Los novios se funden en un cálido beso, la familia jubilosa recibe al padre que regresa a casa después de un largo viaje, el reencuentro de los amigos, las hermanas que se reúnen después del correr de los años, diversidad de gente en distintos abrazos. Todas estas escenas transcurren en la terminal de un aeropuerto mientras escuchamos la voz de Hugh Grant.
“Cuando la situación mundial me deprime pienso en la terminal de llegada del aeropuerto de Heathrow. Dicen que vivimos en un mundo de odio y egoísmo pero yo no lo veo así. Yo creo que el amor nos rodea. Puede que no siempre sea algo digno de las noticias, pero siempre está. Entre padres e hijos, madres e hijas, esposas y esposos, novias y novios, nuevas y viejas amistades. Ninguna de las llamadas de la gente abordo de los aviones hacia las Torres Gemelas fue de odio o de venganza. Fueron mensajes de amor. Si lo buscan, se darán cuenta de que efectivamente el amor nos rodea”.
Las cálidas escenas e impecable texto con que inicia Love Actually, película de Richard Curtis de 2003, nos introducen de manera directa al amor y la felicidad de esta temporada que, si bien se halla saturada de mercadotecnia barata y cara, también resulta probable toparse con gestos más genuinos y profundos.
Risas y sonrisas, besos y abrazos, brindis, fiestas, regalos, vendimia de luces, familia y tradición como refracción de anhelo puro. En otro lugar, pero en la misma dirección, la reflexión y la búsqueda de lo olvidado o extraviado, el sentimiento de orfandad que convive con el cobijo de nuestros seres queridos; el spleen derivado del inusitado encuentro con imágenes que nos visitan desde el pasado, presente y futuro. Sí, así como los espíritus que irrumpen en la miserable vida de Ebenezer Scrooge.
En esta época nos invade, vertiginosa, la búsqueda de la felicidad.
Podemos encontrarla en diferentes presentaciones; vestida de insaciable y obesa máquina registradora, de recuerdo de quien ya no está junto a nosotros, de terminal de tarjeta de crédito con afilada dentadura, de abrigo que ya no cierra ni cerrará jamás, de caricias idas y de las que están por llegar, de calcetines refulgentes y divertidos, de viejos textos redescubiertos con nuevos ojos, de increíbles planes futuros, de montones de escandalosos anuncios carentes de ingenio, de un apretado abrazo con ojos llorosos, de chimeneas encendidas y castañas asadas, de infusiones de frutos del bosque y ejércitos de jaiboles formados para atacar al organismo.
Como la misma película vista el 25 de diciembre, de pavo, bacalao o romeritos, de compra a 18 meses sin intereses y 30% en puntos, de envoltura de regalo rasgado con auténtica emoción, de posada que ya nadie hace y letanía para pedir posada que ya nadie canta, de grandes y sinceros deseos, de ilusionada carta a Santa Claus o de esperanzadora carta para por fin conseguir empleo, de amor añejo y robusto, de amor nuevo y apasionado, de turrón de Jijona, eggnog o galletas de jenjibre, de un te quiero desde el corazón o de un te extraño como a nadie.
“Si lo buscan, se darán cuenta de que efectivamente el amor nos rodea”. Y la publicidad se vale de todo lo que nos envuelve; de lo que se dice, se escribe y se vive para que en esta temporada la felicidad resalte. La mayoría de las veces produciendo mensajes deplorables, aunque otras lográndolo con enorme dignidad. Eso hace sentirnos felices y orgullosos acerca de lo que se puede conseguir con grandes dosis de talento y dedicación.
Felicidad, tantos tonos y matices como formas de verla, sentirla y representarla. Por lo pronto, sin nada que ver con los medios para alcanzarla pero sí con la finalidad para lograrla, decidí capturar la felicidad de John Lennon para el título de esta entrega, la última de 2017. Un arma caliente, pasión ardiente que a veces enciende la vida y otras nos deja helados por dentro.