Durante mucho tiempo, en las campañas de marketing, los creadores de contenido han sido tratados como un renglón más en los presupuestos: un gasto variable, tercerizado, medido en impresiones y clics. Pero quienes trabajamos de cerca con talentos digitales sabemos que este enfoque es el equivocado. Hoy, en un ecosistema donde la atención es el recurso más escaso y donde la conexión auténtica supera al alcance masivo, los creadores no solo deben ejecutar una campaña. Deben diseñarla de la mano de los estrategas y las marcas.
Los influencers —ya sea en YouTube, Twitch o TikTok— han dejado de ser “medios con rostro” para convertirse en marcas en sí mismos, con una voz propia, un lenguaje íntimo y una comunidad construida a pulso. Tratar a estos perfiles como meros difusores de mensajes ignora lo más valioso que aportan: su sensibilidad para contar historias, su radar cultural y su conexión emocional con la audiencia. Es un error pensar que basta con enviarles un brief pulido y esperar resultados brillantes. La magia ocurre cuando los incluimos en la mesa de decisiones.
Yo lo he comprobado en carne propia, las campañas más exitosas —las que no solo generan ruido, sino recordación y afinidad— son aquellas en las que el creador se siente parte del proceso desde el inicio. Cuando puede opinar sobre el tono, adaptar el mensaje a su estilo, o incluso proponer dinámicas que jamás habríamos considerado desde la visión de una marca. Este tipo de colaboración horizontal transforma los resultados: deja de ser un anuncio para convertirse en una experiencia compartida.
Además, en mercados como el latinoamericano, donde el consumidor es especialmente sensible al contenido que se percibe forzado o poco auténtico, esta integración es todavía más importante. El público distingue de inmediato cuándo el mensaje fluye de manera orgánica y cuándo es una imposición. Y en un entorno digital donde un simple scroll separa la conexión del desinterés, esa diferencia lo es todo.
Por supuesto, trabajar de esta forma exige un cambio en la mentalidad de muchas marcas. Implica abrir procesos que tradicionalmente eran cerrados, estar dispuestos a ceder control creativo, y confiar en que el creador conoce a su comunidad mejor que nadie. Pero también implica reconocer que, si queremos que nuestro mensaje resuene, necesitamos construirlo junto a quienes mejor saben narrarlo.
En tiempos donde la confianza y la relevancia son moneda de cambio, los creadores de contenido no pueden seguir siendo vistos como un gasto para amplificar ideas ya definidas. Son aliados estratégicos que merecen un asiento desde el primer momento. No basta con briefearlos: hay que co-crear con ellos. Porque solo cuando el mensaje se siente propio, nace contenido que realmente deja huella.