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¡Mejor admiren las obras de arte! – El futuro no es problema nuestro

Era un rey de chocolate…

Así quedó la figura de cera del Rey Carlos III en el museo Madame Tussaud de Londres, luego de que activistas por el medio ambiente le estrellaran dos pasteles de chocolate en la cara. Como si se tratara de una fiesta de cumpleaños en un municipio aledaño de la Ciudad de México.

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¿Será momento de hacer campaña para salvar de la furia “woke” las miles de figuras de cera que hay en diversos museos alrededor del mundo?

¿Momento de salir a anunciar penas y largas condenas a quienes se atrevan a desacralizar estos hermosos objetos de alabanza para promover minucias como la lucha contra el calentamiento global y el deterioro de nuestro medio ambiente?

No fue un incidente aislado, forma parte de una campaña mucho más extensa realizada en diversas partes del mundo de la cual hemos visto muchas reacciones en redes sociales.

Una de las primeras etapas consistía en que los activistas tan solo se pegaban a los muros o a los cristales protectores pero, al parecer, esto había sido insuficiente por lo que decidieron subirle varias rayitas.

Tomates para Vincent

Ya hemos visto sopa de tomate sobre los venerados Girasoles de Vincent van Gogh, una de las obras de arte más famosas y representativas del pintor neerlandés. Un par de jóvenes, en lo que simbólicamente hubiera parecido un manifiesto del arte pop, derramaron el warholista líquido y las redes sociales tronaron.

Salió de inmediato aquel grupo de correctos para decir que “no son maneras” y por ahí hubo quien festejó que encarcelaran a los activistas, como si hubieran pagado de propia bolsa la millonada que costó el lienzo.

La verdad es que no es gran sorpresa ver como gente de generaciones que alguna vez se tuvieron como vanguardistas y comprometidas con su entorno, ahora se ponen a gritar como señoras conservadoras porque alguien le tira sopa al cristal que protege una obra de arte.

Días después fue puré de papa y la obra desacralizada un cuadro de Claude Monet (valuado en 111 millones de dólares) ubicado en Potsdam, Alemania.

Una vez más, la reacción del público no se hizo esperar y continuaron quejándose de la falta de respeto a los pintores inmortales y a su obra. Que había otras formas de protestar.

Don’t Look Up

¿Cómo olvidar esta frase de propaganda creada en la película del mismo nombre?

¡No veas, mejor admira las obras de arte! ¡no te preocupes, vale la pena cuidarlas, a final de cuentas va a ser lo único que va a quedar luego de que la humanidad se extinga!

Más allá de las quejas sobre los malos modos y los horripilantes castigos que merecen aquellos que se atreven a desacralizar cuadros famosos, este tema nos lleva a dos conclusiones:

Restricciones y Cultura Publicitaria | Enrique R & Francisco G & Sharahí Z & Monserrat R & Hans H

¡Estamos hablando de ello!

Las fotos de las obras de arte y los activistas pegados en sus cercanías han aparecido en redes sociales, medios de comunicación digitales y hasta en los vapuleados medios tradicionales. Para efectos prácticos, todo el mundo se ha enterado por lo que la campaña ha cumplido con su objetivo: dar a conocer al mundo el descontento que existe en cierto sector por el tema de las petroleras y el cambio climático. El concepto de guerrilla marketing nunca fue aplicado de mejor manera.

Las nuevas generaciones están muy conscientes de ello y están haciendo hasta lo imposible para que los más viejos (en edad y mentalidad) asuman la responsabilidad que les toca. Que comprendan, ante las perspectivas de un futuro verdaderamente apocalíptico, que hay cosas ―como las pinturas valuadas en millones de dólares― que no son prioridad.

La verdadera prioridad es el futuro de la humanidad. Los viejitos que hoy admiran a Van Gogh y acusan de sacrilegio a los activistas, no estarán aquí para rescatar los cuadros cuando las olas comiencen a barrer los pulidos pasillos del Louvre.

La segunda conclusión:

Me refería más arriba a la película “Don’t look up” y la forma burda donde presentaban a medios de comunicación, así como a los gobiernos, tratando de desviar la conversación de un tema que era de importancia vital a cosas más banales.

¿Se acuerdan como nos hacía reír de forma nerviosa la escena en que los conductores del talk-show mandan al diablo a los científicos tachándolos de alarmistas?

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Pues creo que, como siempre ocurre, la realidad está superando a la fantasía.

Estamos más preocupados en cuadros carísimos que la gran mayoría de la gente jamás verá en vivo. Nos alarman las formas, pero nos negamos a ver el mensaje.

A manera de triste parodia, nos reímos de las ocurrencias del sonriente conductor televisivo, hacemos obediente caso a las voces que nos exigen que no miremos hacia arriba y, con toda la complacencia posible, dirigimos nuestra mirada al suelo.

¡Admiremos las obras de arte!

Creo que es tiempo de que analicemos, de manera muy racional, nuestras prioridades.

El activismo que ataca de manera simbólica obras de arte consagradas, ha demostrado ser una forma magnífica para dar a conocer un mensaje desesperado

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