Durante sus años como Jefe de Gobierno del Distrito Federal, AMLO solía presentarse todos los días hábiles a una rueda de prensa llevada a cabo al punto de la siete de la mañana en un salón del Antiguo Palacio del Ayuntamiento. Frente a reporteros, periodistas y camarógrafos, el Peje hablaba sobre la situación de la Ciudad de México. No cabe duda que esto vino a darle un giro a la imagen silente y enigmática que, hasta 1993, el entonces denominado Jefe del Departamento del Distrito Federal fraguó en complicidad con el Presidente de la República.
Para muchos, AMLO es un gran simulador; para algunos otros es la figura política que mejor se amolda a las necesidades de los mexicanos.
Existe también un gran sector poblacional y político que considera a este personaje como un verdadero “peligro para México”.
Lo que es verdad es que este hombre ha concebido a la perfección una imagen que lo ha llevado a ganarse la confianza de muchos mexicanos que anhelan un cambio en la forma de hacer política de su país. López Obrador ha construido su reflejo con base a la filosofía que dicta que ninguna campaña política debe ser plenamente racional ni tampoco totalmente sentimental. Los discursos de Andrés Manuel se sustentan en el adoctrinamiento de los más necesitados y en la protesta contra el autoritarismo y el providencialismo de los hombres del poder.
Hoy se pinta como un líder carismático, ético y con una visión de cambio. Estrategia que lo ha llevado a conseguir la adhesión ciega de millones de seguidores. Pero también se ha mostrado como un tipo frustrado ante la constante derrota, un hombre enfermo de poder, un “presidente legítimo” que lleva diez años gobernando con palabras y no con acciones.
Muchos entienden que AMLO busca romper con el molde del presidencialismo tradicional y con las estructuras históricas que han conducido a México por el camino del fracaso.
Todo esto desde las trincheras de la oposición, alimentado con los ideales del nacionalismo revolucionario mexicano; reviviendo la imagen de próceres liberales y con una impresionante capacidad de convencimiento que ha logrado mover a las masas.
Su vestimenta siempre es clara, quizá tratando de representar una pureza que lo ligue con los criminales de cuello blanco; consecuentemente, evita usar trajes y corbatas. Sus spots políticos procuran la austeridad y la sencillez. Casi siempre tienen de fondo su pequeña biblioteca, un conjunto de edificios citadinos o un parque. Este hecho comunica al pueblo que lo escucha, a sus partidarios que lo observan, que él –aún siendo político– también es un ciudadano que no pretende la riqueza, sino que busca un estado de bienestar para todos los que lo sigan.
Su declaración patrimonial fue para muchos (me incluyo entre ellos) algo ridículo, acercándose a lo irreal. Esto no debe sorprendernos, lo único que está haciendo es seguir la línea de siempre (con mentiras o con verdades). López Obrador conoce su historia –valga la obviedad–, por esto mismo pocas veces se sale de su discurso. El no tener bienes inmuebles y el hecho de que sus pocos bienes muebles sean “rentados” buscan construir la misma imagen que él ha promovido desde el año 2006: el candidato de los pobres (que también es pobre).
Hasta ahora no hay nadie que pueda tumbar a López Obrador, tal vez sólo la derrota en las urnas que siempre lo ha llevado a colgarse de esa “certeza” que exalta el “robo de la presidencia”.
Quien desee derribar a Andrés Manuel, tiene que enfocarse en destruir su imagen política.
A pesar de casi treinta años presumiendo ser oposición, nadie ha podido eliminar a este político de la escena popular. Ni siquiera el mismísimo presidente de la República pudo desaforarlo en el año 2005.
Las líneas centrales del discurso lopezobradorista no han sido modificadas en años. Sus opositores buscan analizarlo para adelantarse a sus respuestas, a sus chantajes. Nadie lo ha eliminado de la esfera pública porque nadie ha sido capaz de cambiar la realidad política de México; porque nadie ha logrado generar un nuevo sentimiento de comunidad, de protesta y de destino en los ciudadanos mexicanos.
En la actualidad, la imagen política de AMLO es suficientemente poderosa como para ir rumbo a una tercera contienda presidencial. Estemos seguros de que este precandidato seguirá ilusionando a muchos, enardeciendo a otros; sembrando esperanza entre sus partidarios y temor entre sus adversarios.
La imagen de López Obrador se ha mantenido durante décadas, aunque también ha sido marcada por errores garrafales; mandar al diablo a las instituciones o autonombrarse presidente legítimo de México. Pese a las altas y las bajas, sus seguidores siguen creyendo en él, en su efigie, en sus palabras cuestionadas. Yo estoy más que seguro de que si los resultados electorales no lo favorecen en las elecciones del 2018, este hombre seguirá luchando por el poder –hasta después de la muerte, si es necesario– por los siglos de los siglos.