanos, auguro, recibirán cada vez más la presión y la coacción de los ciudadanos para realizar su labor con la disciplina que se extravió entre las frases políticas de antaño: «La Moral es un árbol que da moras»; «Un político pobre es un pobre político».
¿Qué sucede con el poder en un país cuya población recupera su soberanía? Es posible que el poder político sucumba ante las necesidades de la población. México es un país en desarrollo, según se ha dicho, por consecuencia, el poder político mexicano es, igualmente, un poder en desarrollo. El mexicano que pretenda ganar las próximas elecciones presidenciales del 2018 tendrá que enfrentarse a una renovada forma de hacer política.
El acceso a la información que facilita el internet ha hecho que las sociedades del siglo XXI hayan evolucionado frente a los estímulos del poder.
La Revolución Tecnológica ha abierto las puertas del cuestionamiento de la población, dando paso a la razón crítica y otorgando voz a los sectores sociales que antes guardaban silencio. La Revolución Tecnológica es comparable con la Revolución Ideológica de la Ilustración. Los políticos mexicanos y extranjeros que buscan el poder se enfrentarán a ciudadanos cada vez más pretenciosos y exigentes.
El poder ha cambiado las reglas de su juego. La norma dicta que la ambición de los nuevos políticos pasará por el filtro de la ciudadanía. Platón describía el Estado como un gran barco en el que cada tripulante (ciudadano) tenía que realizar una labor específica para mantener el navío a flote. Los ciudadanos tienen el timón de la barca. El poder se ha vuelto poroso para los que pretenden, de forma tiránica, ejercerlo a beneficio de sus propios intereses. La erosión del poder es evidente, ahora la política se verá obligada a volver redactar su manual. Seguimos en mar abierto, esperemos no naufragar.