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¡Nada como el amor!

El amor está en el aire; este año el 14 de febrero cayó en lunes, sin embargo, esta mala ubicación de calendario no impidió las escenas de folklore chilango que se dan en esos días. Todo un clásico.

Los moteles, sobre todos los temáticos, atiborrados y con colas. Es la navidad para sus propietarios, aunque, si nos ponemos a analizar el tema ¿quién va a un motel el día de los enamorados?

A lo mejor estoy pecando de inocente y no contemplo la muy probable realidad de que hay quienes tiene la enorme misión de atender a la casa matriz y también a las sucursales en tan meloso día.

El precio de las flores se pone por los cielos y como la mayoría de los festejantes sólo se acuerdan en ese día de llevarle un ramo a su pioresnada, pues ni se enteran que se las dan a precios infladísimos que llegan a superar el 500 y el mil por ciento.

Otro mercado que hace su navidad en pleno febrero es el de los monos de peluche. Miles de estos fetiches, con la forma de tiernos animalitos o de personajes de películas de Disney, son obsequiados. Estoy seguro que muchos de ellos llevan ya años dando vueltas y cambiando de manos cada 14 de febrero. A menos que uno sea una adolescente muy cursi, como las que ya no hay, nadie en su sano juicio coloca un adefesio de esas características como decoración de sus habitaciones.

Otro mercado que sufre en gran auge en esta época es el de los globos, la opción de los enamorados con presupuestos que tiran más bien a día de muertos, pero con el afán de crear una buena impresión por la que o el que les roba los suspiros.

Por supuesto que estos románticos de bajo presupuesto trataron de racionalizar el asunto: “este es un detallito, no me alcanzó para más, pero seguramente que comprenderá la intención”. El desenlace satisfactorio del día fue directamente proporcional a la posibilidad de vender esta idea de la manera correcta y de convencer que, detrás de la baratija, se esconde un gran sentimiento.

Algunos son (¿somos?) más cínicos y comparten ADN con grinches y otras criaturas mitológicas. Estos se niegan de plano a festejar un día “artificial” y copado por el oportunismo de las empresas que necesitaban un pretexto para incentivar las ventas en el erial que existe entre la navidad y semana santa. Se dicen ellos mismos que, toda la monserga del día de San Valentín, es producto del más salvaje capitalismo que hoy nos tiene de rodillas ante los grandes corporativos.

Decía que esto se lo dicen a si mismos porque, obviamente, no tienen a quién decírselo el día de los enamorados. Nadie quiere pasar el día de los corazoncitos con un miserable amargado.

Y por supuesto, hay quienes logran que todo, absolutamente todo, gire alrededor de ellos ese día o, por lo menos en sus cercanías.

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¿A quién no le gustaría casarse en el día del amor y de la amistad para así emparejar cada aniversario con tan romántica fecha?

Sé de una pareja que lo logró: rompieron las trabas de la sociedad y la política, los tabúes de las diferencias de edad, las cadenas de las clases sociales y de las diferencias económicas; los cortapisas entre los poderosos y los sencillos; las limitantes entre las grandes fortunas y el pueblo bueno para así lograr fundirse en un romance que ni en película (bueno, al parecer Disney ya está negociando los derechos para su próxima película de princesas).

Nosotros, los descreídos mexicanos, pudimos comprobar que el amor todo lo puede: no importa que cientos de vándalos arremetan contra las instalaciones y pongan sus asquerosas zarpas magisteriales donde más tarde departiría la coqueta novia con su amado. No importan las críticas de los envidiosos que decían que no eran de la misma edad ni gozaban de fortunas similares.

Pudimos ver a una novia con albeas vestiduras, a una humilde maestra, lograr su sueño de caminar por el pasillo rumbo a los brazos de su joven bienamado. Pudimos comprobar que 40 años no es nada…

¿Quién dice que el amor no siempre triunfa al final?

El mensaje desde Oaxaca es claro y contundente.

¡Qué viva el amor!

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